COMPARTIR
Generated with Avocode. Path Generated with Avocode. Rectangle Copy Rectangle Icon : Pause Rectangle Rectangle Copy

¿Qué necesita tu hijo adolescente de ti?

Marcela Escalera

¿Qué necesita tu hijo adolescente de ti?

Marcela Escalera

Psicóloga


Creando oportunidades

Marcela Escalera

Marcela Escalera es una psicóloga con más de 30 años de experiencia en evaluaciones psicopedagógicas para niños con dificultades de aprendizaje, conducta y emocionales. Su enfoque se centra en el acompañamiento a padres, promoviendo un cambio de perspectiva hacia la crianza con vínculo, un modelo desarrollado por el Dr. Gordon Neufeld. Este modelo busca que los padres se conviertan en jardineros que nutren el potencial innato de sus hijos, en lugar de intentar esculpirlos según sus expectativas.

Marcela ha dedicado su carrera a fomentar la conexión emocional y el desarrollo integral de los niños, enfatizando la importancia de un vínculo seguro con un adulto responsable. Su trabajo no solo ha impactado a familias, sino que también ha contribuido a una comprensión más profunda de la naturaleza evolutiva de la crianza, destacando la importancia de la relación y el vínculo en el desarrollo humano.


Transcripción

00:04
Marcela Escalera. Hola. Hola, muchas gracias. Muchas gracias. Mi abuelita me contaba cuentos de hadas cuando yo era chiquita. Y su voz era para mí una sensación de caricia. Era un lugar seguro. Era un espacio donde yo sentía que todo lo demás se detenía y que algo mágico estaba pasando. Hoy les voy a platicar acerca de esta sensación que seguramente ustedes han tenido en algún momento de su vida.

 

Y les voy a invitar a que la podamos ver con nuevos ojos. Yo soy Marcela Escalera. Soy psicóloga. Y durante más de 30 años me dediqué a hacer evaluaciones psicopedagógicas a niños con problemas de aprendizaje, con problemas de conducta, con temas emocionales. Y mi trabajo consistía en acompañar a los papás para tomar decisiones acerca de sus hijos. Y un día estaba yo en una consulta con unos papás y de pronto los escuchaba hablar y me empecé a preguntar qué sucedería si en lugar de poner la mirada en qué debemos cambiar en ese niño, nos preguntamos cómo podríamos los papás hacer algo diferente y cambiarnos a nosotros para ofrecerle algo diferente a ese niño. Y a mí me sucedió que un día conocí un modelo de crianza que fue creada por un doctor, un psicólogo que se llama el doctor Gordon Neufeld, que vive en Vancouver. Y él creó este modelo de crianza a través del estudio diferentes enfoques de psicología, de las neurociencias, de la psicología profunda, del estudio del vínculo y creó lo que llamamos la crianza con vínculo.

 

El objetivo de la crianza de los hijos es dar las condiciones que podemos para que ellos se conviertan en lo que están llamados a hacer. Esto es muy diferente de la idea que tenemos a veces de que somos escultores. No sé si les ha pasado a quienes son papás, que a veces tenemos la sensación de que la vida nos da un bloque de mármol y nosotros vamos a esculpir a una bailarina o un futbolista o a un astronauta y nos esmeramos y nos esforzamos por hacer que sea eso. Y en este modelo que tiene una visión evolutiva, es decir, que trata de entender cuál es el plan de la naturaleza para este niño, para esta niña, para todos nosotros, nos convertimos en agricultores. En realidad, los papás somos como una especie de jardineros que recibimos la semilla de algo que va a germinar y que está llamado a hacer lo que está llamado a hacer, no lo que yo quiero. Y esto implica que voy a tener un hijo que va a ser un roble o que va a ser un rosal o que va a ser una palmera o que va a ser un cactus. Y cada uno de ellos va a ser perfecto. Y este es un gran aprendizaje porque yo creo que como papás podemos pararnos en un lugar diferente y entonces vamos a poder hacer algo diferente. Y yo espero que esta historia que hoy les voy a compartir prenda una chispa en la vida de ustedes para que también sucedan cosas diferentes. Muchas gracias por permitirme compartir.

03:25
Sofía. Hola, Marcela, soy Sofía. Hola. Soy mamá de Sara y Lucía. Y me gustaría saber, dicen que la crianza, el carácter se forma desde la infancia. Y me gustaría saber cuál es tu opinión de cómo nos observan a nosotros nuestros hijos.

03:47
Marcela Escalera. Claro que sí. La naturaleza tiene un plan. Y uno de los planes de la naturaleza en relación al ser humano y a las diferentes especies es, ¿cómo le hago para que sobrevivas? ¿Cómo le hago para que sobreviva a la especie? Esa es la pregunta que la naturaleza todo el tiempo está respondiéndose. Y nuestro cerebro está programado para buscar la manera en la que vamos a lograr sobrevivir. Entonces, cuando hablamos de este modelo evolutivo, lo que estamos haciendo es parándonos del lado de la naturaleza y preguntándonos, ¿Qué necesita la naturaleza para hacer este trabajo? En un niño, en un adolescente o en un adulto, a lo largo de todos los ciclos de la vida, ¿Cuáles son las condiciones que se tienen que dar para que desarrollemos y florezcamos completamente aquello a lo que estamos llamados a hacer? Todos los seres humanos nacemos con la posibilidad de convertirnos en nuestra propia persona.

 

Nacemos con el potencial de enfrentarnos a la adversidad, de poderla vivir y de levantarnos y de poder tener los recursos para poder sobrevivir al dolor y a la adversidad en la vida. Y también hacemos con el potencial de podernos relacionar con otros seres, de poder tener un vínculo y una conexión que nos permita sentirnos juntos, pero al mismo tiempo saber que somos seres separados. Y todo eso se va a ir desarrollando a lo largo del tiempo. La maduración, el proceso de madurar es espontáneo. No tenemos que estimularnos, no tenemos que hacer grandes cosas para que se dé, porque ya venimos equipados para que eso suceda. Pero para que se dé de manera espontánea, se tienen que dar ciertas condiciones. Y hoy sabemos que una condición muy importante para que el ser humano pueda madurar es que tenga un vínculo seguro con un adulto que se haga cargo de él o de ella cuando está pequeño, cuando se está desarrollando. Y este vínculo se vuelve como el terreno fértil, digamos, para que ahí esta planta pueda florecer.

 

Entonces, cuando tú me hablas de la relación, cuando tú me hablas de que nuestros hijos nos sigan, yo te diría que es a través de la relación que ellos establecen contigo, en este caso tus niñas contigo, que ellos van a tener la contención y el territorio fértil para poder realmente convertirse en eso que son llamados a ser. Y cuando hablamos de que los papás creamos con el ejemplo, sucede que cuando se vinculan a nosotros, desean ser como nosotros. Cuando se vinculan a nosotros, desean estar cerca de nosotros. Si tú tienes un hijo o una hija de cualquier edad que le gusta estar cerca de ti, que se quiere parecer a ti, que te pone atención, que te sigue, que desea recibir de ti, tienes un hijo o una hija que está bien vinculado a ti. Y eso te da el poder y la influencia que tú necesitas para poderlo guiar a lo largo del camino. Entonces, es a través de la relación y a través del vínculo que nosotros como adultos podemos dar esas condiciones que la naturaleza necesita para poder hacer su trabajo.

06:59
Claudia. Hola, ¿qué tal? Soy Claudia. Un gusto, Marcela, estar aquí contigo. He aprendido mucho. Yo soy educadora ambiental y soy maestra. Pero mi pregunta sería de los hijos y los padres. Esta relación ha cambiado mucho. Entonces, ¿cómo hacer para que esto no se pierda en la jerarquía y que se tenga miedo a romper esa relación?

07:20
Marcela Escalera. El plan de la naturaleza no ha cambiado. Las épocas han cambiado. El momento actual que vivimos es un momento de muchos cambios. Pero la naturaleza en esencia no ha cambiado. Y los seres humanos seguimos necesitando lo mismo que hemos necesitado a lo largo de nuestro desarrollo, a lo largo de nuestra evolución. Y fíjate que el vínculo Hace un momentito hablé del vínculo. El vínculo no tiene que ver nada más con llevarnos bien con nuestros hijos. Es más, a mí siempre me gusta decirles, cuando me preguntan qué es el vínculo, empiezo por decirles, te voy a decir lo que no es el vínculo. El vínculo no es llevarte padre con tus hijos, no es ser amigo de tus hijos, no es caerles bien a tus hijos, no es tener miedo de traumar a tus hijos. No.

 

El vínculo es un instinto que está en nuestro cerebro y que está muy arraigado porque implica sobrevivir. Nuestros ancestros sabían que cuando iban avanzando, cuando eran nómadas, si uno de ellos se separaba del grupo para recoger una florecita y se separaba, sus posibilidades de sobrevivir disminuían. Y esto está registrado en nuestro cerebro. Somos seres de conexión. Nacemos necesitando conectarnos. Gabor Maté dice que así como los pulmones cuando nacemos están deseosos de recibir oxígeno, nuestro ser y nuestro cerebro está deseoso de recibir conexión. Porque el vínculo es la conexión vital, es lo que nos va a permitir vivir. El vínculo, entonces, es un instinto que nos lleva a buscar la cercanía para podernos cuidar los unos a los otros.

 

Pero tiene un requisito muy importante para poder cumplir con ese trabajo. Y es que cuando dos seres se conectan, siempre se va a dar en jerarquía. Y en el caso de nuestros hijos, nosotros somos los adultos, nosotros somos los seres maduros y a nosotros nos corresponde naturalmente asumir esta jerarquía para estar a cargo, para tener autoridad y para estar al servicio de nuestros hijos. Y esto está en nuestro cerebro. Todos nosotros tenemos dentro de nuestro cerebro el instinto de dominar y también el instinto de depender. Entonces, cuando hablamos de los hijos, el adulto cuando hablamos de un profesor con un alumno, el adulto es el que se pone a cargo y el niño o el adolescente van a recibir. Cuando hablamos de una relación de pareja o cuando hablamos con nuestros amigos, por ejemplo, ahí lo que sucede es que como somos dos seres maduros, nos alternamos. Siempre hay una jerarquía, pero nos alternamos.

 

A veces yo te proveo a ti y te cuido y a veces tú me provees a mí y me cuidas. Pero eso lo hacemos cuando somos seres maduros, que estamos en una igualdad de circunstancias de alguna manera. Pero cuando se trata de la crianza, la naturaleza no conoce la democracia. En la naturaleza no hay democracia. En la naturaleza siempre hay orden y hay jerarquía. Y eso lo hemos perdido de vista ahora. Y los estamos poniendo en un lugar que no les corresponde. Porque a un niño no le corresponde decidir a qué escuela va.

 

A un niño no le corresponde tomar decisiones acerca de su salud. No le corresponde cuando todavía no está listo. Y eso es a lo que llamamos jerarquía. Ahora, ¿cómo podemos nosotros hacer que esta jerarquía se dé en la relación con nuestros hijos? Pues es muy sencillo, tan sencillo que lo pasamos desapercibido y se nos olvida. Y es activando el instinto de vinculación. Porque como todos los instintos, este instinto está en nosotros, pero está dormido. Hay que despertarlo.

 

Cuando un oso va a invernar, lo hace porque empieza a sentir que cuando camina, las hojas suenan de un diferente modo, empieza a oler diferente a su alrededor, su colorido empieza a ser diferente. Y es decir, le empiezan a llegar señales que le indican que es el momento en el que ejecute ese instinto que tiene. Bueno, lo mismo pasa con el vínculo. Tenemos este instinto dentro de nosotros, pero no siempre lo tenemos activado. Y la manera de activarlo es súper sencilla. Es buscando la mirada. A través de los ojos, conectamos con el otro. Hemos dicho y sabemos que los ojos son la puerta del alma, son la puerta del corazón.

 

Bueno, los ojos son la puerta de la conexión y de la vinculación. Cuando tú miras a tus hijos a los ojos, cuando hay una sonrisa que ellos te regresan, cuando están de acuerdo en algo, este gesto de asentir y de ponernos de acuerdo, le está mandando la información al cerebro de que se active esa conexión. E inmediatamente el cerebro lo que hace es acomodar a uno en la posición que da y a otro en la posición que recibe. Entonces, como adultos, inmediatamente nos ponemos en esa posición y le decimos, recordé que hoy tenías partido de fútbol y te traje el agua que vas a necesitar. O me acordé de llegar temprano por ti porque sabía que tú me ibas a estar esperando. O te voy a explicar aquello que tú necesitas. Es decir, nosotros tomamos esta jerarquía y nos ponemos al servicio del otro. Y lo que es importante entender que quien está en la posición dependiente, está en una posición digna.

 

Ser niño y recibir, ser adolescente y que te guíen, es algo muy digno. Y hoy pensamos que depender es algo que tenemos que quitarles a nuestros hijos rápido y es ir en contra de la naturaleza. Porque mientras más dependan nuestros hijos en esta jerarquía de nosotros, más fácil va a ser para ellos ser independientes cuando estén listos.

12:51
Julia. Me llamo Julia y pues es un placer estar aquí escuchándote. Ser padre, pues no es sencillo. ¿Qué pasa cuando llega la adolescencia? ¿Cómo podemos caminar con amor sin tantos pleitos?

13:12
Marcela Escalera. Es una pregunta muy importante porque la adolescencia es una etapa que despierta en nosotros muchas emociones. Y además, hoy en nosotros despierta muchas expectativas, muchas preguntas que nos hacemos. Y llegamos muchas veces a la adolescencia pues anticipando que va a haber problemas, que va a haber conflictos. Y esto, pues a veces no nos permite caminar el camino natural que nos corresponde. Y te voy a platicar un poquito. Biológicamente los seres humanos estamos determinados para pasar de la niñez al momento en el que estamos listos para reproducirnos. Es decir, en la naturaleza no hay un espacio biológico que se llama adolescencia. Hay una transición en la cual hay cambios hormonales y corporales, pero que duran muy poquito tiempo y que nos preparan para podernos reproducir y asegurar que se preserve la especie. La adolescencia es un término que fue creado el siglo pasado, que creamos nosotros los humanos para explicar un periodo que se da entre la niñez y la edad adulta.

 

Y desde el modelo evolutivo nosotros entendemos que es un puente que va de cuando dependemos de los vínculos con los adultos de nuestra vida, que somos niños, y termina en el momento en el que somos completamente independientes y podemos sostenernos a nosotros mismos. Y en ese ínter hay un puente que avanzamos, y yo siempre digo que el adolescente avanza tres pasitos para adelante, dos para atrás, dos para adelante, uno para atrás, porque la adolescencia no es un continuo y no es una etapa estática. Entonces, este puente se está moviendo. Y muchos de ustedes, si tienen adolescentes, hoy podrán imaginarse ese puente en sus hijos como un puente movedizo, que es muy poco equilibrado, que de pronto parece muy frágil, que de pronto nos da mucho miedo. Algunos de ustedes podrán pensar en puentes que son majestuosos y naturales y que se van dando de una forma que va fluyendo. Hay otros puentes que cruzan sobre aguas muy turbulentas, porque en la familia y en nosotros están pasando cosas muy importantes. Entonces, cada puente es diferente. Pero lo importante es entender que todos los puentes están sostenidos.

 

No existe ningún puente que esté ahí suspendido en el aire. Y que no esté sostenido de él ahí. Y la primera pregunta que yo me hago es, ¿quién sostiene el puente de tus adolescentes? ¿Lo sostienen sus amigos, las redes, alguna substancia o tú? Porque si tú tienes el privilegio de sostener el puente de tus hijos, entonces tú te conviertes en la fuerza donde ellos se pueden recargar. Tú eres quien los puede acompañar. Y la pregunta que yo siempre les pido a los papás que nos hagamos en la adolescencia es, ¿Qué necesita mi hijo de mí? No, ¿Qué le pasa?

 

No, ¿Cómo lo puedo cambiar? No, ay qué miedo. Sino, ¿qué necesita ese hijo o esa hija de mí? Y la respuesta es universal. Porque todos los adolescentes en el mundo lo que necesitan es un adulto a su lado que se convierta en su faro y que a lo largo del camino de ese puente pueda darle luz y lo pueda dirigir hacia donde va. Porque en la adolescencia va a haber turbulencia, va a haber nubarrones, va a haber muchos cambios. Por supuesto, porque es una etapa de transformación, es una etapa de transición. Entonces, si nosotros como papás nos podemos empezar a preguntar, ¿Qué necesita de mí?

 

Él está cambiando, ¿Cómo cambio yo? ¿Cómo me transformo yo y me actualizo yo para convertirme en un compañero? Entonces, voy a vivir la adolescencia de mis hijos desde un lugar diferente. Y los cambios, las turbulencias, los conflictos, no los vamos a evitar, pero son parte del plan de la naturaleza, no son un accidente. La naturaleza no hace al adolescente malo ni bueno, lo hace en un proceso de transición. Entonces, una pregunta importante en la adolescencia es, ¿Cómo me puedo ganar el corazón de mi adolescente? Porque cuando yo tengo su corazón, ese adolescente se va a recargar en mí, va a confiar en mí. Y yo voy a poder tener el privilegio de darle luz a su camino.

 

Nosotros sabemos que el cerebro del adolescente está en un proceso de transformación. Todos nacemos con el número de neuronas que vamos a tener a lo largo de nuestra vida, pero las conexiones entre las neuronas son las que van cambiando a lo largo del tiempo. Y en la adolescencia lo que está sucediendo es que está habiendo como todo un reajuste, se están haciendo nuevas conexiones, se están creando nuevos caminos. Y nosotros decimos que el adolescente se está equipando para poder enfrentar al mundo en este lugar al que va a llegar, que es la vida adulta. Entonces, el adolescente está probando su pensamiento. Ahora tiene un pensamiento crítico. Juzga, se cuestiona, se pregunta, idealiza, se voltea a ver a sí mismo porque su lóbulo frontal, que es esta zona del cerebro, se está desarrollando de una manera importante y lo está preparando para seguirse cuestionando. Pero algo interesantísimo es que este lóbulo prefrontal, antes pensábamos que terminaba su desarrollo alrededor de los 15, 18 años, dentro de la adolescencia.

 

Y hoy sabemos que sigue madurando hasta los 20 y tantos años, casi hasta los 30 años. Fíjense qué periodo tan largo necesita el cerebro para realmente poder florecer completamente y convertirse en aquello que está llamado a ser. Entonces, el adolescente está en este periodo de cambios neurológicos importantes. Tiene cambios hormonales, por supuesto. Y hay un gran apetito de autonomía. En el adolescente hay una gran necesidad de tomar el volante de su vida. Quiere ser el agente de lo que le sucede y para eso necesita que nosotros ya no tengamos el volante, sino que nos sentemos en el asiento del copiloto para que lo podamos acompañar. Es un papel diferente.

 

Y algo muy importante a nivel neurológico que pasa es que en el lóbulo prefrontal empieza a desarrollarse a pasos agigantados la capacidad de vivir el conflicto. De por un lado quiero estar cerca de mis papás, pero por otro lado necesito autonomía. Por un lado quiero ser futbolista, pero por otro lado quiero ser guitarrista. Por un lado quiero tener novio, pero por otro lado quiero mi independencia. Todos estos conflictos que está viviendo el adolescente son parte del proceso de maduración, porque este cerebro está cambiando, se está transformando para poder realmente tener todos los recursos que necesita para enfrentarse a la vida como un adulto.

19:51
Jesús. Hola, Marcela, soy Jesús. Primero que nada, agradecerte que nos compartas estas herramientas de crianza. Yo soy padre de un adolescente en este momento, pero mi pregunta sería, cuando se presenta una ruptura familiar que termina con un divorcio, ¿cuál es la mejor manera de sobrellevar este duelo?

20:12
Marcela Escalera. Qué importante lo que me preguntas, Jesús. Fíjate que la familia es un sistema, es un sistema que es dinámico, que siempre está en movimiento y que tiene una gran característica, que es la capacidad de transformarse y de adaptarse a muchísimas circunstancias. Es como plástica, puede como cambiar de forma, puede modificarse a sí misma para ajustarse a los retos que enfrenta. Y una separación o un divorcio es un proceso de transición, es un momento de estrés, es un momento de cambio, que como tú bien dices, implica pérdidas, implica duelos. Y yo, desde el punto de vista de los hijos, que es de donde me gustaría abordar este proceso de divorcio, yo te podría decir que algo importantísimo es que los adultos podamos saber que nuestros hijos nos necesitan durante ese proceso. Y que además del proceso personal que estamos pasando, los adultos, y de los conflictos que hay que enfrentar, además de eso, necesitamos voltear a ver a nuestros hijos. Porque a veces sucede que en este proceso donde hay tanta pasión, donde hay tanto dolor, donde hay tantos temas por resolver, de pronto creemos que a los hijos les podemos poner pausa, resolver lo que está pasando y luego regresarlos atender. Y en este proceso nuestros hijos nos necesitan mucho.

 

Entonces, lo primero es poder tenerlos en cuenta. Y tenerlos en cuenta para mí implica darles un espacio para que quepan sus emociones. Nuestros hijos van a estar viviendo momentos emocionales que los van a estar moviendo muchísimo. Y cuando hablo de un espacio, es darles un espacio para estar enojados, para estar tristes, para no estar de acuerdo, para tener dudas, para preguntar, para cuestionarnos. Y que puedan saber, que pueden sacar eso y lo pueden poner y que nosotros lo podemos recibir y lo podemos sostener. Es un gran reto para el adulto porque hay una gran descarga, hay un gran desgaste en el proceso que se está pasando. Pero cuando tenemos hijos eso es lo que corresponde, hacernos cargo de ellos. Porque en el cerebro de nuestros hijos y de todos nosotros, el vínculo tiene una característica que es como una pila que tiene un polo positivo y un polo negativo.

 

Cuando tú te sientes atraído hacia alguien, de manera natural, el vínculo te aleja de aquellos que no son este alguien. Cuando te enamoras, por ejemplo, cuando tienes un novio, cuando tienes una nueva amistad, de pronto todos los que no están en esta relación quedan fuera y toda tu energía de vinculación gira alrededor de esa persona. Esa es una característica del vínculo porque hay una energía que está ahí. Es como el polo norte y el polo sur en el eje de la tierra. Entonces, cuando hay un divorcio, cuando tienes hijos que están dependiendo del papá y de la mamá, pues lo primero que el cerebro necesita definir es, ¿cuál es mi polo que me jala? ¿Quién es el bueno? ¿Con quién me voy? ¿Y quién queda del otro lado?

 

Y nuestros hijos muchas veces quedan en un conflicto de lealtad, donde ese cerebro parece que tiene que elegir al papá o a la mamá. Y la principal ayuda que les podemos dar a nuestros hijos de cualquier edad es que no tengan que escoger. Y la pregunta sería, ¿cómo le hago? Si nos estamos divorciando, si no estamos de acuerdo, ¿cómo le hago para que mi hijo no tenga que elegir? ¿Cómo le hago para que no elija a la mamá o al papá, que es el malo en esta historia? Y lo podemos hacer haciéndole sentir a nuestros hijos que el vínculo con cada uno, por separado, con su papá y con su mamá no cambia. Su mamá sigue siendo su mamá. Su papá sigue siendo su papá.

 

Y si pudiéramos, que en muchos casos se puede, ponernos del mismo lado y hacerles sentir que estamos de acuerdo en las cosas cotidianas, que las reglas de la casa continúan, que yo, más que hablarle mal de la otra persona, soy un medio para que se puedan conectar. Por ejemplo, le puedo decir a mi hija, te voy a acompañar a comprar la tarjeta para que le escribas a tu papá porque es su cumpleaños. Te permito que traigas juguetes a mi casa y te lleves a la otra casa. Márcala a tu mamá, yo te la comunico. Cuando yo a este cerebro le empiezo a decir, fíjate, que no tienes que escoger. Aquí estamos, somos tu muelle. Nosotros, como parejas, nosotros, como adultos, hemos decidido tomar caminos diferentes, pero seguimos estando para ti. Eso es un gran descanso para el cerebro de nuestros hijos y emocionalmente les permite, ahora sí, voltear a ver lo que ellos están sintiendo y vivirlo.

 

Y cuando hablamos de este duelo, lo que es muy importante es darles un espacio para llorar. A veces queremos que nuestros hijos no lloren porque pensamos que si están tristes, hemos fracasado nosotros en la crianza. Y llorar es un proceso natural y necesario. Entonces, que nuestros hijos tengan lágrimas de tristeza porque la vida cambió, porque extrañan al papá o la mamá, porque hay cosas en su rutina que son diferentes ahora, se vale. Y hay que ser capaces de poderlos sostener y de mandarles el mensaje de que podemos con eso. Porque cuando a tu hijo le dices, puedo con tu tristeza, puedo con lo que te está pasando y aquí estoy, entonces tu hijo se suelta y puede depender de ti, que era de lo que yo hablaba hace un momento, y sentir que eres el lugar donde se puede descansar. Algo importante durante un proceso de divorcio es tratar de mantener lo que no cambia. Tu papá va a seguir yendo al festival, yo te voy a seguir contando un cuento en la noche, vamos a seguir comiendo juntos los domingos.

 

Vamos a tratar de que este cerebro que siempre está buscando descifrar qué pasa alrededor, sienta que hay continuidad. Para que esa rutina, esa estructura, esa contención que les damos, sea el molde, digamos, donde ellos puedan verter todas estas emociones a través de la relación con nosotros. Y el cerebro solito se va a encargar de transformar este dolor en crecimiento. Cuando nuestros hijos sufren cualquier transición, estamos hablando hoy de una separación, pero puede ser la muerte, puede ser un cambio de casa, puede ser cualquier proceso que implique transición, que implique cambio, ese cerebro cuando le damos el lugar para llorarlo, va a poder registrar que lo que no puede cambiar afuera, sus papás ya no viven juntos, sus papás ya no están en la misma casa, lo que yo no puedo cambiar afuera, me transforma de manera interna y me hace madurar. Entonces, es una oportunidad para acompañar a nuestros hijos para madurar.

27:03
Jessica. Hola, Marcela. Mucho gusto. Mi nombre es Jessica. Soy mamá de una pequeña que está experimentando sus emociones y quisiera saber cómo poder hablar abiertamente con ella de sus emociones y cómo al mismo tiempo poder aprender juntas de las mismas.

27:19
Marcela Escalera. Toca es un tema importantísimo. O sea, si fíjate que durante mucho tiempo, durante gran parte del siglo pasado, en la psicología y en el manejo de la salud mental, hemos pensado que las emociones son incómodas. Hemos pensado que de lo que se trata es de no ser emocional y que lo bueno es ser racional. Y hemos pasado a las emociones como a un segundo término y hemos tratado de meterlas en un cajón con llave. Y muchas de las intervenciones que tenemos hoy en día están dirigidas todavía a cómo quito las emociones. Y yo hoy les invito, te invito a cambiar nuestra perspectiva. Porque te quiero decir que las emociones no se quitan.

 

Las emociones nos suceden. Venimos equipados en nuestro cerebro con todo un sistema emocional complejo, importantísimo, que se va a activar ante ciertos detonadores. Las emociones tienen una labor que hacer. Las emociones existen para algo. Son ruidosas, son molestas, son incómodas. A veces no las invitamos. A veces nos meten en aprietos. Son un poquito como que no sabemos qué hacer con ellas.

 

Sí, porque son muy primitivas. Están en una parte muy primitiva de nuestro cerebro y de repente se nos pueden salir de las manos. Pero las emociones están ahí para cuidarnos. Están a nuestro servicio. Entonces, la primera idea es pensar que no se trata de cómo quito una emoción. Porque afortunadamente, justo las neurociencias, la psicología evolutiva, el estudio de la psicología profunda, hoy ha confirmado que somos seres emocionales. Que son las emociones lo que nos hace humanos. Y que más que quitarlas, debemos invitarlas a existir en nuestra vida.

 

Entonces, yo te voy a hablar de cómo invitar a las emociones de tu niña y a tus propias emociones a caber en la vida. Y hay algunos pasos, imagínate que son como pequeños escalones que podemos ir siguiendo para promover la salud emocional. Esto aplica a nuestros hijos y a nosotros. Porque las emociones son energía. La palabra emoción, “emotion”, la palabra moción es movimiento. Las emociones son una energía que nos mueve a hacer algo. Cuando tú te emocionas, haces algo. Si la emoción que te mueve es la alarma, te mueves a la precaución.

 

Si la emoción que te mueve es la frustración, inmediatamente tratas de cambiar algo. Si la emoción que te mueve es la búsqueda hacia el otro, inmediatamente le mandas un mensaje. O le llevas serenata. O le escribes una carta. O tratas de acercarte a esa persona. Es decir, las emociones nos mueven a hacer algo. Y son como una carga. Imagínate que hay una carga de energía que entra al organismo.

 

Y lo que esa carga está buscando es cómo salgo. Entonces, cuando tú tengas a un niño, o a un adolescente, o a un adulto, o tú te sientas muy cargado de emoción, la pregunta que te vas a hacer es, ¿cómo hago para sacar esta emoción? ¿Cómo hago para que salga de una manera que no lastime a los demás? Porque ese es el problema con las emociones. Que a veces yo puedo tenerla, puede ser una emoción muy válida, pero cuando sale, lastimo mi relación con el otro. Lastimo al que está cerca de mí. Entonces, ¿cómo le hago para que mi emoción salga sin que tenga una repercusión negativa? Gabor Maté dice que hay un conflicto en el ser humano entre el vínculo, que hemos hablado, que es nuestra principal necesidad, y otra necesidad importantísima que es ser auténticos.

 

Convertirnos en nuestra propia persona. ¿Cómo le hacemos para al mismo tiempo mantener la relación y manifestar las emociones que hay adentro de nosotros, la persona que somos? Y eso es lo que tu niña necesita. Lo que tu niña necesita es que tú te conviertas en alguien que facilite que esa emoción salga de una manera natural, que no tenga repercusiones negativas y que ella pueda elaborarla. El primer paso para eso es entender que todas las emociones buscan ser expresadas, buscan salir, se cargó, se cargó muchísimo esta energía, ¿Cómo le hago para que salga? Una buena manera de que salga es a través de cantarlo, gritarlo, patearlo, platicarlo, escribirlo, moverlo. Cuando tú tienes una energía dentro de ti, muévela, permítele que salga. En un niño pequeño lo puedes hacer a través de rayar, de pintar, de brincar, de gritar y decirle, está dentro de ti, sácala y yo te voy a ayudar a que salga.

 

Obviamente, tú le vas a decir dónde se puede rayar, tú le vas a decir que puede romper, tú le vas a decir que puede pegar y tú vas a darle un contexto adecuado para que esa emoción pueda salir. Entonces, esa emoción ya empieza a salir. Y en ese momento en que esa emoción empieza a descargarse, empieza a haber una sensación que se hace consciente. Y esta conciencia, porque hay una diferencia, las emociones no somos conscientes de ellas. Damásio dice que las emociones son algo que está allá, que nos sucede, pero que no estamos conscientes de ellas hasta que nos damos cuenta que suceden en nuestro cerebro. Y entonces las sentimos y decimos, ay, siento mariposas en el estómago, me sudaron las manos, siento como que se me cierra la garganta, me palpita el corazón. Tenemos esta sensación que empezamos a reconocer que está ahí dentro de nosotros. Y a eso le ponemos un nombre.

 

Le podemos llamar tristeza, le podemos llamar alegría, le podemos llamar esperanza, le podemos llamar cualquier etiqueta que tengamos para llamar esta emoción. Entonces, ayudamos a nuestros hijos, especialmente cuando son preescolares, antes de los 5 o 7 años, es importantísimo ayudarlos a ponerle nombre a eso que sienten. Pero el nombre no es una etiqueta. O sea, no es que el enojo es rojo. No, no, no. Aquí es algo que describa su experiencia. Y a lo mejor tu hija te dice, ma, es que siento gulp. O es que siento como esa mariposa.

 

O es que siento como un zumbido. Y cuando ella empieza a poder poner en palabras, entonces ya las está nombrando. Y cuando nosotros ya las expresamos, ya las identificamos porque las sentimos y las empezamos a poder nombrar, ya muchos ingredientes para poder mezclar. Y yo hace un momento les decía que parte de la labor de este lóbulo, de esta parte del cerebro, de la conciencia, es poder mezclar sentimientos que son encontrados. Entonces, poder empezar a decir, hay una parte mía que siente esto y hay otra parte mía que siente aquello, es importantísimo porque permite tener equilibrio, permite templar, permite equilibrar. Entonces, vamos subiendo en este proceso de cómo manejar la emoción hasta que llegamos a un lugar en el que ahora decidimos qué hacer con ellas. Yo puedo decidir qué hacer con mis emociones. Tú como adulto puedes estar furioso, pero tú decides cómo lo expresas.

 

Entonces, a ti no te puedes quitar la furia, no te puedes quitar la emoción, pero sí puedes elegir qué haces con ella. Entonces, ya que las moví, ya que la pude sentir y que la pude nombrar y que la pude mezclar, ahora puedo reflexionar acerca de ella y ahora la puedo compartir de una manera civilizada. Ese sería el camino para nuestros hijos, pero también es el camino para nosotros. Porque si nosotros logramos tener la capacidad de mover las emociones, de nombrarlas, de sentirlas, si podemos mezclarlas y podemos compartirlas sin repercusiones, entonces vamos a tener una salud mental nosotros y quienes nos rodean. Pero aquí lo importante es entender que nuestro papel es ser facilitadores para que esa emoción salga de una manera natural y sana. Entonces, no nos peleemos con ellas. Cada emoción tiene un trabajo, tiene una razón de ser y están ahí para ayudarnos siempre. El cerebro siempre tiene la razón, siempre tiene un motivo por el cual nos mueve esa emoción.

 

Gracias. Algo importante y por donde yo siempre empiezo es por tratar de reflexionar qué mueve en mí las emociones de mis hijos. ¿Qué botones aprieta en mí el ver a un hijo enojado, el ver a un hijo triste, el ver a un hijo alarmado, ansioso? ¿Qué botones me aprieta a mí? Porque entonces yo me voy a poder hacer cargo de aquello que yo estoy sintiendo. Porque primero necesito yo reconocer lo que está pasando en mí, recorrer estos pequeños escalones para poderme hacer cargo y decidir cómo las expreso. Y algo muy importante es que hay muchas maneras de sacar las emociones. Y yo hace un momento dije que lo importante es cómo hago la expresión sin que tenga una repercusión que meta a mi hijo en un problema.

 

Porque si mi hijo va a patear en la escuela a otro niño, pues obviamente eso va a tener una repercusión negativa. Entonces es importante que yo de los espacios, las maneras, y enseña a mis hijos cuáles son las formas adecuadas de compartir. Y esto es algo muy cultural, es algo muy familiar. Cada familia tiene una manera. Hay familias donde llorar no está permitido. Hay familias donde llorar es natural. Hay familias donde podemos expresar a través del arte y de la creatividad. Hay familias donde lo hacemos hablando.

 

Entonces leer cuál es el canal que tu hijo tiene para expresar sus emociones es muy importante. Si tu hijo es un hijo muy físico, pues a lo mejor te sales con él a echar unas carreritas y de pronto brincas con él o con ella. Pero si tienes un hijo muy artístico, a lo mejor agarras una cartulina y se ponen a pintar juntos y rayan. Puedes tomar una revista que tú le des y pueden rasgarla, hacer bolitas y aventarlas. Y el juego es nuestro gran aliado. Las emociones cuidan de nosotros y el juego cuida de las emociones. Cuando nosotros permitimos que nuestros hijos jueguen y damos espacios del juego verdadero, que es libre, que es expresivo, que no tiene que ver con que te quede bonito lo que estás haciendo, sino con el movimiento que se está dando, estás dando un lugar de sanación emocional. El juego de verdad es el ingrediente perfecto que la naturaleza tiene preparado para que nosotros podamos sanar y podamos expresar nuestras emociones en un lugar seguro.

 

Entonces, es el juego el que cuida nuestras emociones y debemos crear una cultura de juego y espacios de juego que les permitan a niños, adolescentes y adultos, porque el juego no es cosa de niños, es cosa de todos, que nos permitan tener lugares para sacar de una manera sana y segura todo aquel movimiento emocional que tenemos.

38:12
Zoe. Hola, Marcela. Soy Zoe. Es un gusto estar aquí. Mi pregunta va relacionada a, vivimos en un mundo que es muy consumista y se ve reflejado en la cantidad de regalos que les damos a los pequeños. ¿Cómo puede afectar eso su capacidad de asombro?

38:25
Marcela Escalera. Gracias. Efectivamente, Zoe.Vivimos en un mundo híper estimulado, híper regalado, híper informado, híper rápido. Vivimos en un mundo que de pronto se vuelve vertiginoso. Y esta parte de darles a nuestros hijos, pues, tiene que ver con varios aspectos. Y un aspecto es que algún día estaba en una plática y comentó la persona que estaba exponiendo y me hizo mucho sentido que el eslabón más débil en la economía somos los papás, porque todo lo que nos ofrecen para nuestros hijos lo vamos a comprar. Y el algoritmo ya nos detectó. Entonces, resulta que les compramos una cocinita para que puedan jugar este juego simbólico de que van a hacer comidita y la van a hacer. Y entonces, ellos se imaginan, pero de pronto nos llega información de que hay unos sartenes y pedimos los sartenes. Y al rato nos llega la información de que hay frutas que son casi iguales a las naturales y perdimos las frutas.

 

Y entonces, empezamos a comprar y empezamos a darles y perdemos la oportunidad de ser creativos, de imaginar, de improvisar, de tener un juego que no tenga que ver con el objeto, sino con el estado emocional. Y yo creo que gran parte de lo que está pasando es que estamos tan sobre estimulados nosotros que de pronto no nos damos cuenta que volteamos a ver a nuestros hijos sin verlos. Lo hacemos porque es nuestra necesidad. A mí me hubiera gustado tener esa cocinita con ese sartén, con ese platito, con esa cafeterita. Y entonces, se lo doy y no leo. No leo lo que hay. Pero fíjate que evolutivamente hay un principio muy importante y es que necesitamos sentir el vacío para podernos sentir saciados. Cuando vamos creciendo, cuando emergemos, necesitamos sentir que extrañamos al otro para que cuando estemos con él o con ella nos llene la relación.

 

Necesitamos sentir tristeza para poder sentir la alegría. Nuestros hijos necesitan sentir el anhelo, el deseo, la esperanza. Necesitan sentir ese vacío que los lleva a aburrirse, que los lleva a no tener nada que hacer y hacer ellos mismos lo que llenen este espacio. Y esto se los estamos negando. Se los estamos negando porque los estamos sobre estimulando. Y lo que estamos haciendo es que estamos poniendo al juego en peligro de extinción. Nuestros hijos hoy ya no saben jugar. Ya nosotros nos olvidamos de jugar.

 

Hoy nos entretenemos, que eso es algo muy diferente a jugar. Jugar es algo que viene de adentro, que surge de adentro hacia afuera. Es algo que es libre. Es algo que es libre porque yo puedo elegir cuándo entro y cuándo salgo. Es expresivo porque viene de mí. Es seguro porque en ese espacio de juego yo puedo cortarle el pelo, meterlo en un cajón, triturarlo, deshacerlo, romperlo y no pasa nada porque estoy en un mundo que no es real, que no tiene repercusiones. El objetivo no es lo importante, sino el proceso. Cuando tú estás jugando, estás inmerso en la actividad y el tiempo se te va porque no se trata de lo que logras, sino de la experiencia que estás viviendo.

 

Todas estas características son las características del verdadero juego. Cuando sobre estimulamos a nuestros hijos con demasiados regalos o con demasiadas actividades, les estamos quitando la posibilidad de vivir el vacío. Y para que haya juego, necesita haber vacío, necesita haber un lugar de descanso que lleno yo a través de mi actividad. Y nuevamente, la pregunta es, ¿qué me mueve a mí a darles tantos regalos a mis hijos? ¿La culpa? ¿Mi propio vacío? ¿Mi propia prisa? ¿Mi necesidad de compensar?

 

¿Lo que yo no tuve y ahora quiero darles a ellos? Y cuando yo volteo y me lo pregunto, al igual que con las emociones, ahora cuando lo detecto, puedo decidir qué hago con eso. Cuando tú eliges qué hacer con eso, entonces vas a poder decidir ver a tu hijo, leer qué necesita, no qué quiere. Porque nuestros hijos saben lo que quieren. A nosotros nos corresponde saber lo que necesitan. Fíjese qué importante labor tenemos. Tu hijo sabe que quiere el último teléfono inteligente con las gadgets más maravillosos del universo. Y porque eso tienen todos sus compañeros de la escuela.

 

Y él siente que sin eso no puede vivir. Y eso es lo que quiere. Pero tiene 9 años. Pregúntate si a los 9 años necesita tener esa tecnología en sus manos. O a lo mejor necesita otro tipo de actividades, de convivencia, de experiencias, de vivencias que le puedan enriquecer. Entonces, preguntarnos qué necesitan nuestros hijos, primero nos lleva a preguntarnos por qué estoy yo movido a darle tanto. Porque quiero insistir muchísimo. Ellos siempre van a saber lo que quieren. Pero a nosotros nos toca saber lo que ellos necesitan. Y este es un lugar muy, muy diferente.

43:43
Litzy. Hola, Marcela. Soy Litzy Es un gusto estar aquí y compartir este espacio contigo hoy. Actualmente, observo que a los adultos se nos hace fácil entretener a los niños y bebés con videojuegos, tablets, celulares, erosionando el vínculo que tenemos y que tenemos que desarrollar con ellos. Mi pregunta aquí es, ¿cómo podemos reconectar ese vínculo de manera sana y respetuosa sin dañar el entorno que rodea al niño?

44:12
Marcela Escalera. Muchas gracias por tu pregunta. En tu pregunta está la respuesta. El vínculo es el antídoto ante toda esta ola de tecnología que de pronto ha llegado a nuestras vidas trayendo cosas maravillosas. La tecnología viene para ayudarnos. Está a nuestro servicio. Tiene grandes promesas que nos ha hecho en muchísimas áreas de la vida. La tecnología, los dispositivos son neutros. Ni son buenos ni son malos. Una jeringa es neutra. Ni es buena ni es mala.

 

Puede salvar una vida o puede acabar con una vida, pero el objeto es neutro. Entonces, todos estos aparatos, toda esta tecnología es algo neutro. Cómo lo usamos es lo que hace la diferencia, pero principalmente en manos de quién la ponemos. Toda esta tecnología fue creada para el uso de los adultos. Fue creada para la educación, para las ciencias, para la economía, para la comunicación y las hemos puesto en manos de los más inmaduros. Las hemos puesto en manos de los niños. Y lo que es más importante, no lo hemos supervisado. Hemos creído que los niños solitos se van a hacer cargo de autorregularse en el uso del tiempo, del contenido, de la forma con toda esta tecnología.

 

Entonces, el problema no es la tecnología. El problema es cómo se los damos. Y a mí me encanta que el doctor Neufeld pone el ejemplo de una galleta. Una galleta no es buena ni mala, pero ningún papá en su sano juicio le daría a su hijo galletas antes de comer, porque sabe que va a echar a perder su apetito, le va a quitar el hambre y entonces ese niño ya no va a comer lo nutritivo. Pues eso es lo que estamos haciendo con la tecnología. La estamos anteponiendo a la relación con nosotros. Les estamos llenando de tecnología y luego queremos llegar a relacionarnos con ellos cuando ellos ya están saturados y sobre estimulados. Y la ecuación es exactamente al revés.

 

Cuando tú a un hijo le permites usar la tecnología como postre, porque está saciado de ti, está satisfecho de ti, porque se llenó de relación contigo o con su maestra o con su tía o con su abuelita o con una actividad de juego y entonces usa la tecnología y la disfruta, entonces la vamos a poder regular y digerir mucho mejor. Entonces, de entrada, la tecnología tiene su lugar y su momento. Hay buenos modales para usar la tecnología que necesitamos enseñarles a nuestros hijos, hábitos adecuados. Y esos hábitos deberán de empezar por nosotros. Cuando nosotros vamos pudiendo establecer en nuestra familia los rituales alrededor de la tecnología, el uso, la responsabilidad y supervisamos, entonces vamos a poderla manejar mejor. Hoy hay grandes movimientos a nivel mundial que están empezando a postergar el uso de los teléfonos móviles, por ejemplo, inteligentes, en el caso de los niños. Y este es un movimiento importantísimo que está surgiendo en diferentes lugares, porque nos damos cuenta que hemos puesto en manos de los más inmaduros una tecnología que tiene mucho más poder que todas las computadoras que se utilizaron para enviar al hombre a la luna. Eso es lo que trae un niño de 9 años en su bolsillo.

 

Esa es la capacidad de alcance que tiene y se las estamos dando como si fuera un juguete. Entonces, hay que diferenciar que no es un juguete, que implica un riesgo. Y yo creo que hay ciertos pasos o ciertas reglas que como papás podemos tener como referentes. Y yo te diría que algo importante es preguntarnos si tu hijo o tu hija, tú ves que es capaz de autorregularse en otras actividades de su vida. Si es un niño que ha madurado, que te ha demostrado que tiene la capacidad de frustrarse y de aguantar la frustración ante lo que no funciona, si acepta la adversidad, si es un niño que es creativo, si es un niño que además puede tener estos sentimientos encontrados. De una parte mía quiere seguir jugando, pero otra parte mía sabe que mi mamá me dijo que hay un límite. Tú lo vas a ver en la comida, lo vas a ver en sus juguetes, lo vas a ver en su tarea, lo vas a ver en muchísimas cosas. Entonces, observa a tu hijo y date cuenta si está listo y preparado, no por edad biológica.

 

Porque les quiero decir una cosa, todos envejecemos, pero no todos maduramos. Entonces, la edad de un hijo no siempre es el indicador que es el momento de darle o no un aparato digital. Es la madurez que tiene lo que va a ser la respuesta. La otra sería que tú te informes acerca de qué implica ese dispositivo. Yo estoy sorprendida de la cantidad de papás y mamás que toman los cursos con nosotros, el diplomado, y que me preguntan a mí qué hacer con la tecnología. Y cuando yo les pregunto acerca de qué le dieron a sus hijos, no tienen idea. No tienen idea de los riesgos, no tienen idea de cómo establecer un control parental, no tienen idea acerca de sus derechos. Porque yo siempre les digo, mientras su hijo sea menor de edad, tú tienes la responsabilidad de supervisar el contenido.

 

Y se sorprenden. Se sorprenden porque creen que un niño de 7 años tiene derecho a la privacidad. Ningún niño debería tener derecho a la privacidad que lo pone en riesgo. Es una privacidad mal entendida. Tú tienes la obligación, la responsabilidad de ponerte a cargo. Entonces, informarnos acerca de esto. Y algo muy importante es preguntarnos, ¿tengo el tiempo y la capacidad de supervisarlo o no? Porque si no lo vas a poder supervisar, no se lo des.

 

Porque muchas veces nos cae en gracia porque entretiene, como bien lo dijiste. Pero a final de cuentas, nos sustituye. Porque de pronto nosotros ya no estamos presentes y esperamos que el niño de 9 años a las 5 de la tarde apague la tablet, porque en eso quedamos. Cuando nosotros ni siquiera podemos dejar usar el celular cuando estamos en una junta de trabajo. Nos cuesta trabajo autorregularnos porque son sumamente adictivos. Porque nos conectan y nos hace sentir esta gran necesidad de utilizarlos. Entonces, la pregunta que yo hago a los papás es, ¿qué le ofreces tú a tu hijo? Que sea más atractivo, más rico y más nutritivo que el celular.

 

¿Qué le ofreces tú a tu hijo? Que sea más atractivo que esa tablet. Porque si tu hijo va a apagar la tablet para estar sentado aburrido sin que nadie le hable, o va a estar sentado ahí sin que nadie se conecte con él, pues entonces su mejor opción es eso. ¿Qué le ofrece un dispositivo a nuestros hijos? Conexión, sensación de pertenencia. Muchos de ustedes juegan videojuegos. Cuando estás ahí, tienes un equipo, te están hablando, te están echando porras. Toda tu dopamina se está segregando en el cerebro porque estás en este lugar de recompensa.

 

¿Qué le ofreces tú a tu hijo que le dé esta sensación de recompensa? Yo te voy a dar la respuesta. Cuando tú a un hijo le ofreces una sensación de conexión, de pertenencia, de que es importante, de que lo valoras, de que lo invitas a existir en tu presencia, también segrega dopamina. Y también siente esta sensación de satisfacción. Cuando tú juegas con un hijo, cuando tú lo escuchas, le estás dando la oportunidad de conectar en un lugar que sí es nutritivo. Y entonces en su cerebro va a empezar a surgir el, tengo ganas de jugar el videojuego y tengo ganas de estar con mi mamá. Y va a entrar este pequeño conflicto que es maduro, donde el niño va a poder madurar y tomar una decisión mucho más autorregulada. Pero esto es algo que lleva tiempo, que no se va a dar cuando se los damos.

 

Y fíjate que yo he aprendido en las últimas fechas, que hablo con papás que tienen este tipo de preguntas y es, no les regales un celular, no les regales un videojuego. Ponlos en sus manos y tú sé el que está a cargo. Porque cuando a mí me dices, es tuyo y yo te lo regalé, yo entiendo que yo puedo hacer con él lo que quiera. Cuando tú me dices, lo pongo en tus manos, porque sé que vas a ser capaz de usarlo de acuerdo a las reglas, entonces yo quedo en jerarquía y yo lo puedo supervisar. El problema no es la tecnología, es cómo la usamos y en manos de quién la ponemos. Y a nosotros nos toca ser el adulto a cargo y supervisarlo.

52:44
Gina. Hola, Marcela, soy Gina. Soy mamá de dos maravillosos chiquitos. Toda esta plática ha sido muy interesante. Muchísimas gracias. Y justo al principio comentabas, ¿qué podemos hacer nosotros? ¿Cómo podemos cambiar nosotros como papás para ser mejores? Mucho se habla de que como padres tenemos que sanar a nuestro niño interno. ¿Crees tú que todavía tenemos la posibilidad, aun siendo adultos, de poder platicar y entablar esta relación con nuestros padres y poder sanar el niño interno?

53:19
Marcela Escalera. Tu pregunta es una pregunta de vida importantísima, porque yo te puedo decir que no siempre vamos a poder hablar con nuestros padres, no siempre vamos a poderlo resolver, o porque ya no están, o porque no es posible. Hay un principio en la vida que es que nosotros no podemos cambiar a nadie.

 

Podemos conocernos, podemos transformarnos a través del proceso de maduración, pero cambiar a alguien es algo que no podemos hacer. Les tengo una noticia, no podemos cambiar a nuestros hijos. Podemos guiarlos, podemos darles forma, podemos acompañarlos, podemos tener una influencia sobre ellos, pero no los podemos cambiar.

 

A nuestros hijos hay que reconocerlos y a veces hay que llorar lo que de ellos no nos gusta, nos lastima, nos aprieta estos botones para entonces poder ver la luz de lo que hay en ellos y poderlos acompañar en el camino. Pero no siempre vamos a poder sanar con nuestros papás nuestra historia directamente hablando con ellos, porque el pasado no lo podemos cambiar. Y como dije hace un momento, probablemente ellos tampoco se van a transformar. Lo que sí podemos hacer es llorar lo que no hubo. Cuando hablo de llorar, no hablo necesariamente de lágrimas, aunque las lágrimas hoy sabemos que cuando son lágrimas de tristeza, cuando son lágrimas de transformación, tienen ciertas substancias que estamos segregando que son diferentes a las lágrimas que salen cuando cortamos cebolla o cuando se nos mete una basura al ojo.

 

Son lágrimas que están sacando de nuestros organismos, que están manifestando un proceso de transformación. Pero no siempre lloramos lágrimas. A veces solamente sentimos esta tristeza y se redirige la energía. ¿Quién de ustedes no ha ido a ver una película o está viendo en su casa una película de estas tristes que te llevan a conectar con la tristeza y que te hacen llorar y sacas el clínex y la lloras? Y después de que la lloraste, sientes un descanso. Porque hubo un cambio en tu sistema simpático y pasaste de estar en un estado de tensión y de alerta, que es el sistema simpático, y entra el sistema parasimpático y te relaja. Esto es a lo que llamamos llorar. Es registrar la tristeza.

 

No la podemos quitar porque la tristeza es parte de esta serie de emociones con las que nacemos y es transformadora. Entonces, ¿nos podemos hacer responsables de las heridas de nuestra infancia? ¿Podemos verlas? ¿Podemos reconocerlas y decidir qué hacer con ellas? Y esto es algo que nos coloca en una posición responsable ante nuestros hijos. Porque entonces ya no vamos a querer, a través de ellos, sanar lo que hubo. Entonces, fíjate cómo la maternidad, la paternidad, es una segunda oportunidad para madurar. Porque nuestros hijos nos mueven tantas emociones.

 

Las emociones son el motor de la maduración. Hace un momento dije que las emociones son movimiento. Las emociones son la gasolina que necesitamos para ser movidos a madurar. Entonces, nuestros hijos nos mueven tantas emociones que en la crianza, en la paternidad, al ponernos a cargo de alguien que dependa de nosotros, vamos a madurar. Y esa es una segunda oportunidad que la vida nos da.

56:40
Yadira. Mucho gusto. Mi nombre es Yadira Márquez. Soy mamá de tres adolescentes, un adulto y dos adolescentes. Y mi pregunta es, ¿cómo le hacemos para criar sin falsas expectativas y sin presiones? Ya que la maternidad es un proceso de auto descubrimiento.

56:59
Marcela Escalera. Gracias, Yadira. Fíjate que todos tenemos expectativas. La verdad es que sería imposible habitar este mundo sin tener expectativas porque se van formando a partir de nuestra experiencia, de nuestras creencias, a partir del entorno que tenemos. Hoy que tenemos tanta información, nuestras expectativas además están muy maquilladas, muy movidas por toda esta serie de información que nos está llegando de manera tan vertiginosa. Pero las expectativas echan a perder la experiencia. Porque nos impiden disfrutar lo que hay, nos impiden descubrir aquello que no hemos visto.

 

En el caso de nuestros hijos, nos impiden verlos realmente cómo son. Nos impiden acompañarlos en el camino y vivir el proceso porque estamos viendo la meta. Y nos meten en un modo trabajo. Cuando tenemos expectativas, queremos llegar a la perfección y nos esforzamos, nos cambiamos, cambiamos a nuestros hijos, hacemos todo lo que podemos por llegar a ese espejo mágico que parece reflejarnos la perfección. Y en realidad, el verdadero crecimiento viene del descanso. El verdadero crecimiento no viene del trabajo. Cuando tú puedes descansar en el proceso que se está dando, entonces van a ocurrir cosas maravillosas. Hace un momentito hablé de las lágrimas.

 

Cuando tú puedes llorar lo que no son tus hijos. Porque tú querías una bailarina, querías un futbolista, querías un hijo perfecto, querías un hijo popular, querías muchas cosas. Y la vida te mandó esta semilla que va germinando, que vas conociendo, que vas reconociendo. Y es necesario que llores lo que no hay para que puedas ver lo que sí hay. Nuestros hijos en realidad lo que necesitan, más que que los empujemos hacia la perfección, es que los invitemos a la conexión. Cuando podemos invitar a los hijos a relacionarse con nosotros, a existir en nuestra presencia, a sentirse que pertenecen, a sentirse vistos, a sentirse celebrados, a sentirse gozados por nosotros, entonces les estamos dando la oportunidad de convertirse en eso que es perfecto. Ahora, no quiere decir que no haya que corregir conductas. No quiere decir que no haya que dar forma, porque esa es nuestra labor como papás.

 

Necesitamos transmitir una cultura, necesitamos transmitir ciertos parámetros, poner límites, dar estructura a su vida. Pero cuando lo hacemos a través del vínculo, lo hacemos a través de una relación que nutre, de una relación que hace crecer y no a través de esta fuerza del trabajo y de la presión que muchas veces se impone. Entonces, yo te diría que las expectativas hay que llorarlas, hay que deshacerlas, hay que desmenuzarlas para crear una realidad que permita a nosotros como papás sostener a nuestros hijos dentro de un vínculo seguro, que es el lugar, es el contexto, es el territorio donde ellos se van a poder convertir en su propia persona.

1:00:06
Cristina. Hola, Marcela. Gusto en conocerte y poder coincidir hoy aquí contigo. Soy Cristina y soy madre de familia y tengo una hija adolescente. Y hablando de vínculos y del modelo evolutivo que nos compartías, me gustaría escucharte hablar, por ejemplo, sobre el bullying, el tema tristemente vigente y actual al día de hoy. ¿Y qué podemos hacer en el caso de los muchos chicos que actualmente sufren de bullying? Y no solamente en el tema de escuelas, sino también en redes sociales.

1:00:34
Marcela Escalera. Es impactante ver cómo sucede este tema. Me gustaría escucharte. Y también en el caso de que, por ejemplo, mi hijo o mi hija, fuera la bulleadora o el bulleador. Gracias, Cristina. Me da mucho gusto que me preguntes no solamente acerca del bullying y no solamente acerca de la víctima, sino que me preguntes de ambos. Porque a veces pensamos que a quien hay que atender es a la víctima y que tenemos que darle una gran lección a quien está molestando. Y hoy yo te quiero plantear una manera muy diferente de entender qué es el bullying.

 

El bullying de entrada, desde esta perspectiva, cuando entendemos el plan de la naturaleza, nos damos cuenta que el bullying no es un tema de conducta. No tiene que ver comportarse mal, no tiene que ver con infringir una regla, no tiene que ver con una conducta. Tiene que ver con emociones. Tiene que ver con instintos. Es algo que está dentro de nosotros y que ha sido parte del ser humano a lo largo de su evolución. No es nuevo. A mí me gusta mucho que el doctor Neufeld dice que para entender el bullying hay que entender cómo se arma, porque así vamos a saber cómo se desarma. Entonces, el bullying se arma cuando tienes a un niño, a un joven o a un adulto que está en esta jerarquía dominante de la que hablamos hace un momento, que todas las relaciones siempre va a haber alguien que domina y alguien que depende.

 

Cuando hablamos del bullying, lo que pasa es que el bullying es un ser que se puso en la posición dominante, pero no siente cuidado ni responsabilidad por el otro. Cuando percibe vulnerabilidad en el otro, la usa para reafirmar su dominancia. Y ahí es donde se altera la ecuación, porque tienes a alguien fuerte que domina, pero que no cuida, que lastima, que saca, que ignora. Y esto hace que la relación sea una dinámica a la que llamamos una dinámica de abuso o de acoso. ¿Qué pasa con la víctima? Cuando tú tienes a alguien que de pronto te molesta un día en un salón de clases, bueno, se le activó el instinto de bullying, pero al otro día no te pela y no te hace caso. ¿Pero qué pasa cuando se da siempre entre un niño y otro niño o en un grupo contra otro? ¿Qué es lo que está pasando ahí?

 

Lo que está pasando es que este ser que está en la posición dependiente tampoco está pudiendo moverse hacia la precaución, moverse hacia el cuidado. Y no sé si les ha pasado y espero que en sus casos no sea, pero muchos lo hemos vivido. Cuando tu hijo es víctima de bullying, a veces pasa que lo que más le atrae es aquel niño o aquel grupo que lo está molestando. Pareciera como que no se puede poner a un lado, no se puede cuidar, sino que está como en un imán que lo pega. Esta dinámica es la que tenemos que observar, que tanto el que está acosando como el que está siendo víctima están en posiciones que se han atorado y no están pudiendo ser movidos a cuidarse. Y a veces decimos que el bullying necesita que lo pongamos en su lugar. Y yo digo, sí, claro. El lugar del bullying es con un adulto a cargo que lo pueda proteger.

 

Ese es el lugar. Y el lugar de la víctima es con un adulto a cargo que lo pueda proteger. Cuando hablamos del adulto a cargo, la naturaleza tiene previsto que sea el papá o la mamá biológico que es el que va a recibir a ese niño y es el que lo va a criar. Pero no siempre somos el papá o la mamá quienes logramos tener esta conexión con nuestros hijos. Y esa es la realidad. O porque no estamos presentes o porque tenemos algún tema que ha lastimado, que ha erosionado la relación. Y cuando hablamos de un adulto presente, hablamos de cualquier adulto responsable que se pueda hacer cargo de ese niño. Puede ser un tío, puede ser una abuelita, puede ser un profesor.

 

Entonces, parte del trabajo que nosotros hacemos con la crianza con vínculo es invitar a los papás a ocupar el lugar que nos corresponde en la vida de nuestros hijos. Muchas veces creemos que el bullying lo deben de resolver entre ellos. Muchas veces pensamos que hay que poner un castigo que sea ejemplar para aquel que está molestando. Y sin darnos cuenta, lo único que hacemos es endurecer más su corazón. Es hacer que lea menos las vulnerabilidades de la ternura y que esta dinámica se incremente. Hoy nuestros hijos de todas las edades lo que necesitan es que hayamos adultos que nos pongamos a cargo emocionalmente de sus vidas para que tengan lugares donde puedan sentir la vulnerabilidad. Sentir ternura por el otro, hacerte responsable del otro requiere que tengas un corazón suave que pueda sentir la vulnerabilidad. Eso es lo que le hace falta al bullying.

 

Y quisiera añadir algo. Muchas veces los papás me preguntan, ¿y qué hago? Y yo siempre les digo, cuando tu hijo llegue y te diga que lo están molestando, créele. No lo minimices. No pienses que es cosa de niños. Recurre a los adultos que están compartiendo contigo la crianza de ese hijo, el cuidado en cualquier lugar. Infórmense y tomen medidas para hacerse presentes en la vida. Tanto de este niño que está siendo molestado, como del otro o de la otra que pudiera estar acosando.Nuestros hijos nos necesitan. Y la dinámica de bullying es una dinámica muy difícil de desactivar si no estamos los adultos presentes y si no hacemos lo que nos corresponde en esta labor.

 

1:06:21
Natalie. Hola, Marce Mucho gusto. Mi nombre es Natalie y me gustaría saber si yo tengo una sobrina, una prima, una persona que yo quiero muchísimo y está teniendo conductas en las que no puede detenerse de comer o no puede saciar este cariño que no está teniendo y lo estás haciendo de otra forma, ¿qué puedo hacer yo o en qué posición me puedo encontrar para ayudarle de alguna manera para que esto no pase?

1:06:49
Marcela Escalera. De lo que tú me hablas es de lo que vemos. Lo que vemos es este tema de alimentación o a lo mejor lo que vemos es una obsesión o a lo mejor lo que vemos es una conducta inadecuada, un berrinche. O sea, puede haber muchísimas manifestaciones que es la parte que vemos. Y si nos imagináramos un iceberg, vamos a pensar en un iceberg, es la puntita que es lo que sale del agua.

 

Esas son las conductas que todos vemos, que todos podemos describir. Muerde la escuela, por ejemplo, o se lastima a sí misma. Puede tener cualquier manifestación, pero si echáramos un buzo y entráramos por abajo de ese iceberg, veríamos que está la parte más importante de aquello que estamos viendo. Y abajo de estas conductas siempre vamos a encontrar un factor emocional. Siempre vamos a encontrar emociones. Los problemas de nuestros hijos, los problemas de los jóvenes y de los adultos que enfrentamos, son problemas que tienen una raíz emocional. Y generalmente lo que pasa es que hay una experiencia que lo está rebasando. Y generalmente esa experiencia es una separación.

 

Porque si yo he hablado de la importancia del vínculo y de la conexión y de sentir que pertenecemos y que somos vistos, que es la mayor necesidad de nuestro cerebro, pues hay que ver la otra parte, que por lo tanto, la mayor amenaza de nuestro cerebro es la desconexión. Es perder el vínculo, es no ser vistos, es no ser invitados, es no ser conectados con el otro. Entonces, en la mayor parte de estos eventos hay una base en donde hay una desconexión. Hay una dificultad para tolerar eso que es tan amenazante. Y entonces, el cerebro tiene ciertos mecanismos en los cuales va compensando y nos hace dejar de sentir. Yo he venido hablando acerca de que las emociones son el motor de la maduración, son el motor que nos mueve. Y una manera del cerebro protegerse es aniquilar, cerrar la compuerta de esas emociones para poder sobrevivir. Y lo que sucede es que cuando estas emociones desaparecen, dejamos de madurar, dejamos de poder tener estas conductas que nos hacen humanos.

 

Y entonces, aparecen todas estas manifestaciones. ¿Cuál sería entonces la respuesta? Poder reconectar en un lugar seguro para que este cerebro baje estas defensas, podamos tener un movimiento emocional y entonces viene la verdadera sanación. Muchas veces nos enfocamos en quitar la conducta, en cambiarla y perdemos de vista lo que hay abajo. Toda esta parte emocional. Y yo te diría que una gran parte de las problemáticas que vemos en nuestros hijos y en nosotros, tienen que ver con qué hemos dejado de sentir. Hoy tenemos una epidemia en el mundo donde nos hemos anestesiado de muchísimos sentimientos porque no está de moda ser vulnerable. Hoy está de moda ser feliz.

 

Hoy está de moda ser implacable. Hoy está de moda poder con todo. Pero la vulnerabilidad la hemos perdido de vista. Y sentir la vulnerabilidad nos da poder. Cuando sentimos el dolor, cuando sentimos la tristeza, cuando nos podemos sostener en una relación segura, nuestro corazón baja estas defensas y se da el movimiento emocional que nos mueve hacia la sanación. Te lo estoy hablando como en lo general. ¿Qué habría que hacer cuando yo tengo un familiar, una amiga o alguien que está teniendo un problema de salud mental? Yo te diría, hay que recurrir con un profesional.

 

Hay que recurrir con alguien que nos oriente y que nos dé los fundamentos y que nos diga qué lugar nos corresponde para ser parte de este cuidado en cascada. Donde esta persona se pueda sentir cuidada, no solo por mí, sino por toda una red de apoyo que le pueda acompañar hacia esa sanación que sí es posible, pero que es un proceso, es un camino. Yo he estado hablando a lo largo de esta conversación que hemos tenido de cómo la naturaleza tiene un plan. De cómo, a final de cuentas, la crianza y la paternidad, nosotros la llevamos a cabo, pero no estamos solos. Estamos acompañados por el plan de la naturaleza. Y nuestros hijos están llamados a convertirse en su propia persona y a convertirse en seres humanos completos. ¿Qué es un ser humano completo? ¿Cómo puedo yo saber si mi hijo está realmente madurando o se ha atorado en este proceso de maduración?

 

¿Cómo puedo yo como papá tener una referencia? Porque eso es algo que muchas veces necesitamos. Porque cuando lo comparamos afuera con los primos o con el video que nos enseñaron o con lo que está pasando en otro país, de pronto perdemos esta perspectiva. Y bueno, el proceso de maduración se da entrelazando varios procesos que están ahí adentro. Uno es la capacidad que tenemos los seres humanos para irnos convirtiendo poco a poco en nuestra propia persona. Cuando tú tienes un hijo que va emergiendo y se está convirtiendo en su propia persona, es un hijo que empieza o una hija que empieza a tener una relación consigo mismo. Se empieza a cuestionar, se empieza a preguntar, que empieza a llenar los espacios de solitud con él mismo o con ella misma. Escribe, pinta, se imagina cosas, crea cosas, tiene planes, está de acuerdo con él, no está de acuerdo con él, se cuestiona, empieza a querer convertirse en su propia persona.

 

Y esto lo vemos desde los dos años. A los dos años los quieres poner el zapato y ya no quieren. Antes se los ponías y no decían nada. Y esto va evolucionando. Y aunque como papá a veces es difícil estar con un niño al que no le puedes imponer lo que quieren, es parte del plan de la naturaleza. Porque este proceso de emerger lo va a llevar a convertirse en ese ser que está llamado a ser. También quieres un hijo o una hija que tenga recursos para poder enfrentar la adversidad. Porque adversidades va a haber en la vida.

 

No hay que tenerle miedo a las lágrimas y no hay que tenerle miedo a la tristeza. Si tu hijo llora una noche contigo, no es que fuiste una mala mamá o un mal papá o que estás fracasando, es que tiene un lugar seguro para llorar y ese lugar eres tú. Y cuando tu hijo puede encontrar sus lágrimas junto a ti, va a poder salir al mundo a enfrentar todo aquello que le corresponde. El chiste es que pueda regresar a esa base segura. Y a eso le llamamos ser adaptativo. Y cuando un hijo empieza a vivir el conflicto, a templar su experiencia, a poderse relacionar con el otro y seguir siendo su propia persona, se va convirtiendo en un ser civilizado. A eso le llamamos ser integrativo. Entonces, cuando tú estás viendo que estos frutos, así le llamamos nosotros, porque estamos hablando de ser jardineros, de ver la naturaleza, de respetar las estaciones del año, hay un momento para todo.

 

Algo tiene que terminar para que algo nuevo surja. Es decir, este es un proceso que se va dando. La naturaleza con nosotros y nosotros cuidando a nuestros hijos. Es una pequeña cascada de cuidado que se va dando. Entonces, vamos viendo a nuestros hijos estos frutos que los están llevando a convertirse en su propia persona. Y ahí lo que nos toca es ir abonando esa tierra a través de la relación, a través de la conexión. ¿Cuál es el mayor regalo que les podemos dar a nuestros hijos? Invitarlos a existir en nuestra presencia.

 

Cuando tú estás con alguien que goza de ti, que te disfruta, que te celebra, en ese momento tu cerebro descansa y tú maduras. Y yo hoy empecé diciéndoles que mi abuelita me contaba cuentos de hadas. Y que cuando ella hablaba, yo me sentía abrazada, envuelta por su voz y sus palabras. Me hacía sentir única. Me hacía sentir vista. El tiempo se detenía. De veras, el tiempo se paraba. Ella nunca tenía prisa.

 

Ella me tocaba con sus manos y me acariciaba. Y yo sentía el contacto físico y sentía que estaba en el lugar más seguro del mundo. Y hoy, cuando la vida me presenta tempestades, cuando paso por turbulencias, recuerdo esos momentos en los que yo estaba junto a ella. Y ella me hacía sentir que yo estaba invitada a su presencia y que era lo más importante que nos estaba sucediendo a ella y a mí. Conectarlos. Me acordé de mi abuelita. Lo que yo he querido compartir con ustedes es una parte de mi camino de vida como mujer y como mamá. Porque este no es un modelo de crianza que nos diga qué hacer, sino que nos dice y nos recuerda quiénes somos en la vida de esos niños y de esos jóvenes que dependen de nosotros.

 

Porque todos los seres humanos nacemos con mucha necesidad, con una gran avidez de conectar para sentirnos que pertenecemos, que somos vistos, que conectamos, que somos sostenidos en esta relación que es el vínculo. El vínculo es la conexión vital. Es la conexión más importante que tenemos como seres humanos. Es el oxígeno. Es lo que nos permite subsistir. Es algo que, como no vemos, a veces damos por un hecho y de pronto se nos olvida la importancia que tiene que nosotros, como adultos, nos pongamos a cargo y seamos quienes invitemos y proveamos a nuestros hijos de lo que necesitan en el liderazgo. Nos toca ser líderes de nuestros hijos. Nos toca guiarlos desde la conexión.

 

El poder del vínculo está adentro de ti. Está dentro de cada uno de nosotros. Y solo tenemos que despertar nuestra intuición para poderlo reencontrar. Ese es el camino al que yo les invito, que hoy demos este primer paso y que reencontremos el vínculo y que podamos hacer esta invitación a aquellos que hoy tanto la necesitan de nuestra parte. Así como mi abuelita me hizo sentir que yo era única, me hizo sentir esa conexión a través de sus palabras, a través de su mirada, a través de su toque, podemos invitar a aquellos que dependen de nosotros a sentirlas, porque el vínculo salva vidas. Y podemos hoy llegar a conectar con aquellos que tanto nos necesitan. Muchísimas gracias. Muchas gracias.

 

Muchas, muchas gracias.