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Laura García Arroyo. Se inventan por necesidad, se inventan porque necesitamos comunicarnos. Hay un registro de cuándo nació y cómo la escritura. Eso lo tenemos mucho más claro. La oralidad no tanto, porque yo creo que desde que el ser humano, es ser humano, incluso desde sus antecedentes animales, ha necesitado decir cosas por necesidad, tengo hambre, me duele aquí, necesito esto. Y el lenguaje empezó por una cuestión de señalización, como los bebés. Cuando los bebés quieren algo, lo señalan, como dame eso. No necesitas saber qué es eso, pero yo te lo estoy señalando. Entonces, hay una necesidad de yo transmitirte algo, pero al principio yo no te podría decir que estoy afligido si no tengo esa palabra. Los niños aprenden a hablar por imitación. Les repetimos muchas cosas, papá, mamá, agua, necesidades básicas. Pero cuando lloran la ansiedad que te da como mamá que un niño llore, que no te sepa decir qué tiene, es porque no lo saben transmitir con palabras. Entonces tú no sabes si le duele, porque tiene fiebre, porque tiene miedo, porque le está haciendo daño algo que le pusiste mal. Necesitas palabras y ellos empiezan a imitarte. Por eso luego surgen estas palabras tan raras que tienen los niños, porque no tienen todavía la capacidad de pensar en esas palabras como letras que se juntan. Por ejemplo, mi hijo tenía esta canción de estrellita dónde estás, quiero verte titilar. Él se llama Santi y él al principio no podía retener dos sílabas, entonces lo que hacía era agarrar la última sílaba y la repetía. Entonces él era Santi, era Titi. Si tú te llamas Nico, te llamaba Coco, Eso es lo que hacía él. Entonces, cuando escuchó por primera vez la palabra titilar, sintió que se refería a él. Entonces él lo que hizo, que me pareció una cosa fascinante, es repetir eso y ponerle un lar. Entonces, si él era titilar, yo era mamálar. Entonces dije, wow, que deducción tan maravillosa para un niño pequeño, pero tenía toda la lógica. Chicos, aquí todos somos chilangos, ¿sí? Cuando el Distrito Federal pasó de ser un Distrito Federal a ser una entidad federativa más, es decir, un estado más, ya no se llamaba Distrito Federal. Y la gran pregunta, en pleno siglo XXI es, ¿cómo nos queremos llamar? Y entonces, pues todos dijimos, ay que ilusión tener que inventar una palabra más que nos defina de una manera tan bonita y tan personal. La Academia Mexicana de la Lengua terminó diciendo que mexiqueño, porque mexicano ya existía para el país, mexiquense ya existía para el Estado, ya había muchos Méxicos, ¿no? Y además tenemos una Ciudad de México, entonces era como de, chicos están llevando esto muy al límite. Entonces ellos dijeron bueno, pues una de las construcciones de los gentilicios es a partir de el sufijo eño, vamos a decir mexiqueño. No le gustó a nadie. Es horrorosa. No, nadie se identifica con esa palabra. Es como de, oigan pero nosotros somos chilangos. ¿Por qué nos lo cambiaron? Chilango como empezó siendo algo peyorativo, pues parecía algo que no nos gustaría. Y entonces descubrimos ahí que chilango no solamente nos gustaba, sino que era una reivindicación de lo que éramos, era una reivindicación de este ánimo resistente, este ánimo de sobrevivir a la Ciudad de México todos los días.