“Todo cambia, pero la amistad verdadera permanece”
Julián Herbert
“Todo cambia, pero la amistad verdadera permanece”
Julián Herbert
Escritor y poeta
Creando oportunidades
“Escribo para entender el mundo”
Julián Herbert Escritor y poeta
Julián Herbert
Julián Herbert es un escritor y poeta mexicano cuya obra se caracteriza por su exploración de la condición humana y las relaciones personales. Nacido en Acapulco en 1971, Herbert ha desarrollado una carrera literaria que abarca poesía, narrativa y ensayo. Su libro "Canción de Tumba" es una novela autobiográfica que aborda temas de familia y memoria, y ha sido aclamada por su honestidad y profundidad emocional. Herbert también ha incursionado en la escritura para medios audiovisuales, colaborando en proyectos como la serie "La Máquina".
Su enfoque literario se nutre de una curiosidad insaciable y una capacidad para encontrar belleza en lo cotidiano, lo que le ha permitido conectar con lectores de diversas generaciones. Además, Herbert es un ferviente defensor de las bibliotecas públicas, reconociendo su papel crucial en su formación como lector y escritor. Su obra refleja una constante búsqueda de sentido en un mundo complejo, utilizando el lenguaje como herramienta de autoconstrucción y comunicación.
Transcripción
Y creo que para mí contar esto, aquí de entrada, me ayuda a pensar en cómo he escrito, cómo he pensado las historias que cuento, cómo he caminado a través de los poemas, pensando en que hay una cosa ahí que nunca está del todo cerrada, que hay algo siempre abierto y que, de algún modo, eso es lo que nos comunica mejor. Porque no se trata de construir información, de dar datos y de, digamos, dejar una historia cerrada, sino que esa apertura, esa falta de cerradura que tienen las anécdotas, las historias, las experiencias, eso es lo que compartimos. Porque en el fondo, todos los que estamos aquí sabemos que nuestra historia no está cerrada, por más que quisiéramos que sí, que tuviera como ese principio y final que nos hacen mucho sentido y nos dan como cierta tranquilidad. Creo que la narración se trata, entre muchas otras cosas, de construir esa emoción enigmática de cómo habitar un lugar que sabemos que no está del todo cerrado y poder hacerlo con algún grado de seguridad. Y, pues, nada, yo soy Julián Herbert, estoy muy contento de estar aquí con ustedes y podemos empezar a platicar.
Me gustaría contarles muy rápido un detalle que para mí fue de algún modo descorazonador, pero luego me sentí optimista con eso. Hace unos años me casé con Silvia. Mi esposa es una gran lectora. Y en algún momento me di cuenta que ella leía increíblemente más rápido que yo. Y eso me pareció así como, pero yo pensaba que era muy brillante, ¿no? ¿Cómo es posible que ella lea muchísimo, muchísimo más rápido que yo? Y lo que entendí en ese momento es que una de las cosas que te hacen más inteligente quizá o que te acercan mejor a las herramientas de conocimiento que tienes es ese tipo de carencias. Saber que no tienes todas las habilidades contigo. Porque hay un ensayo de Tony Jasnowski que aborda el tema de la estupidez, así lo llama él, como herramienta de conocimiento. Y la noción es que aquello que sabes en lo que no eres como muy sagaz, te tienes que fijar dos veces. Y creo que ese es el principio para el desarrollo, por ejemplo, de grandes sectores de la creatividad, pero no es para la literatura. Para mí ha sido fundamental esta idea de que como no lo entendiste a la primera, tienes que fijarte otra vez. Tienes que poner un poco más de atención. Y a veces no es ir más rápido, sino ir más lento. Y esa sensación de ser un poco lento a mí me ha ayudado mucho a aprender de la literatura. La sensación de que no termino de entender las cosas. Y creo que, y esta charla podría ser mucho acerca de las cerraduras. Creo que eso es uno de los aspectos en los que uno se abre al mundo también. Trabajar con la idea de que no las tienes todas contigo. Hay un hexagrama en el I-Ching que es trabajar en lo echado a perder. Y esa idea que puede ser acerca de la reparación de objetos, acerca de la reparación de vidas o de mejorar un platillo que estaba saliendo pésimo en la cocina. Creo que todo eso conecta con el, sí, con este pensamiento de una cierta lentitud. Para mí ahí es donde está ese vínculo con la cultura.
Es como cuando uno se va de paseo o sales a caminar, a flanear, a pasear por la calle y a ver qué te vas encontrando y qué vas descubriendo. Y creo que la experiencia de la poesía tiene eso para nosotros, tiene eso que darnos. La sensación de que el mundo es más amplio, de que el lenguaje es más amplio, de que la conciencia se puede expandir y que al mismo tiempo eso puede ser muy ligero. Un ejemplo de esta idea de la dirección que tiene el lenguaje dentro de la poesía, para mí, hay un verso de José Lezama Lima que me ha obsesionado desde la juventud y utilizo casi como un koan para meditar en los últimos años. Y el verso dice, la luz es el primer animal visible de lo invisible. Y puede parecer, a mí me parece muy extraño, una de las cosas que más me gustan de ese verso es que nunca he terminado de entenderlo. Pero lo que subyace ahí, primero, para mí, es que la noción de que la luz, que es un principio de la física, actúa como un ente biológico. Es decir, es un animal. Esa conexión de reinos me interesa.
La idea de que sea un primer animal de un reino desconocido abre como casi una puerta a la literatura fantástica, ¿no? Pero está contenido en un espacio muy breve. Dice que es el primer animal visible de lo invisible. Y entonces, eso supone que existe una zoología de lo fantástico que está detrás de la luz. Y desde la primera vez que leí ese verso, yo veo hacia la luz con esta intención de ver surgir todo un reino de animales extraños y que surgen de lo invisible. Y al mismo tiempo, está esta noción de que, bueno, pero la luz es visible. ¿Cómo está su relación con la invisibilidad? Y yo podría, no sé, escribir una novela fantástica entera, solo de pasarme unas horas reflexionando o meditando acerca de este verso que es, para mí, al mismo tiempo, incomprensible, luminoso, liviano y profundo.
Desde hace algunos años trabajo escribiendo para medios audiovisuales. He trabajado con directores de cine independientes. He trabajado con empresas que, por ejemplo, trabajé con La Corriente del Golfo y Hulu para hacer esta serie de televisión que se llama La Máquina. Y las cosas que he descubierto en ese proceso son, por una parte, el trabajo en colaboración. Yo hago música y he estado escribiendo guiones. Y en ambos ámbitos lo que más disfruto es la idea de que no puedo trabajar solo, que tiene que haber esa colaboración. Que para mí es una intuición que ya estaba en la literatura, porque siempre que escribo estoy pensando en algún tipo de lector. No de manera complaciente, más bien pienso en el lector como una especie de cómplice, de alguien con quien discutir. Hay una cierta también como esa cosa fraterna y familiar. Pero cuando escribes para cine, por ejemplo, eso se vuelve muy práctico y muy real. Y tienes que estar discutiendo cómo va un diálogo con un colega sentado al otro lado de la mesa y por qué una situación si funciona o no. Incluso en alguna escena con Gabriel Ripstein y David Gaitán, hablábamos de, el personaje, estaba escrito que el personaje tiene que subirse a un automóvil. Y entonces, bueno, pero iba a hablar con quien es su chofer. Y entonces, es bueno, pero se sube en el asiento de adelante y no en el asiento de atrás. Porque eso nos dice muchísimas cosas de quién es este personaje. Y cuál era la imaginación que cada uno tenía sobre ese momento.
Eso para mí es muy rico acerca de cómo podemos contar también una historia determinada, porque dices mucho de un personaje con una acción así de simple. Ahora, con el paso del tiempo, primero fui nutriéndome del cine para construir literatura. Y esa relación de dependencia es un poco una ilusión de nuestra cultura. Me parece que un ejemplo para mí muy preciso es El resplandor, The Shining, de Stephen King, que tiene una vida específica como novela y tiene una vida completamente distinta como obra cinematográfica. Y son casi dos objetos narrativos diferenciados. Pensando, por ejemplo, en El Señor de los Anillos, yo ahí sí amo los libros y amo las películas. Y creo que cada una tiene su peculiaridad. ¿Cuál es esa peculiaridad? Creo que en el caso específico de Tolkien, ahí está ir hacia atrás en el tiempo. Hay una base preconstruida que es de tipo lingüístico. Tolkien trabaja mucho cómo va a ser el lenguaje del que viene en estas historias. Y también la mitología, todo lo mitológico que está en el pasado. En cambio, lo que hizo Peter Jackson fue trabajar con ese mismo detalle el momento presente. Por ejemplo, mandó a hacer cubiertos que iban a estar en los cajones de alguna de las escenas que iba a filmar, aunque ese cajón nunca se abriera y no salieran las cosas. Entonces, el impulso es parecido, pero el mecanismo para producir esa sensación en el objeto narrativo es completamente distinto. Creo que ese sería el modo de pensar en los objetos narrativos. ¿Cuál es su materialidad inherente y cuál es la información que los nutre de manera, cuáles son sus ríos subterráneos?
Ella escribía en cuadernos muy delgaditos, de espiral. Y él en unos diarios así, súper gordos y solemnes. Pero los dos tienen una cosa en común. Y es que donde están escribiendo sus obras de teatro, novelas, crónicas, en algunos rincones hay sumas. Todo el tiempo están haciendo cuentas para ver si les va a alcanzar el dinero para llegar a fin de mes. Los dos. Esas son las anécdotas que tienen que ver con el mundo del trabajo y el dinero. Hay una anécdota que tiene que ver con la fraternidad de los escritores que me gusta mucho. Carlos Fuentes la cuenta en el prólogo a La vida está en otra parte de Milan Kundera. Y lo que cuenta es que un día estando en París, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar decidieron ir a visitar en tren a su amigo Milan Kundera.
Así que se subieron de noche a un tren y se pusieron a beber juntos. Fueron conversando. Sería lindo conocer esa charla, pero no sabemos de qué iban hablando. Supongo que de Latinoamérica, sus libros. En fin, llegaron, por supuesto, pues sintiéndose bastante mal a la mañana siguiente con la cruda. Y fueron a buscar a Milan Kundera. Y Milan Kundera los vio con compasión, al parecer. Y les dijo, vengan, los voy a llevar a unos baños de vapor. Y los llevó a unos baños de vapor. Estuvieron ahí sudando un rato. Y de pronto, en algún momento, Milan Kundera abrió una puerta redonda que estaba al fondo de los baños. Les dijo, síganme. Y ellos quisieron ir hacia la siguiente habitación. Y resulta que la siguiente habitación era un río congelado. Y entonces, Milan Kundera saltó al río congelado. Y estos tres monstruos de la literatura latinoamericana se vieron el uno al otro y dijeron, bueno. Y se lanzaron al agua helada detrás de él. Y a mí la anécdota me gusta mucho porque, ¿cómo juntas a tres escritores de lengua española con un escritor que todavía en esa época escribía en checo? Y ellos están dispuestos a seguir ciegamente a un compañero de armas, ¿no? A un colega escritor. Me gusta mucho la anécdota porque creo que lo que dice en el fondo es que quienes escribimos somos una cofradía de artesanos y nos tenemos mucha fe, a pesar de que se diga que hay muchos odios entre nosotros. A veces es cierto, pero también hay una hermandad profunda y subterránea que recorre el planeta.
Hay un misterio profundo en cómo llegamos a ciertos libros. En mi caso, hay libros que me son sumamente entrañables, no solo por lo que entendí en ellos, sino por la sensación de que me quedaban distantes. Voy a poner un ejemplo muy específico. Uno de mis libros más amados, no como niño lector, sino como adolescente lector, es el tomo número 13 de la nueva enciclopedia temática. Ese libro estaba en la biblioteca de alguien. Y ese alguien me lo prestaba y yo podía leerlo. Eventualmente lo tuve. El tomo número 13 de la nueva enciclopedia temática. ¿Qué es? Bueno, es una antología de poesía, de literatura en general, pero es donde yo empecé a leer poesía barroca del siglo de oro. No entendía ni media palabra o más o menos media palabra de lo que leía. Pero la sensación de que tenía que hacer todo un recorrido para llegar ahí, para mí fue muy importante. Y lo siguió siendo porque en la pandemia yo quería que mi hijo leyera ese libro que a mí me había dicho cosas cuando era adolescente, cuando estaba creciendo. Y lo busqué y lo encontré en una librería de viejo y traté de comprarlo y me dijeron que no podían venderme ese ejemplar, que tenía que comprar toda la enciclopedia. Entonces, compré toda esa enciclopedia para poder darle ese libro a mi hijo. Y pienso que eso algún sentido tuvo para él. Entonces, también pienso que eso como los libros son un mecanismo de conexión. No solo son la información que está en ellos, sino otras muchas cosas que pasan alrededor.
Creo que hay un gran momento de la literatura mexicana, de la narrativa en particular. También creo que hay como una búsqueda de una especie de star system de la literatura que oculta de algún modo libros que son súper interesantes. Y pienso mucho en cuáles son nuestras posibilidades en este momento para encontrar qué leer. Yo sigo pensando que las librerías como ese espacio de gran descubrimiento y pienso mucho en las pequeñas librerías y en las pequeñas editoriales. Creo que el mundo global en el que vivimos nos ha facilitado mucho acceder a muchísima información, pero esa misma facilidad nos ha creado un enorme punto ciego para ver lo que está más cerca. En todos los ámbitos, en el cine, pero también ya no existen las tienditas de la esquina. Y entonces, las tienditas de la esquina vendían cosas que podían ser sorpresivamente deliciosas. Para mí en la literatura, esa tiendita de la esquina son las editoriales independientes y las librerías de viejo y ciertas pequeñas librerías que están en muchos lugares, a veces, semi-escondidas, esperándonos. Yo creo que este es un gran momento para buscar estos libros que podrían estar en la orilla, digamos, afuera de un cierto como “star system” de la literatura. Esos libros se los recomiendo mucho.
Hay una anécdota que he contado algunas veces sobre lo que siento acerca de la amistad. Y es, hace muchos años tuve un amigo, Víctor Palomo se llama. Y empezamos a escribir juntos. Y una vez, en una helada que cayó sobre nuestra ciudad, Víctor estaba en su casa leyendo un poema de Ted Hughes. Y el poema lo impresionó tanto que decidió ir a buscarme para leerme el poema. Y la ciudad estaba colapsada por el frío. Entonces, tuvo que ir, no había transporte público. Tuvo que caminar más de una hora en el frío para leerme un poema. Y pocos años después, Víctor y yo, no sé, rompimos la amistad. Nunca recuperamos esa conexión. Y sin embargo, ese momento sigue presente para mí en la experiencia de la vida. Y eso es lo que para mí es la amistad. Una cosa que perdura en medio de la contingencia. El mundo es contingente, pero la amistad no. Y en ese sentido, creo que es misteriosa. Casi las cosas que más me importan en mi experiencia de la vida, no las entiendo. Entonces, creo que para mí una de las claves de la amistad es esa incapacidad para reducirla al lenguaje. Hay algunas ideas, hay algunas ideas que están ahí que me dan ese sentido. Una es una idea literaria que está en Jules Supervielle y es de mis favoritas. Jules Supervielle tiene un libro que se llama Amigos Desconocidos. Y se llama así porque en el libro hay un poema que habla sobre quienes fuimos amigos sin saberlo en la infancia o en la adolescencia. Y eso es, creo que todos hemos tenido esta experiencia. Hay alguien a quien te encuentras en la vida y tienes experiencias compartidas, pero a veces en países distintos.
A veces en ciudades, a veces en idiomas. Pero cuando te encuentras, sabes que hubo algo, una experiencia que te hermana. Esa, por ejemplo, es una de las ideas de la amistad que me gustan mucho. Que hay de algún modo un lazo que trasciende lo biográfico y que tiene que ver con todos esos otros aspectos de cómo percibimos la realidad. Como, por ejemplo, el lenguaje, las emociones, una cierta disposición hacia el mundo. También hay esta forma de amistad de algún modo revelada. Yo tengo un amigo al que quiero mucho que se llama Luis Jorge Boone, es un escritor. Crecimos en el mismo pueblo, en Ciudad Frontera, Coahuila. Y nunca nos conocimos ahí. Pero nos conocimos cuando éramos relativamente jóvenes. Pero para mí esa es una amistad revelada. En el momento en que lo vi dije, este hombre y yo vamos a ser amigos para siempre. No sé por qué. Sigo sin saberlo, pero seguimos siendo grandes amigos. Y hay otro tema que tiene que ver con la amistad, que es la amistad cómo se transforma, cómo se va modificando. Tuve una amiga, Silvia, durante muchos años. Nos conocimos durante muchos años, fuimos amigos. Y cada quien hizo su vida. Y nos encontramos hace seis años y al final terminamos casándonos. Y somos un matrimonio, pero también somos grandes amigos. Creo que la amistad es eso, es sobre todo sumamente misteriosa y poderosa.
Nuestra memoria acomoda a la realidad. Todos hemos experimentado eso, que no tenemos una memoria idéntica de un mismo evento con las personas que estuvieron ahí. Pero ese grado ya de ficcionalización que pone ahí la memoria tiene otra complejidad. Y creo que hay un libro reciente de una escritora francesa, Neige Sinno. El libro se llama Triste Tigre. Este libro aborda el problema de verte como personaje y en el caso de su libro, de su ensayo, que es un ensayo personal escrito por una víctima de violación, de repetidas violaciones en su infancia. Es un relato muy duro. Lo que la autora ha hecho es situarse en el lugar del trauma. Y lo que produce el trauma es una disociación. Uno está un poco disociado de sí mismo para poder tolerar la experiencia traumática. Esto se ha discutido clínicamente, nos lo dice el psicoanálisis. Bueno, ese momento de disociación, digamos que pensarlo terapéuticamente es como reparar esa disociación. Pero pensarlo narrativamente es centrarse en cómo está hecha esa disociación y poder ver ese momento traumático, autobiográfico, como algo que le sucede a un personaje con toda la carga que eso puede tener de dolor. Yo tengo la convicción contraintuitiva de que parte de la experiencia de la literatura, más que reparar el trauma, digamos, es no dejar que el dolor se desvanezca, no dejar que el sufrimiento se vuelva nada. No es simplemente que uno se cure, es algo más complejo. Y es aceptar una herramienta para acercarse a la realidad que uno ha experimentado. Con lo que eso puede tener de doloroso, hay una parte del dolor que no se va a ir nunca. Quienes hemos tenido experiencias traumáticas lo sabemos, la mayoría de quienes estamos aquí seguro. El dolor no se va a ir nunca, pero se vuelve discernible. Pienso que la literatura autobiográfica que a mí más me interesa puede construir esa distancia. También creo que un componente, si no absoluto, sí muy significativo para construir esa distancia es el humor. Pienso también que la mejor literatura autobiográfica es aquella que es capaz de acercarse al dolor con humor.
Algunas veces he contado esta anécdota. Yo estaba en el año 2009 en el Hospital Universitario de Saltillo cuidando a mi madre que estaba enferma. Y alguien puso un reguetón en la estación de enfermeras que se llama Atrévete. Y en ese momento yo abrí mi computadora, abrí mi laptop y me puse a escribir una carta. Y esa era una carta dirigida a la madre de mi hijo Leonardo, a Mónica, en que le contaba mis experiencias de la infancia y la vida con mi madre, cosas de las que no había hablado nunca con nadie. Porque me parecían vergonzosas, dolorosas. Y después de escribir esta larga carta, la envié e inmediatamente después la releí. La releí pensando cómo iba a leerla ella. Y lo primero que pensé, porque entró, digamos, que se encendió en mí el piloto de, no de la pareja y no del hijo, no del padre, sino el piloto del escritor. Y dije, aquí hay una novela. Y lo que había no eran tanto las anécdotas, un poco sí, pero lo que había sobre todo era un tono. Y el tono era el de alguien que le cuenta algo de manera muy cercana a una persona, pero sabiendo que esa persona puede tener un cierto grado de, no sé si llamarlo cinismo, pero sí de distancia irónica frente a la realidad. Entonces, tratando de jugar para mantener la atención de esa persona con un poco de distancia irónica para no hacer la parte que tenía que ver con el sufrimiento como algo demasiado anclado en el dolor. Eso es tener como un lector o una lectora, en este caso, una lectora ideal, como una figura idealizada. Y eso es el germen de mi novela Canción de Tumba.
Mientras escribí el libro, había ese tono ahí. Años después, traté de escribir otras cosas autobiográficas y me di cuenta que tenía que cambiar el tono viéndolo desde otro lugar. Y eso es lo que creo que pasa con la experiencia de lo autobiográfico. El tono presupone un otro, del otro lado de la página. ¿Qué es lo que pasa desde mi punto de vista con el lector? Creo que el lector no sabe qué está esperando el texto, pero está esperando algo. Está esperando un cierto pacto. El lector está conectándose con una cierta perplejidad compartida. Y si tú puedes poner ahí, no solo decirle al lector, darle instrucciones de lectura, sino si como escritor eres capaz de poner ahí tu perplejidad, creo que el lector está expuesto. Porque como lectores, esa es mi experiencia de lector, lo que más me mueve es la perplejidad frente a las cosas del mundo. Lo extraño que es todo, lo difícil que puede ser y también lo encantador que puede ser. Esas son las sorpresas de las cosas simples. Dice Apolo, el compositor de tangos, soy sencillo, me emociona encontrar una pasa en el arroz con leche. Me parece que es una idea que resume de manera muy sencilla este sentimiento de la perplejidad.
El proceso de convertirse alguien en un escritor arruina un poco la experiencia de ser un lector. Porque por la misma razón que muchos cocineros ya no tienen hambre después de cocinar. Otra cosa que quisiera decir sobre la relación entre las herramientas del lenguaje, las herramientas narrativas y el narrarnos en el mundo contemporáneo, es que creo que la gran cantidad de objetos narrativos disponibles en las redes sociales, en los streamings, en distintos formatos. Y el hecho de que muchas personas que tienen un determinado tipo de celebridad hayan decidido como volcarse en la literatura, en la escritura de libros, de pronto crea esta ilusión de que en el mundo popular ya está hecha la narrativa. Mi experiencia escribiendo para series de televisión es que en realidad ahí es donde está la mayor dificultad. El pop, esta no es una idea mía, es una idea de Coatl Sandoval. El pop es sumamente técnico. El pop como música, el pop como narrativa, todo eso que nos envuelve en la cultura popular está dictado por unos cánones bastante extraños, a veces determinados por algoritmos que nos son más bien arcanos, por formas de lenguaje que están bien lejos de la comprensión inmediata de un espectador. Y el trabajo de esos discursos es producir la ilusión de sencillez y de facilidad. Entonces, a veces como aspirantes, espectadores, alguien que quiere simplemente contar una historia, una de las dificultades es aceptar lo difícil que puede llegar a ser el dominio de estas herramientas que hacen que un objeto narrativo parezca fácil.
¿Qué puedes hacer si quieres ser escritor, ser escritora? Lo primero que hay que tener es paciencia. Las cosas no se dan a la primera, no salen naturalmente a menos de que haya un talento natural que es inmediatamente reconocible. La mayoría nos tardamos un rato en llegar a lo que realmente queremos o podemos hacer y decir. La paciencia lleva una herramienta junto, que es la humildad. Un grado de humildad para armarse de esa paciencia que se requiere para llegar a ser escritor o escritora. Hay una anécdota que cuenta Stephen King en un libro suyo sobre la escritura que me gusta mucho y que creo que es un gran tip. Stephen King cuenta que un día su abuela le pidió a su tío que reparara un tornillo de una puerta. Y el tío fue al garage y trajo la caja de herramientas completa, la abrió, sacó un desarmador, apretó el tornillo, guardó el desarmador y volvió a llevarse a su lugar la caja de herramientas. Y el chico, Stephen King, le preguntó, ¿por qué trajiste toda la caja si nada más necesitabas un desarmador? Y el tío respondió, siempre hay que llevar la caja de herramientas completa porque no sabes cuál es la herramienta precisa que vas a necesitar. Yo creo que cualquiera que quiera escribir necesita no un desarmador, sino una caja de herramientas. Y hay algo que nos dicen todo el tiempo, que es que hay que leer, leer, leer. Creo que es muy importante la lectura. Pero también todo lo otro, la música, el cine, los hobbies, las colecciones. Yo pienso que alguien que quiere ser escritor o escritora, tiene que incorporar a su vida la idea de coleccionar montones de cosas, información, materiales, que a veces te dicen, ¿para qué quieres eso? En algún momento va a encontrar su lugar. Creo que quienes escribimos somos coleccionistas neuróticos de instantes.
Esa anécdota me sirve como para traerla a la experiencia contemporánea y pensar qué cosa es la valentía, qué cosa es el valor y cómo lo construimos en un mundo como este, en un país como este, con tanta violencia masculina hacia las mujeres, con tan tremenda violencia masculina contra las mujeres. Creo que en realidad eso es una, en mi experiencia, es una fragilidad no asumida, no internalizada, una fragilidad con la que no hemos podido reconciliarnos, como cultura, como sociedad. Creo que el tema es muy complejo, que es difícil y no sé, como muchas otras cosas, si puedo definirlo, sino solo acercarme a él porque también voy en el barco. Todavía no sé a dónde va el barco. Sí sé que mi proceso como alguien que escribe o que trata de ser una pareja o que tiene hijos, tiene que ver con hacer eso evidente para mí primero, tratar de hacerlo evidente para el mundo masculino en el que me desenvuelvo y de una manera quizá muy tradicionalista y anticuada, sobre todo tratar de hacerlo evidente para mis hijos.
Pienso que esa experiencia, la de la experiencia del amor, ha hecho cosas para mí como extrañas en distintos momentos. Me ha hecho tomar decisiones radicales. Casi las decisiones más radicales que he tomado en la vida, digamos que menos me han frustrado, con las que estoy más de acuerdo, tienen que ver con esos hitos relacionados con, sí, la figura, mis hermanos, la figura materna, la pareja, los hijos. Todo ese ámbito tan desgastado por el lenguaje y por el lado más cursi de la realidad también. Yo tengo muy claro eso. Hay toda una industria de la cursilería alrededor de las cosas que estoy diciendo. Pero detrás de esa industria de la cursilería hay una verdad muy elemental. Y creo que mi experiencia a la hora de escribir tiene que ver con tratar de encontrar el lugar donde algo está mal en ese circuito, pero no lo he podido encontrar. La vida parece no tener sentido. Muchas veces parece no tener sentido. Y en muchos momentos de mi vida, la vida no ha tenido sentido. Y el único sentido que he podido encontrarle es tratar de hacer algo en los demás. Tratar de hacer algo, tratar de construir algo en ese territorio ajeno que es el otro. Pienso que la capacidad de construir algo en ese territorio ajeno que es el otro es lo que de algún modo por una parte me ha movido y por otra creo que yo no podría estar aquí si no fuera por las cosas que otros y otras han construido dentro de mí.
Hay una especie de minificción de Coleridge que dice, si un hombre sueña que fue al paraíso y en el paraíso le dan una rosa y cuando despierta tiene una rosa en la mano, entonces, ¿qué? Entonces, eso es lo que dice Coleridge. Y si el paraíso fuera el amor, yo he despertado muchas veces con esa rosa en la mano.