“Cada vida es una novela esperando ser contada”
Ángeles Mastretta
“Cada vida es una novela esperando ser contada”
Ángeles Mastretta
Escritora y periodista
Creando oportunidades
Las historias que escribimos para no olvidar quiénes somos
Ángeles Mastretta Escritora y periodista
Ángeles Mastretta
Ángeles Mastretta, nacida en Puebla, México, es una escritora y periodista que ha dejado una huella indeleble en la literatura hispanoamericana. Creció en un entorno donde contar historias era esencial, lo que la llevó a desarrollar una pasión por la narrativa desde temprana edad. Su obra más conocida, "Arráncame la vida", no solo se convirtió en un éxito literario, sino que también fue adaptada al cine, mostrando su habilidad para crear personajes complejos y realistas.
Mastretta ha explorado temas como el amor, la identidad y el poder femenino, reflejando su propia experiencia de vida y su entorno. A lo largo de su carrera, ha publicado múltiples novelas y cuentos, entre ellos "Mujeres de ojos grandes", que resalta la fortaleza y las luchas de las mujeres. Además de su éxito literario, Mastretta ha sido una voz influyente en el periodismo, utilizando su plataforma para abordar temas sociales y culturales. Su capacidad para entrelazar humor e ironía en sus relatos la ha consolidado como una narradora única, capaz de conectar con lectores de diversas generaciones.
Transcripción
Nací en una ciudad. Yo digo que Azul. Puebla era azul, enfrente de los volcanes. Era una ciudad que yo creía cerrada. Que con el tiempo vine a descubrir que era como la vida misma, más difícil, más incomprensible. Y al mismo tiempo más feliz que lo que yo preví cuando era adolescente. Yo no escribo para mí. Ya ven que hay escritores muy sofisticados que dicen yo escribo para, para ser feliz, para entenderme. Yo al paso me tengo que entender. Sin duda, al paso muchos días encuentro felicidad, pero mi vocación tiene que ver más con ustedes, con que hay alguien que quiere oír lo que cuento y con que vale la pena contarlo. Y por eso, con los años se va volviendo más difícil escribir, porque uno cree que ya lo contó todo y a veces, cuando está en la mesa contándoles a sus hijos que hubo una vez alguien, te miran como diciendo ahí va mi mamá con la historia de su tía Fulana. Entonces ya no la va a escribir, porque no quiero que ustedes los lectores digan ahí viene Ángeles con su historia de Emilia Sauri o con la historia de un enamoramiento fallido que se me daban muy bien. Ahora tengo más vocación por estar en la vida que por estar en mi escritorio. Es una confesión difícil de hacer, pero me pasa que de repente veo la vida, tengo 75 años, y de repente mido. La gente me dice bueno, pero no hables de eso porque es de mal gusto estar hablando de la muerte y además nadie sabe cuando se va a morir. Y eso me lo dice claro una gente de 30. Pero la ley, las posibilidades, me dejan a mí menos tiempo que a ti. Eso es irremediable. Entonces este debería ser el momento en que lloro. Pero como ustedes están enfrente, no lloro. Pero es para llorar. Debo decirles, porque a mí me encanta la vida y creo que lo demás lo inventamos.
Lo que tenemos es esto es estar aquí, es ir al mar, es ver el cielo, es pasarse una tarde conversando y viendo la puesta de sol. Y eso, no creo que la gente quiera perdérselo. Yo como responsable de mucha gente y me vuelvo, si quieren, representante, creo que es lo más importante que tenemos que hacer. Aprender a oír. Aprender a oír a los otros. Aprender a mirar. Aprender a buscar la belleza. Creo que el arte es lo que nos conmueve y por eso creo que cuando uno escribe tiene que buscar la belleza, la encuentre o no. He escrito como diez libros, como cinco novelas. Y quisiera escribir otras cuatro, pero ya me conformaría con escribir otras tres. Hay una que me encanta, que es la de cuatro mujeres que viven en el mismo edificio. Una tiene 90 años, la otra 70, el otro 50, la otra 25 y conviven. ¿Qué les pasa? ¿Cómo viven? La más grande es una especie de amiga mayor de este personaje mío que era Catalina Ascencio. La de 50 probablemente sea nieta de Emilia Sauri. Unos personajes míos a los que me gustaría inventarles, unos parientes o unos amigos.
El otro es un libro difícil, pero que yo creo que es el más entrañable y el que más deber tengo de contar, que es el libro de quien era mi papá antes de convertirse en mi papá. Mi papá era hijo de un italiano nacido en Puebla. Y como cualquier niño, fue al colegio en Puebla hasta los 14 años en que vino la persecución católica y entonces su papá tuvo la peregrina idea de mandarlo a Italia a convertirse en italiano y entonces puso en su pasaporte. No había pasaportes. Es una tarjetita, que es lo que encontré donde dice Carlos Mastretta, italiano, y así se fue a Italia y así llegó como italiano, porque era hijo de italiano y así lo enseñaron en la secundaria y en la prepa y en la universidad, y se portó como un italiano o creo que se portó como un italiano durante muchos años. Cuando regresó a Puebla digamos que no se halló, dijo este mundo es muy chiquito, Milán es más bonito o no sé qué habrá dicho. Por ejemplo, eso es lo que tendría yo que inventar. Pero se regresó a Italia. ¿Y qué creen? Empezó la Segunda Guerra Mundial y entonces él era italiano. Y entonces estaba en edad de entrar a la guerra. Y entonces entró a la guerra. ¿Qué hizo en la guerra? Yo fui después de que se murió mi mamá a los 84 años, a conocer a una mujer fantástica que había sido novia de mi papá cuando ella tenía 14 y el 22. Y entonces yo le pregunté, ¿Dime, qué hacía mi papá en la guerra? Y me dijo Todos estábamos en la guerra. Y, ¿pero qué hacía? ¿Disparaba? ¿Cómo crees que iba a disparar? No. Bueno, yo pensaba que eso podía pasar y me daba miedo que hubiera pasado. No, estaba en una oficina que hacía en la oficina. No tengo la menor idea. Y tendría que disfrutarlo. Más bien descubrirlo para contárselos a ustedes. ¿Les interesa?
Ya les empecé diciéndoles que los libros son objetos solitarios y que solo se cumplen si otro los abre. Entonces la otra cosa que tengo que hacer es darle las gracias a sus miradas, a su presencia y a las veces en que quizás muchos de ustedes abrieron mis libros pensando qué encontrar.

¿Para qué inventamos una historia? Para sobrevivir y para ayudar a otros a sobrevivir –y eso se vuelve un poco intangible– para que alguien llegue a su casa triste y se encuentre una historia que le dé alegría o esperanza o emoción, llegue desencantada y se emocione o le dé curiosidad la vida. Y eso yo no lo sé mientras escribo. Lo intuyo, pero siempre se escribe con incertidumbre. Eso no lo sabía de niña, pero tampoco crean que de chica sabía que iba a ser escritora. Para empezar, nadie quería ser escritor. O sea, mi papá escribía y escribía muy bien, pero no ganaba nunca un centavo por hacer eso. Tenía que vender coches. Su pasión eran los coches y estudió ingeniería automotriz en Italia. Pero cuando llegó a México, pues no tenía dónde, dónde trabajar, que no fuera vendiendo coches. Entonces él se llamó a sí mismo el mísero vende coches. Nunca se llamó escritor. Mi mamá, que era una gran contador de historias y que generó dos certidumbres que yo me he pasado la vida combatiendo. Mi mamá decía Hija, la vida es difícil y no todo se puede. Yo me pasé la vida luchando contra esas dos certezas. Claro que se puede todo. Y claro que la vida no es difícil y nada más es cosa de enfrentarla. Bueno, ya llega la edad en la que acepté y aconsejo. La vida es difícil y no todo se puede. Sin embargo, es preciosa y hay que ir haciendo lo que se va pudiendo. Eso es lo que hice al escribir.
Estaba yo estudiando periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y empecé a inventar las tareas porque tenía que tener otros trabajos, –cuidar a unos niños en un autobús para que llegaran al colegio– y entonces me dejaban que les diría, reportear un choque, y yo decía no tengo tiempo de ir a la delegación a ver qué coche chocó, con qué coche en una esquina y entonces te inventabas, que no había internet, no había, no había manera de enterarse de que lo que yo estaba inventando era mentira. Entonces conté… Me acuerdo muy bien donde me descubrieron porque conté que un camión se estrellaba en la carretera de Toluca y se iba sobre unos borregos y el pastor lograba salvarse. Una historia complicadísima. Y el profesor, que era un escritor que se llamaba Gustavo Sainz, cuando terminó la clase repartió de regreso los trabajos y dijo Ángeles Mastretta se queda. Y cuando hablé con él me dijo “eso lo inventaste.” Y le dije “sí, profesor.” Ahí aprendí que estaba yo inventando. Y entonces por eso, cuando me propuse para hacer periodismo, lo que dije es ¿saben qué? Yo, ¿qué? ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿por qué? Me cuesta mucho trabajo decirlo. Me cuesta menos trabajo decir por qué y qué imagino que pudo pasar o que derivo de lo que vi. Y entonces empecé a hacer artículos todos los días, textos todos los días, sobre lo que yo veía. Pero nunca dije esto es verdad y absoluta. Pero empecé a contar la vida de otros dando testimonio que es una manera de hacer periodismo, dando testimonio y pidiendo ayuda.
Era una época preciosa en donde cuando yo llegaba al periódico que iba todos los días, porque no podías mandar tu artículo por el internet, entonces tenía una parte importante de mi trabajo era escribir el artículo, luego llevarlo al periódico. Entonces, cuando llegaba ahí había un montoncito de cartas con historias en las que la gente me contaba cosas y me pedía cosas. Vino un editor o un hombre que había comprado un editorial y me dijo que quería ver si yo podía ayudarlo a encontrar escritores que quisieran publicar en su editorial. Imagínense, eso ahorita hay filas de gente que dice yo quiero ser escritor, del mismo modo en que hay filas que dice que quiere ser cantante, es que yo quiero cantar rock o yo quiero salir en el teatro, yo quiero escribir un libro. No es fácil, es muy difícil, es complicado y no es glamoroso. Tiene momentos glamorosos, tiene momentos en que yo tengo la fortuna de que ustedes me vean y me pregunten qué hago. Pero la verdad es que normalmente es una profesión solitaria. Uno escribe preguntándose a quién le va a importar.
Si yo hubiera sido cantante, cosa que me hubiera encantado hacer, pero no resultó fácil. Probablemente me hubiera yo enterado de que era desentonada. Pero cuando uno escribe no lo sabe, lo sabe hasta que otros lo leen. Y el otro tenía que ser el editor. Entonces le dije “No, es que yo no quiero buscar un escritor, yo quiero que alguien me encuentre”. “¿Ah, tú quieres escribir un libro, yo te lo publico” y le digo “Pero cómo sabes qué libro voy a escribir?” “No, yo te lo publico porque yo leo tus artículos del diario y ahí veo que tú escribes bien. Entonces, si tienes una historia que contar, a ver, platícame un poco”. Yo le platico. “Yo te publico tu libro”. Entonces imagínense ustedes, me dio un adelanto de 25.000 pesos, llegué, eso como al año con el editor, le di el libro, lo puse sobre su escritorio y me preguntó “Lo puedo tocar?” Y le dije “No, no, no”. Y me lo llevé otro año y medio porque claro que estaba incompleto. Entonces me lo llevé. Como eso les puedo contar otras varias anécdotas. Por ejemplo, este libro que quiero escribir de las cuatro mujeres, todo el mundo lo quiere convertir en una serie por todo el mundo. Lo que quiero decir es “ah, usted tiene esa historia. Háganos un guión”. Yo no sé hacer guiones. “Díganos usted, esta señora qué hace en su día y cómo se relaciona con los demás”. No sé. Lo voy sabiendo mientras lo escribo. Es parte del chiste. El qué, cómo, cuándo y por qué del periodismo, e lo tengo que escribir. Me lo tengo que responder cuando escribo. ¿Complicado, verdad? Sí. Pero bueno, aquí estoy contándoles cosas.

Yo creo que yo por lo menos dos de esos amores que inventé eran ciertos, pero fueron inasibles. Entonces, bueno, aprendí a sobrevivir esas pérdidas a las que has sobrevivido tú y a las que seguramente o han sobrevivido o van a sobrevivir todos ustedes. Porque todo el mundo tiene una pérdida en la vida. No nada más de las llaves, el teléfono, la dirección, el futuro, pérdidas de amores que son horribles. Bueno, pues ¿como las pones en los en los ojos de otros, en las historias de otros? Sintiéndolas, conociéndolas. Al mismo tiempo, encontrándole salidas más o menos airosas. Como hay una historia de las mujeres de ojos grandes, de una mujer que padece porque tiene un novio y está muy culposa, porque tiene un novio, porque quiere mucho también a su marido. Y entonces un día viene regresando de ver al novio, y viene por la carretera y ve a su marido que viene también en el coche y dice qué barbaridad. Se asoma así y sobre las piernas del marido va la cabeza de alguien más. Entonces ¡ay que bueno! ya que ya que habla ese tipo de cosas uno las va inventando para también para sobrevivir. ¿Sabe?
Siempre escribir ayuda. Cuando alguien me pide una recomendación. ¿Oiga, y usted qué cree que debo hacer? Escriban. Aunque no sean escritores o porque no lo son, pero escriban una frase al día. Hoy estuvo horrible. Hoy llovió. Hoy me cambié los anteojos. Hoy estoy desolado. Hoy estoy feliz. Algo, pero cositas. Sobre todo los salvajes que quieran ser escritores, pero también los que quieran acordarse cuando tengan 70 años y sentarse en una mecedora o en esta silla y evocar con alegría su vida y tener cosas que contarse. Yo tengo un anecdotario. Lo empecé a escribir como por ahí de los 40 años y lo voy a leer cuando sea grande. Estoy esperando a ser grande, debo decirles. Se acuerda uno de cosas muy interesantes. Ayer justamente que estaba pensando qué contarles, leí unos pedacitos del anecdotario y entonces me acordé de la adolescencia de mis hijos. Mis hijos van a tener muy bien documentada su adolescencia, yo la mía la olvidé, pero Catalina, de quien se enamoró en tal fecha y Mateo de quien este abandono lo abandonó tal otra fecha, todo eso lo van a saber. Yo no sé si lo van a querer leer, porque además son muchísimas páginas y no sirven para nada más que para que yo las relea cuando sea vieja, yo creo que hoy mismo voy a empezar, queridos, porque ya se me está haciendo tarde. Entonces, si encuentro algo agradable voy a empezar a contárselos. Como ven. Voy a empezar a escribirlo, voy a decir miren, en junio del 2003 pasó tal cosa. Es divertido y es divertido verlo. ¿Saben? Bueno, todo para incitarlos a que escriban todos los días algo, lo que se les antoje. ¿Qué más? ¿Qué más? Aquí hay un preguntón que tiene cara de preguntón todo el tiempo.
Y ahora que volví a leer Mal de amores porque mi hija hizo los guiones para hacer una serie que está ahorita filmando y ella tuvo que crecer personajes, tuvieron que pasar otras cosas. Entonces yo cuando leí los guiones dije ¿esto pasa en el libro?, entonces fui a leer el libro y encontré que la familia Sauri era un encanto y que hablaba sobre la guerra, sobre la vida, sobre la violencia, con un montón de certidumbres que yo ya no sé si tengo, pero que estuvo perfecto. Y yo por eso digo que cuando me dicen ¿usted en quién pensó cuando escribió en Diego Sauri? Yo digo en mí, ¿y en Milagros Veytia? en mí ¿y en Daniel Cuenca? en mí, todos estos personajes, yo soy todos esos personajes. Es un gran lugar común, es un gran lugar común que un escritor diga que él es su personaje. Flaubert dijo “Madame Bovary soy yo”. Y es verdad que uno va haciendo como sus personajes, los va inventando y se va quedando con ellos y por eso los extraña como una parte buena de sí misma. Ayer leí un texto que escribí hace muchos años. Muy chispa que se llama Los conversadores y que empieza contando cómo yo en realidad el mundo podía estar dividido entre la gente que conversa y la que no sabe conversar. ¿No les pasa a ustedes que hay gente que cuando empieza a conversar ustedes empiezan a decir ya que se acabe esto? Porque empieza a decirte “fíjate que tengo una amiga que tiene unos tenis blancos, mi amiga es una amiga de otra amiga que tú sabes que es amiga. Lo que tenía es un papá, que quién sé yo” y no quiero, no quiero seguir esta historia. Estaba yo en los tenis, pero en cambio hay gente que te empieza a contar que alguien tiene unos tenis blancos, estás prendido de su historia. Ese es un buen conversador. Y los conversadores nos encontramos, nos descubrimos.
Yo cuento ahí la historia de un conversador que me encontré por teléfono porque hablé, marqué un teléfono y dije “¿Es ahí donde dan clases de gimnasia?”. Y me dijo “No”, Ah, bueno, “entonces adiós”. “¿Pero por qué quiere colgar?” “Pues porque usted no da clases de gimnasia”. “¿Pero usted por qué quiere tomar clases de gimnasia?” “Pues por qué he engordado”. “No me diga usted. Pues lo dice usted porque es mujer. Todas las mujeres dicen que llegan engordar. ¿Usted ve telenovelas?” “No”. “¿Entonces por qué engordaron las caderas?” “No sé”. “Porque ustedes siempre creen que los hombres vemos telenovelas” y así arrancan una conversación absurda y muy simpática. Bueno, eso también es divertido de escribir ya no se me da como se me daba. Pero también es divertido. ¿Ya acabamos con la pregunta de Arráncame la vida, verdad? Podemos seguir con más.

A mí sí me gusta indagar en el pasado, lo reconozco. ¿Y por qué? Porque muchas de las cosas. Porque el pasado es encantador. Porque todo lo que pasó creemos que quedó resuelto. Y yo creo que en el momento en el que estamos, en el momento en el que está el feminismo ahora, que es un feminismo con razón, muy dolido y muy enojado. Pero también tienen que reconocer que la posibilidad de que peguen ese grito, de que se enojen de esa manera, está fundada en el trabajo y la energía de otras personas. Descubrí hace poco tiempo a una mujer que se llamaba Elvira Galindo, a los 15 años. Estudió para ser maestra y estaba dando clases y a los 15 años se fue a la revolución como si nada. Y a los 40 seguía luchando para que se concedía el voto a las mujeres. Esta pobre criatura lleva 35 años tratando de convencer a los hombres a los que había acompañado en calidad de de guerrillera, caminando junto a los caballos de que las mujeres tenían, teníamos derecho a votar. Estas batallas ya las dieron otras y eso es importante saberlo. Y también es importante que lo sepan los hombres para que no se sientan agraviados y también para que se sientan a salvo los que no son unos asesinos ni unos golpeadores, ni unos hijos de la fregada, son gente buena, trabajadora, amorosa. Hay muchos hombres así. Hay que pensar bien y contar con ellos. Yo les aplaudo, a ustedes.
Bueno, entonces digamos que ese fue un desfalco. Diez años no escribí. Diez años, decidí en eso cuando terminó el año que empecé, escribiendo cinco, cinco páginas o diez cada entrega, y acabé escribiendo un renglón, dije “Yo ya no escribí novelas. Qué bueno que soy periodista, que bueno que hago periodismo porque ya no voy a escribir novelas”. Ese fue un desfalco. ¿Como me compuse? Con el tiempo. Un buen día dije pues voy a escribir este libro y lo voy a contar así y a ver cómo lo va. Yo lo escribí para mis 30 amigos, para 100 para 200. Me publicaron 2000 ejemplares. Era mucho, eh, Hace 37 años, 40. Era muchísimo publicar 2000 libros. Los que vendían mucho vendían 25.000. Y mi libro nació afortunado. Vendió 50.000 libros en México el primer semestre y luego, pero sobre todo se empezó a vender en Alemania, en Francia, en Italia, en Argentina. Empezó a tener éxito en muchas partes y mucha gente me dijo “está bien lo que haces” y eso pues es un abrigo, sin duda. Al mismo tiempo te atemoriza, pero en ese momento fue un abrigo, porque además la gente ni se diga la de Puebla, que consideraba todo menos que eso fuera literatura, dijo, “Ah, mira, este escribió un libro, está interesante lo que escribió”. Entonces a ese tipo de desfalcos sobreviví con bastante donaire. Al desfalco de de escribir en una redacción donde solo había hombres, la verdad, sobreviví, no sé si con ingenuidad o con o con sabiduría de la fácil.
Yo crecí, para volver a la infancia, yo crecí en un mundo de primos en donde todos nos hablábamos a esta distancia. Nos empujábamos. Nadie decía las niñas no se suban a los árboles, nos subíamos todos a los árboles, nadábamos todos en la misma fuente, nos empujábamos como iguales y de pronto vine a descubrir que no, que las mujeres no éramos iguales, que las mujeres teníamos que ser cautas, que teníamos que hablar de otra manera, que teníamos que ser sensibles y cariñosas más que los hombres, que los hombres podían no serlo. Ese descubrimiento para mí fue terrible y era yo muy chica cuando vine a descubrir que así no se podía ser. Y luego hay sufrimientos de los que te repones porque la vida es generosa. Cuando nació mi hija se estaba muriendo. Yo dije “Si esta niña se muere, me voy a morir yo también”. Bueno, no se murió. No sé qué hubiera sido de mí si se muere, pero lo que sí aprendí es a solidarizarme y compadecer con toda mi energía, con las mujeres que han perdido un hijo. Porque lo entiendo. ¿Qué más he hecho? Venir aquí. Y no crean que es fácil, porque ustedes están esperando que yo diga cosas inteligentes y yo estoy esperando decir cosas inteligentes y no siempre es posible acertar. Pero bueno, es cierto en sus sonrisas y esa es una ganancia. Muchas gracias.

Sí, se los recomiendo cuando estén en el colmo de un dramón, véanse desde otro lado y sepan reírse. Bueno, me van a decir “Oye, se murió mi mamá, ¿cómo de qué quieres que me ría?” Pues de las cosas que eran simpáticas en ella y que vas a extrañar siempre. Yo me acuerdo de mi mamá diciéndome que la vida es difícil y me río de mí diciendo no, no, no, no, no. Está padrísima la vida, No me hagas esas cosas, no me digas que es triste y así ahora tengo un ser muy querido que está desolado con el desamor. A ese sí, no he logrado convencerlo de que se ría. O sea, es una gran frustración no conseguir que alguien no se ría, que alguien se ría. Pero bueno, creo que el humor es muy importante cuando uno escribe y creo hay una cosa también muy importante. ¿No les ha pasado que hay gente que se cree chistosa y se ríe de sus chistes cuando va la mitad de lo que va a contar? Qué cosa más desagradable. “Es que fíjate que yo tenía un perro”. Todavía no sé por qué se está riendo. Y entonces también la ironía tiene su tiempo. La ironía tiene sus tiempos. El chiste es irse lo encontrando. No puedes, este, fascinarte con lo que dices antes de terminar de decirlo. Esa es otra destreza.
Entonces, si uno… todo el mundo tiene una novela cargando, todos ustedes, cada quien tiene su propia novela. Cada quien carga con sus personajes. Verlos de pronto convertidos en realidad, ver de pronto que alguien sale de tu mamá o de tu hija es muy bonito, es muy emocionante. Pero piensen ustedes, para ustedes. Ustedes cuéntense su vida. Ustedes vivan su vida como si su vida fuera una novela y como si tuviera que estar llena de aventuras y como si fuera digna de contarse. No, como que qué aburrido está el día de hoy, como si fuera digno de contarse. Uno tiene que vivir como si tuviera algo que decirles a los demás. Siempre hay algo que decirles a los demás, no nada más si lo va a poner por escrito, si los camina, si va por el mundo, si abraza a los demás. Yo creo que eso tengo que decirles, además de que estoy muy, muy agradecida con todos. Creo que es momento de que yo me pare y les dé las gracias bien dadas. ¡Qué bonito! Gracias. Muchas gracias.