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“Cada vida es una novela esperando ser contada”

Ángeles Mastretta

“Cada vida es una novela esperando ser contada”

Ángeles Mastretta

Escritora y periodista


Creando oportunidades

Ángeles Mastretta

Ángeles Mastretta, nacida en Puebla, México, es una escritora y periodista que ha dejado una huella indeleble en la literatura hispanoamericana. Creció en un entorno donde contar historias era esencial, lo que la llevó a desarrollar una pasión por la narrativa desde temprana edad. Su obra más conocida, "Arráncame la vida", no solo se convirtió en un éxito literario, sino que también fue adaptada al cine, mostrando su habilidad para crear personajes complejos y realistas.

Mastretta ha explorado temas como el amor, la identidad y el poder femenino, reflejando su propia experiencia de vida y su entorno. A lo largo de su carrera, ha publicado múltiples novelas y cuentos, entre ellos "Mujeres de ojos grandes", que resalta la fortaleza y las luchas de las mujeres. Además de su éxito literario, Mastretta ha sido una voz influyente en el periodismo, utilizando su plataforma para abordar temas sociales y culturales. Su capacidad para entrelazar humor e ironía en sus relatos la ha consolidado como una narradora única, capaz de conectar con lectores de diversas generaciones.


Transcripción

00:08
Ángeles Mastretta. ¡Qué gusto! ¡Qué gusto! ¡Qué alegría! Ya. Ahora yo a ustedes. Muchas gracias. Muchas gracias. Me llamo Ángeles Mastretta. A veces. Otras, me llamo Soy un desastre. Otras, me llamo Tengo dudas. Otras, me llamo Catalina Ascencio como un personaje mío. Otras me llamo Emilia Sauri como otro personaje mío. Otras me llamo Diego como otro personaje mío. Otras me llamo la tía Daniela. Como una tía que tuve o que inventé, que se ha enamorado… Se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes como una idiota. Crecí en una familia en donde era importante saber contar un cuento. Éramos muchos niños y el que contaba con más magia o con más rapidez una historia, tenía más suerte entre los adultos que a mí me gustaban los adultos, cosa rara en los niños. Las primeras cosas que me enseñaron, además de leer y escribir, es a leer y escribir con certeza, con en dónde o con placer, por dónde va un punto y en dónde va una coma y como suena algo y como rima y eso te lo enseñaban en la primaria. Eso lo aprendí con enorme naturalidad en la secundaria. Estaba leyendo a Sor Juana en segundo de secundaria y ustedes dirían ¿pero cómo? ¿Por qué les daban a leer a Sor Juana? Bueno, porque Sor Juana es, aunque ustedes no lo crean, algo muy parecido a un bolero, nada más que divinamente bien dicho. Pero esta cosa que te pasa cuando eres adolescente, de que te enamoras de alguien que no te hace caso y al mismo tiempo alguien está enamorado de ti, no le puedes hacer caso. Pues Sor Juana lo resumió en algo como esto y a padecer de todos modos vengo, pues ambos atormentan mis sentidos, aqueste con pedir lo que no tengo y aquel con no tener lo que le pido. Entonces esto te lo decían a los 15 años. Ustedes dirían ¿por qué les dieron eso? Porque yo les estaba pidiendo. ¿Qué más?

 

Nací en una ciudad. Yo digo que Azul. Puebla era azul, enfrente de los volcanes. Era una ciudad que yo creía cerrada. Que con el tiempo vine a descubrir que era como la vida misma, más difícil, más incomprensible. Y al mismo tiempo más feliz que lo que yo preví cuando era adolescente. Yo no escribo para mí. Ya ven que hay escritores muy sofisticados que dicen yo escribo para, para ser feliz, para entenderme. Yo al paso me tengo que entender. Sin duda, al paso muchos días encuentro felicidad, pero mi vocación tiene que ver más con ustedes, con que hay alguien que quiere oír lo que cuento y con que vale la pena contarlo. Y por eso, con los años se va volviendo más difícil escribir, porque uno cree que ya lo contó todo y a veces, cuando está en la mesa contándoles a sus hijos que hubo una vez alguien, te miran como diciendo ahí va mi mamá con la historia de su tía Fulana. Entonces ya no la va a escribir, porque no quiero que ustedes los lectores digan ahí viene Ángeles con su historia de Emilia Sauri o con la historia de un enamoramiento fallido que se me daban muy bien. Ahora tengo más vocación por estar en la vida que por estar en mi escritorio. Es una confesión difícil de hacer, pero me pasa que de repente veo la vida, tengo 75 años, y de repente mido. La gente me dice bueno, pero no hables de eso porque es de mal gusto estar hablando de la muerte y además nadie sabe cuando se va a morir. Y eso me lo dice claro una gente de 30. Pero la ley, las posibilidades, me dejan a mí menos tiempo que a ti. Eso es irremediable. Entonces este debería ser el momento en que lloro. Pero como ustedes están enfrente, no lloro. Pero es para llorar. Debo decirles, porque a mí me encanta la vida y creo que lo demás lo inventamos.

 

Lo que tenemos es esto es estar aquí, es ir al mar, es ver el cielo, es pasarse una tarde conversando y viendo la puesta de sol. Y eso, no creo que la gente quiera perdérselo. Yo como responsable de mucha gente y me vuelvo, si quieren, representante, creo que es lo más importante que tenemos que hacer. Aprender a oír. Aprender a oír a los otros. Aprender a mirar. Aprender a buscar la belleza. Creo que el arte es lo que nos conmueve y por eso creo que cuando uno escribe tiene que buscar la belleza, la encuentre o no. He escrito como diez libros, como cinco novelas. Y quisiera escribir otras cuatro, pero ya me conformaría con escribir otras tres. Hay una que me encanta, que es la de cuatro mujeres que viven en el mismo edificio. Una tiene 90 años, la otra 70, el otro 50, la otra 25 y conviven. ¿Qué les pasa? ¿Cómo viven? La más grande es una especie de amiga mayor de este personaje mío que era Catalina Ascencio. La de 50 probablemente sea nieta de Emilia Sauri. Unos personajes míos a los que me gustaría inventarles, unos parientes o unos amigos.

 

El otro es un libro difícil, pero que yo creo que es el más entrañable y el que más deber tengo de contar, que es el libro de quien era mi papá antes de convertirse en mi papá. Mi papá era hijo de un italiano nacido en Puebla. Y como cualquier niño, fue al colegio en Puebla hasta los 14 años en que vino la persecución católica y entonces su papá tuvo la peregrina idea de mandarlo a Italia a convertirse en italiano y entonces puso en su pasaporte. No había pasaportes. Es una tarjetita, que es lo que encontré donde dice Carlos Mastretta, italiano, y así se fue a Italia y así llegó como italiano, porque era hijo de italiano y así lo enseñaron en la secundaria y en la prepa y en la universidad, y se portó como un italiano o creo que se portó como un italiano durante muchos años. Cuando regresó a Puebla digamos que no se halló, dijo este mundo es muy chiquito, Milán es más bonito o no sé qué habrá dicho. Por ejemplo, eso es lo que tendría yo que inventar. Pero se regresó a Italia. ¿Y qué creen? Empezó la Segunda Guerra Mundial y entonces él era italiano. Y entonces estaba en edad de entrar a la guerra. Y entonces entró a la guerra. ¿Qué hizo en la guerra? Yo fui después de que se murió mi mamá a los 84 años, a conocer a una mujer fantástica que había sido novia de mi papá cuando ella tenía 14 y el 22. Y entonces yo le pregunté, ¿Dime, qué hacía mi papá en la guerra? Y me dijo Todos estábamos en la guerra. Y, ¿pero qué hacía? ¿Disparaba? ¿Cómo crees que iba a disparar? No. Bueno, yo pensaba que eso podía pasar y me daba miedo que hubiera pasado. No, estaba en una oficina que hacía en la oficina. No tengo la menor idea. Y tendría que disfrutarlo. Más bien descubrirlo para contárselos a ustedes. ¿Les interesa?

 

Ya les empecé diciéndoles que los libros son objetos solitarios y que solo se cumplen si otro los abre. Entonces la otra cosa que tengo que hacer es darle las gracias a sus miradas, a su presencia y a las veces en que quizás muchos de ustedes abrieron mis libros pensando qué encontrar.

08:44
Chica. Ángeles, has comentado que Puebla te inspira ¿Cómo fueron tus años de niñez y en qué momento descubriste tu talento para escribir?

08:54
Ángeles Mastretta. No, mi talento, sigo investigando en donde está. No vayas tú a pensar. Cada mañana que me que busco la escritura, que me digo ¿Sabré hacer esto? ¿Cómo se hace? Mira, cuando bailas o cuando cantas, muy rápidamente sabes que te caes o desentonas. Cuando escribes, no. Cuando escribes, vas como por el borde de un acantilado, temeroso, audaz, según el momento, complacido, equivocadamente feliz, quizás. Al día siguiente vas y dices ¡qué barbaridad! Esto que escribí está malísimo, pero igual y dices mira qué acertado estaba esto. Y por eso te digo que uno no cree nunca que ya es un escritor. Tengo un cuñado prodigioso que es poeta y que cuando le digo qué pasó, poeta, digo No me dices poeta. Nadie es poeta hasta que se muere. Yo soy un redactor de versos. Entonces yo creo que yo debo llamarme a mí misma una redactora de historias. Eso te lo digo fundamentalmente porque, además de todo, soy una persona insegura. Pero creo que una buena parte de los escritores somos inseguros. Incluso los presumidos son inseguros. No sabes si lo que estás haciendo sirve de algo.

 

¿Para qué inventamos una historia? Para sobrevivir y para ayudar a otros a sobrevivir –y eso se vuelve un poco intangible– para que alguien llegue a su casa triste y se encuentre una historia que le dé alegría o esperanza o emoción, llegue desencantada y se emocione o le dé curiosidad la vida. Y eso yo no lo sé mientras escribo. Lo intuyo, pero siempre se escribe con incertidumbre. Eso no lo sabía de niña, pero tampoco crean que de chica sabía que iba a ser escritora. Para empezar, nadie quería ser escritor. O sea, mi papá escribía y escribía muy bien, pero no ganaba nunca un centavo por hacer eso. Tenía que vender coches. Su pasión eran los coches y estudió ingeniería automotriz en Italia. Pero cuando llegó a México, pues no tenía dónde, dónde trabajar, que no fuera vendiendo coches. Entonces él se llamó a sí mismo el mísero vende coches. Nunca se llamó escritor. Mi mamá, que era una gran contador de historias y que generó dos certidumbres que yo me he pasado la vida combatiendo. Mi mamá decía Hija, la vida es difícil y no todo se puede. Yo me pasé la vida luchando contra esas dos certezas. Claro que se puede todo. Y claro que la vida no es difícil y nada más es cosa de enfrentarla. Bueno, ya llega la edad en la que acepté y aconsejo. La vida es difícil y no todo se puede. Sin embargo, es preciosa y hay que ir haciendo lo que se va pudiendo. Eso es lo que hice al escribir.

12:21
Chico. Hola, Ángeles. Antes de ser escritora, eres periodista. Quisiera saber cómo es, cómo esta carrera influyó en tu quehacer periodístico. Y cómo influyó en tu quehacer literario.

12:34
Ángeles Mastretta. Mira. Un escritor siempre es periodista porque siempre anda buscando algo nuevo, siempre algo anda buscando algo que le cuenten o siempre anda buscando dentro de sí qué le pasa. Tuve un papá que cuando yo era niña escribió un artículo semanal en un periódico porque nunca le dieron bien a bien ni las gracias bien dadas. Pero que yo veía que el domingo en la mañana cerraba la puerta de un lugar en el mismo lugar que era el costurero de mi mamá. En la semana él se encerraba a escribir. Yo me sentaba en el suelo y oír las teclas me parecía que era y que había algo como luminoso en la en la actitud de mi papá. Entonces, cuando se murió y yo tuve que empezar a trabajar, porque claro, yo era una niña a la que le pagaban la universidad, pero a los tres meses mi papá se murió. Yo creo que del susto de que iba a mantener tres niños en la universidad, o por lo menos eso creí durante mucho tiempo creí que había dicho, “saben que hice bien” y que le había dicho a mi mamá, “bueno, tuvimos cinco hijos. Ay, los creces.” Entonces me quedé con la responsabilidad de trabajar. ¿Y en qué iba a trabajar sino en lo que sí creía que podía hacer contar cuentos y contarlos Pues más o menos bien? Por ejemplo, si yo tenía que decir que Leonor era una mujer preciosa, no podía decir que era una mujer preciosa. Tenía que decir de qué modo caminaba, cómo tenía la cintura, de qué color tenía el vello púbico y cómo movía las rodillas. Y entonces eso la tenía que volver interesante y tenía que hacer que la gente creyera que era bonita.

 

Estaba yo estudiando periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y empecé a inventar las tareas porque tenía que tener otros trabajos, –cuidar a unos niños en un autobús para que llegaran al colegio– y entonces me dejaban que les diría, reportear un choque, y yo decía no tengo tiempo de ir a la delegación a ver qué coche chocó, con qué coche en una esquina y entonces te inventabas, que no había internet, no había, no había manera de enterarse de que lo que yo estaba inventando era mentira. Entonces conté… Me acuerdo muy bien donde me descubrieron porque conté que un camión se estrellaba en la carretera de Toluca y se iba sobre unos borregos y el pastor lograba salvarse. Una historia complicadísima. Y el profesor, que era un escritor que se llamaba Gustavo Sainz, cuando terminó la clase repartió de regreso los trabajos y dijo Ángeles Mastretta se queda. Y cuando hablé con él me dijo “eso lo inventaste.” Y le dije “sí, profesor.” Ahí aprendí que estaba yo inventando. Y entonces por eso, cuando me propuse para hacer periodismo, lo que dije es ¿saben qué? Yo, ¿qué? ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿por qué? Me cuesta mucho trabajo decirlo. Me cuesta menos trabajo decir por qué y qué imagino que pudo pasar o que derivo de lo que vi. Y entonces empecé a hacer artículos todos los días, textos todos los días, sobre lo que yo veía. Pero nunca dije esto es verdad y absoluta. Pero empecé a contar la vida de otros dando testimonio que es una manera de hacer periodismo, dando testimonio y pidiendo ayuda.

 

Era una época preciosa en donde cuando yo llegaba al periódico que iba todos los días, porque no podías mandar tu artículo por el internet, entonces tenía una parte importante de mi trabajo era escribir el artículo, luego llevarlo al periódico. Entonces, cuando llegaba ahí había un montoncito de cartas con historias en las que la gente me contaba cosas y me pedía cosas. Vino un editor o un hombre que había comprado un editorial y me dijo que quería ver si yo podía ayudarlo a encontrar escritores que quisieran publicar en su editorial. Imagínense, eso ahorita hay filas de gente que dice yo quiero ser escritor, del mismo modo en que hay filas que dice que quiere ser cantante, es que yo quiero cantar rock o yo quiero salir en el teatro, yo quiero escribir un libro. No es fácil, es muy difícil, es complicado y no es glamoroso. Tiene momentos glamorosos, tiene momentos en que yo tengo la fortuna de que ustedes me vean y me pregunten qué hago. Pero la verdad es que normalmente es una profesión solitaria. Uno escribe preguntándose a quién le va a importar.

 

Si yo hubiera sido cantante, cosa que me hubiera encantado hacer, pero no resultó fácil. Probablemente me hubiera yo enterado de que era desentonada. Pero cuando uno escribe no lo sabe, lo sabe hasta que otros lo leen. Y el otro tenía que ser el editor. Entonces le dije “No, es que yo no quiero buscar un escritor, yo quiero que alguien me encuentre”. “¿Ah, tú quieres escribir un libro, yo te lo publico” y le digo “Pero cómo sabes qué libro voy a escribir?” “No, yo te lo publico porque yo leo tus artículos del diario y ahí veo que tú escribes bien. Entonces, si tienes una historia que contar, a ver, platícame un poco”. Yo le platico. “Yo te publico tu libro”. Entonces imagínense ustedes, me dio un adelanto de 25.000 pesos, llegué, eso como al año con el editor, le di el libro, lo puse sobre su escritorio y me preguntó “Lo puedo tocar?” Y le dije “No, no, no”. Y me lo llevé otro año y medio porque claro que estaba incompleto. Entonces me lo llevé. Como eso les puedo contar otras varias anécdotas. Por ejemplo, este libro que quiero escribir de las cuatro mujeres, todo el mundo lo quiere convertir en una serie por todo el mundo. Lo que quiero decir es “ah, usted tiene esa historia. Háganos un guión”. Yo no sé hacer guiones. “Díganos usted, esta señora qué hace en su día y cómo se relaciona con los demás”. No sé. Lo voy sabiendo mientras lo escribo. Es parte del chiste. El qué, cómo, cuándo y por qué del periodismo, e lo tengo que escribir. Me lo tengo que responder cuando escribo. ¿Complicado, verdad? Sí. Pero bueno, aquí estoy contándoles cosas.

19:12
Arlet. Hola, mi nombre es Arlet Reyes, También soy estudiante de periodismo de la Carlos Septién y también escribo. Me encanta el libro de mujeres de ojos grandes, ¿cómo ha sido o qué papel ha jugado el amor en tu vida y cómo puedes expresar este sentimiento y otros a tus personajes?

19:35
Ángeles Mastretta. Yo diría que yo soy una enamorada del amor y de la fantasía, pero que todo eso sirve para escribir probablemente. No sirve para estar viva. Para estar viva te tienes que ir comprometiendo con alguien y trabajar el amor todos los días. Pero yo era una fantasiosa. Fíjense ustedes cuando yo llegué a México había crecido con la idea de que la virginidad era algo muy importante que había que cuidar y de repente cuando llegué a México resultó que si yo quería ser libre y quería ser cabal, tenía que volverme como un hombre, porque ellos sí tenían acceso a muchas cosas que yo no tenía. ¿Qué hacían los hombres? Decían “Buenas tardes”, dormían con alguien. Entonces yo dije yo voy a ser igual, no faltaba más. Es cosa de… Pero claro, como al mismo tiempo estaba yo educado en que me tenía que enamorar, entonces me enamoraba de la gente con la que dormía y era una tragedia griega. Cada semana. Porque, en efecto, fui capaz de inventar muchas personas. De ver guapos a los feos, sobre todo de ver inteligentes a los tontos. Se me daba muy fácil. Entonces todo eso pasaba mientras iba yo aprendiendo en dónde quedaba el amor pasión, en dónde quedaba el sexo, en donde quedaba el amor paciencia, y en dónde quedaban los tres juntos. Y eso pasa muy pocas veces en la vida. A veces te pasa y lo pierdes.

 

Yo creo que yo por lo menos dos de esos amores que inventé eran ciertos, pero fueron inasibles. Entonces, bueno, aprendí a sobrevivir esas pérdidas a las que has sobrevivido tú y a las que seguramente o han sobrevivido o van a sobrevivir todos ustedes. Porque todo el mundo tiene una pérdida en la vida. No nada más de las llaves, el teléfono, la dirección, el futuro, pérdidas de amores que son horribles. Bueno, pues ¿como las pones en los en los ojos de otros, en las historias de otros? Sintiéndolas, conociéndolas. Al mismo tiempo, encontrándole salidas más o menos airosas. Como hay una historia de las mujeres de ojos grandes, de una mujer que padece porque tiene un novio y está muy culposa, porque tiene un novio, porque quiere mucho también a su marido. Y entonces un día viene regresando de ver al novio, y viene por la carretera y ve a su marido que viene también en el coche y dice qué barbaridad. Se asoma así y sobre las piernas del marido va la cabeza de alguien más. Entonces ¡ay que bueno! ya que ya que habla ese tipo de cosas uno las va inventando para también para sobrevivir. ¿Sabe?

 

Siempre escribir ayuda. Cuando alguien me pide una recomendación. ¿Oiga, y usted qué cree que debo hacer? Escriban. Aunque no sean escritores o porque no lo son, pero escriban una frase al día. Hoy estuvo horrible. Hoy llovió. Hoy me cambié los anteojos. Hoy estoy desolado. Hoy estoy feliz. Algo, pero cositas. Sobre todo los salvajes que quieran ser escritores, pero también los que quieran acordarse cuando tengan 70 años y sentarse en una mecedora o en esta silla y evocar con alegría su vida y tener cosas que contarse. Yo tengo un anecdotario. Lo empecé a escribir como por ahí de los 40 años y lo voy a leer cuando sea grande. Estoy esperando a ser grande, debo decirles. Se acuerda uno de cosas muy interesantes. Ayer justamente que estaba pensando qué contarles, leí unos pedacitos del anecdotario y entonces me acordé de la adolescencia de mis hijos. Mis hijos van a tener muy bien documentada su adolescencia, yo la mía la olvidé, pero Catalina, de quien se enamoró en tal fecha y Mateo de quien este abandono lo abandonó tal otra fecha, todo eso lo van a saber. Yo no sé si lo van a querer leer, porque además son muchísimas páginas y no sirven para nada más que para que yo las relea cuando sea vieja, yo creo que hoy mismo voy a empezar, queridos, porque ya se me está haciendo tarde. Entonces, si encuentro algo agradable voy a empezar a contárselos. Como ven. Voy a empezar a escribirlo, voy a decir miren, en junio del 2003 pasó tal cosa. Es divertido y es divertido verlo. ¿Saben? Bueno, todo para incitarlos a que escriban todos los días algo, lo que se les antoje. ¿Qué más? ¿Qué más? Aquí hay un preguntón que tiene cara de preguntón todo el tiempo.

24:53
Anastasia. Hola, Ángeles. Este. Mi nombre es Anastasia. Me da mucho gusto conocerte y mi libro favorito es Arráncame la vida. La leí en el 2009 y me identifiqué mucho con Cati porque en esa época se me murió un novio que tenía y la he leído como diez veces. Me gusta muchísimo. Me sé varios diálogos. Es mi libro favorito, pero mi pregunta es ¿Mientras lo escribías llegaste siquiera a pensar que pudiera ser como una referencia literaria y un éxito?

25:38
Ángeles Mastretta. No, no, para nada. Lo escribí porque yo crecí oyendo la historia de un cacique que ya se había muerto cuando yo nací, pero de todas maneras, cuando empecé a buscar datos sobre él, la gente bajaba la voz 40 años después. No dije “Eso no lo cuentes aquí”, me dijo una señora “No, de aquí no se habla de eso”. Entonces dije no, este debe haber sido un peligro muy serio. Entonces empecé a buscar y tuve por supuesto que inventar al personaje, aunque mucha gente no me lo cree. Pero claro que está inventado. Algunas cosas son ciertas, pero nada más hay atisbos. Nunca tuvo una mujer bravía que lo desafiara o que tuviera un novio y se fuera. Eso todo lo inventé yo. Pero la idea de que había este poder de tal modo absoluto del que hemos ya pasado varias veces por él en esa ciudad tan chica, tan amedrentada, me pareció muy interesante de contar. Ni he querido ni creo que podría repetir. No me valdría la pena. Ya esa historia, esa contada. ¿Y cuando la gente te dice oye, no quieres continuar la historia? No. ¿Y no quieres hacer un spin off a ver qué le pasaba? No, esa es una cosa que ya se completó y que yo agradezco muchísimo que tú hayas querido y que te haya gustado y que puedas volver a leer. ¿Yo debo decirles que la volví a leer, no cuando hicimos la película. La volví a leer ahora que la leí para voz viva de la UNAM y me divertí muchísimo y lo leí como algo que había escrito alguien más y decía qué divertida esta mujer que escribió esto. Ya no era yo, ya no era yo.

Y ahora que volví a leer Mal de amores porque mi hija hizo los guiones para hacer una serie que está ahorita filmando y ella tuvo que crecer personajes, tuvieron que pasar otras cosas. Entonces yo cuando leí los guiones dije ¿esto pasa en el libro?, entonces fui a leer el libro y encontré que la familia Sauri era un encanto y que hablaba sobre la guerra, sobre la vida, sobre la violencia, con un montón de certidumbres que yo ya no sé si tengo, pero que estuvo perfecto. Y yo por eso digo que cuando me dicen ¿usted en quién pensó cuando escribió en Diego Sauri? Yo digo en mí, ¿y en Milagros Veytia? en mí ¿y en Daniel Cuenca? en mí, todos estos personajes, yo soy todos esos personajes. Es un gran lugar común, es un gran lugar común que un escritor diga que él es su personaje. Flaubert dijo “Madame Bovary soy yo”. Y es verdad que uno va haciendo como sus personajes, los va inventando y se va quedando con ellos y por eso los extraña como una parte buena de sí misma. Ayer leí un texto que escribí hace muchos años. Muy chispa que se llama Los conversadores y que empieza contando cómo yo en realidad el mundo podía estar dividido entre la gente que conversa y la que no sabe conversar. ¿No les pasa a ustedes que hay gente que cuando empieza a conversar ustedes empiezan a decir ya que se acabe esto? Porque empieza a decirte “fíjate que tengo una amiga que tiene unos tenis blancos, mi amiga es una amiga de otra amiga que tú sabes que es amiga. Lo que tenía es un papá, que quién sé yo” y no quiero, no quiero seguir esta historia. Estaba yo en los tenis, pero en cambio hay gente que te empieza a contar que alguien tiene unos tenis blancos, estás prendido de su historia. Ese es un buen conversador. Y los conversadores nos encontramos, nos descubrimos.

 

Yo cuento ahí la historia de un conversador que me encontré por teléfono porque hablé, marqué un teléfono y dije “¿Es ahí donde dan clases de gimnasia?”. Y me dijo “No”, Ah, bueno, “entonces adiós”. “¿Pero por qué quiere colgar?” “Pues porque usted no da clases de gimnasia”. “¿Pero usted por qué quiere tomar clases de gimnasia?” “Pues por qué he engordado”. “No me diga usted. Pues lo dice usted porque es mujer. Todas las mujeres dicen que llegan engordar. ¿Usted ve telenovelas?” “No”. “¿Entonces por qué engordaron las caderas?” “No sé”. “Porque ustedes siempre creen que los hombres vemos telenovelas” y así arrancan una conversación absurda y muy simpática. Bueno, eso también es divertido de escribir ya no se me da como se me daba. Pero también es divertido. ¿Ya acabamos con la pregunta de Arráncame la vida, verdad? Podemos seguir con más.

30:23
Beatriz. Hola Ángeles, soy Beatriz Alce. Muchos de tus libros hablan del pasado, pero son muy actuales también. ¿Cómo crees que la literatura puede incidir? ¿Cómo puede la literatura ayudar a resolver muchas situaciones de las mujeres de hoy en día?

30:47
Ángeles Mastretta. Yo creo que contándote la historia de personas parecidas y a mí me sirvió escribir Mujeres de ojos grandes y noto que a mucha gente le sirvió leerlo porque esto que te pasa y que se siente tan actual, esto que pasa, que se siente tan actual. Yo estoy en guerra, yo quiero ser yo, yo estoy enojada, yo quiero ser feliz… ya pasaba antes. A veces siento que que a las niñas que ahorita tiene 20 años les parece que nada de esto había pasado y que lo están fundando todo y yo quedo como una anciana amargada cuando digo que no es verdad, que es cierto que ellas están fundando muchas cosas, pero que ya otras hicimos un camino y otras y otras lo hicieron desde hace mucho. Este camino de las mujeres es un camino que empezó cuando, cuando tejían y conversaban. Es un camino que vivieron mis antepasadas dando sus aparentemente pequeñas batallas. Salvándose. Entonces, yo sí creo que hablar del pasado importa, que importa mucho y que redime saber ¡Ah! aquí había alguien que la estaba pasando igual de mal que yo. Aquí había alguien que brincó esto.

 

A mí sí me gusta indagar en el pasado, lo reconozco. ¿Y por qué? Porque muchas de las cosas. Porque el pasado es encantador. Porque todo lo que pasó creemos que quedó resuelto. Y yo creo que en el momento en el que estamos, en el momento en el que está el feminismo ahora, que es un feminismo con razón, muy dolido y muy enojado. Pero también tienen que reconocer que la posibilidad de que peguen ese grito, de que se enojen de esa manera, está fundada en el trabajo y la energía de otras personas. Descubrí hace poco tiempo a una mujer que se llamaba Elvira Galindo, a los 15 años. Estudió para ser maestra y estaba dando clases y a los 15 años se fue a la revolución como si nada. Y a los 40 seguía luchando para que se concedía el voto a las mujeres. Esta pobre criatura lleva 35 años tratando de convencer a los hombres a los que había acompañado en calidad de de guerrillera, caminando junto a los caballos de que las mujeres tenían, teníamos derecho a votar. Estas batallas ya las dieron otras y eso es importante saberlo. Y también es importante que lo sepan los hombres para que no se sientan agraviados y también para que se sientan a salvo los que no son unos asesinos ni unos golpeadores, ni unos hijos de la fregada, son gente buena, trabajadora, amorosa. Hay muchos hombres así. Hay que pensar bien y contar con ellos. Yo les aplaudo, a ustedes.

33:57
Sofía. Hola Ángeles, mi nombre es Sofía Torreblanca. Es un gusto estar aquí. Es un gusto escucharte. Soy una gran admiradora de varias de tus obras y Mujeres de ojos grandes fue un libro que mi papá me regaló y que yo descubrí ahí también mi amor por la literatura y por los libros. Entonces te agradezco mucho eso. En tus obras has creado personajes femeninos fuertes y poderosos. Mi pregunta es ¿tú te consideras una mujer fuerte y cómo has sobrellevado los momentos difíciles en tu vida?

34:36
Ángeles Mastretta. Pues mira. He sido fuerte muchas veces, pero también muchas veces he sido débil. Estamos hechos de contradicciones y muchísimas veces de nuestras debilidades sacamos fortalezas. Yo tuve la beca en el Centro Mexicano de Escritores. Conté un libro que es la hora en que no cuento, pero cuando pedí la beca la pedí con esa historia y había puros hombres y yo. Y mis maestros eran, voy a presumirles, Juan Rulfo, Salvador Elizondo y el presidente de la Academia de la Lengua, que se llamaba Don Francisco Monterde y mis compañeros eran Luis González de Alba, Francisco Serrano. Mis compañeros eran una bola de salvajes. José Joaquín Blanco. Y entonces yo quería contar esas cosas de las que a veces hablo y que agradezco mucho que ahora les gusten, pero en ese momento no vayan a creer que tanto. Entonces contaba yo con la generosa solidaridad de Juan Rulfo, que dijo, “Esa pobre chamaca, la están molestando mucho”. Entonces él decía, “a mí me gustó lo que escribió María de los Ángeles”. Tampoco creen que especificaba más. Yo ya quedaba muy contenta, pero los demás seguían diciendo. Y Salvador Elizondo decía cosas como “Eso que ya escribiste, eso que escribiste ya lo dijo mejor Joyce con Molly Bloom”. Pobre de mí.

 

Bueno, entonces digamos que ese fue un desfalco. Diez años no escribí. Diez años, decidí en eso cuando terminó el año que empecé, escribiendo cinco, cinco páginas o diez cada entrega, y acabé escribiendo un renglón, dije “Yo ya no escribí novelas. Qué bueno que soy periodista, que bueno que hago periodismo porque ya no voy a escribir novelas”. Ese fue un desfalco. ¿Como me compuse? Con el tiempo. Un buen día dije pues voy a escribir este libro y lo voy a contar así y a ver cómo lo va. Yo lo escribí para mis 30 amigos, para 100 para 200. Me publicaron 2000 ejemplares. Era mucho, eh, Hace 37 años, 40. Era muchísimo publicar 2000 libros. Los que vendían mucho vendían 25.000. Y mi libro nació afortunado. Vendió 50.000 libros en México el primer semestre y luego, pero sobre todo se empezó a vender en Alemania, en Francia, en Italia, en Argentina. Empezó a tener éxito en muchas partes y mucha gente me dijo “está bien lo que haces” y eso pues es un abrigo, sin duda. Al mismo tiempo te atemoriza, pero en ese momento fue un abrigo, porque además la gente ni se diga la de Puebla, que consideraba todo menos que eso fuera literatura, dijo, “Ah, mira, este escribió un libro, está interesante lo que escribió”. Entonces a ese tipo de desfalcos sobreviví con bastante donaire. Al desfalco de de escribir en una redacción donde solo había hombres, la verdad, sobreviví, no sé si con ingenuidad o con o con sabiduría de la fácil.

 

Yo crecí, para volver a la infancia, yo crecí en un mundo de primos en donde todos nos hablábamos a esta distancia. Nos empujábamos. Nadie decía las niñas no se suban a los árboles, nos subíamos todos a los árboles, nadábamos todos en la misma fuente, nos empujábamos como iguales y de pronto vine a descubrir que no, que las mujeres no éramos iguales, que las mujeres teníamos que ser cautas, que teníamos que hablar de otra manera, que teníamos que ser sensibles y cariñosas más que los hombres, que los hombres podían no serlo. Ese descubrimiento para mí fue terrible y era yo muy chica cuando vine a descubrir que así no se podía ser. Y luego hay sufrimientos de los que te repones porque la vida es generosa. Cuando nació mi hija se estaba muriendo. Yo dije “Si esta niña se muere, me voy a morir yo también”. Bueno, no se murió. No sé qué hubiera sido de mí si se muere, pero lo que sí aprendí es a solidarizarme y compadecer con toda mi energía, con las mujeres que han perdido un hijo. Porque lo entiendo. ¿Qué más he hecho? Venir aquí. Y no crean que es fácil, porque ustedes están esperando que yo diga cosas inteligentes y yo estoy esperando decir cosas inteligentes y no siempre es posible acertar. Pero bueno, es cierto en sus sonrisas y esa es una ganancia. Muchas gracias.

39:23
César. Hola, Ángeles. Eh, Es un gusto estar aquí. Poder escucharte. Mi nombre es César la Riva. También soy estudiante de periodismo y también escribo. Intento escribir y la pregunta que te tengo es, en tus cuentos los que he podido leer hay muchos, eh, pues notas como de ironía en estos y pues me preguntaba ¿qué piensas de la importancia del humor en la vida diaria y en la literatura?

39:55
Ángeles Mastretta. No, ya me preguntaste una cosa que he tratado de responderles todo el tiempo. Creo que si uno no vive la vida con humor, vive perdido. Y creo que como escritor, encontrar el humor y contárselos a los otros, buscar que alguien se ría contigo es lo más importante. Creo al tiempo en que el humor salva el melodrama. Uno podría haber dicho que Arráncame la vida es un melodrama, pero no es un melodrama porque está contado con ironía, porque ella se está viendo a sí misma con risa. Si no nos hubiera contado una telenovela y hubiera sido un un solo un dramón. Y aquí hay de todo porque está jugando. Yo, entre otras cosas, escribo para jugar. Jugar es importantísimo. Y yo digo que a mí me gusta jugar a las montañas, a los pájaros, a que soy, a que salto de una ventana a la otra, a que me convierto en un pescado, bueno, en un pez, porque en un pescado es terrible convertirse. Pero me gusta jugar y entonces creo que sí uso el humor constantemente, pero luego lo uso para vivir. Ahora tengo una hermana que es así, es la reina. Esa es otra manera de aprender a tener humor. Sobrevivir a una hermana que no, no tiene humor. Es el humor mismo. Entonces es tremendo, tremendo. Este es como vivir bajo una lupa. Y sobre todo cuando era niña, yo tenía menos humor que ella y ella lo tenía siempre. Pero mi familia lo tiene. Nosotros las tenemos catalogadas en Verónica, Marcela, mi Alicia, mi abuelo y todos tenían la ironía en la punta y siempre era era difícil ir sobreviviendo a eso y una manera de sobrevivir, de encontrar cómo hacer lo mismo. Y entonces yo se lo recomiendo, ¿eh?

 

Sí, se los recomiendo cuando estén en el colmo de un dramón, véanse desde otro lado y sepan reírse. Bueno, me van a decir “Oye, se murió mi mamá, ¿cómo de qué quieres que me ría?” Pues de las cosas que eran simpáticas en ella y que vas a extrañar siempre. Yo me acuerdo de mi mamá diciéndome que la vida es difícil y me río de mí diciendo no, no, no, no, no. Está padrísima la vida, No me hagas esas cosas, no me digas que es triste y así ahora tengo un ser muy querido que está desolado con el desamor. A ese sí, no he logrado convencerlo de que se ría. O sea, es una gran frustración no conseguir que alguien no se ría, que alguien se ría. Pero bueno, creo que el humor es muy importante cuando uno escribe y creo hay una cosa también muy importante. ¿No les ha pasado que hay gente que se cree chistosa y se ríe de sus chistes cuando va la mitad de lo que va a contar? Qué cosa más desagradable. “Es que fíjate que yo tenía un perro”. Todavía no sé por qué se está riendo. Y entonces también la ironía tiene su tiempo. La ironía tiene sus tiempos. El chiste es irse lo encontrando. No puedes, este, fascinarte con lo que dices antes de terminar de decirlo. Esa es otra destreza.

43:40
Raymundo. Ángeles. Bueno, primero que nada, un gusto saludarte. Mi nombre es Raymundo Esquivel, sobre todo agradecer que hayas compartido con nosotros tus vivencias y tus experiencias. Creo que para todos los que nos interesa la literatura, pues nos emociona muchísimo. Ahora me gustaría preguntarte, eh, tus letras han traspasado este barreras del idioma, incluso no, incluso han llegado hasta la pantalla grande. ¿Qué se siente ver que le dan vida a estas historias?

44:10
Ángeles Mastretta. Que viajen a otros idiomas es rarísimo. Es emocionante también que viajen a otros países, que pronto llegues a Argentina y haya un auditorio de 3000 personas. ¿De donde salieron? y me dijeron que iba a haber 3000 personas, pero yo no lo creí. O que, que llegues a Italia y haya un jardín lleno de gente que te quiere oír y que tú no hables el idioma de tu papá y de tu abuelo, más que tartamudez. Todas esas son emociones, eh, raras, lindas, emocionantes. Ver los personajes convertidos en realidad es muy… A mí me emociona. A mí me ha dejado muy contenta. Con Arráncame la vida que a ustedes les gusta mucho este primero yo veía los actores cuando estaban probándolo y decían no, no, no, así no era Ascencio. No, no, no, no, no, Catalina está muy flaquita y no, no, no. Bueno, todos acabaron siendo extraordinarios. La verdad es que estuvo… Yo creo que estuvieron muy bien. Claro, no está en mí elogiar lo que hicimos, pero yo estuve contenta con eso. Y ahora con Mal de amores, ya veo, ya estos niños, porque son niños. Yo creía cuando yo escribí ese libro que tenía 40 años, pues me parecía que los personajes eran adultos, pero no, ahora resulta que la mamá de Emilia Sauri, esa es la de mi hija, tiene 40 años, Cassandra Ciangherotti tiene 40 años y Josefa tiene 40 años y los niños tienen eso, 19, 20. Están llenos de energía y están metidos en sus personajes y me preguntan ¿qué siente usted de ver vestida así esa niña como usted se imaginó o qué siente usted cuando hablan así? No me han preguntado qué siente usted cuando los ve filmar, cómo hacen el amor. Pero es muy emocionante y muy complicado decir ¿yo escribí eso?, o esto están mejor de lo que yo lo escribí.

 

Entonces, si uno… todo el mundo tiene una novela cargando, todos ustedes, cada quien tiene su propia novela. Cada quien carga con sus personajes. Verlos de pronto convertidos en realidad, ver de pronto que alguien sale de tu mamá o de tu hija es muy bonito, es muy emocionante. Pero piensen ustedes, para ustedes. Ustedes cuéntense su vida. Ustedes vivan su vida como si su vida fuera una novela y como si tuviera que estar llena de aventuras y como si fuera digna de contarse. No, como que qué aburrido está el día de hoy, como si fuera digno de contarse. Uno tiene que vivir como si tuviera algo que decirles a los demás. Siempre hay algo que decirles a los demás, no nada más si lo va a poner por escrito, si los camina, si va por el mundo, si abraza a los demás. Yo creo que eso tengo que decirles, además de que estoy muy, muy agradecida con todos. Creo que es momento de que yo me pare y les dé las gracias bien dadas. ¡Qué bonito! Gracias. Muchas gracias.