“Los arqueólogos no buscamos tesoros, buscamos respuestas“
Eduardo Matos Moctezuma
“Los arqueólogos no buscamos tesoros, buscamos respuestas“
Eduardo Matos Moctezuma
Arqueólogo
Creando oportunidades
45 años excavando el Templo Mayor
Eduardo Matos Moctezuma Arqueólogo
Eduardo Matos Moctezuma
Eduardo Matos Moctezuma es un arqueólogo mexicano cuya carrera ha sido fundamental para la comprensión de la historia prehispánica de México. Nacido en 1940, Matos Moctezuma se interesó por la arqueología tras leer "Dioses, tumbas y sabios", lo que lo llevó a estudiar en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Su trabajo más notable es la excavación del Templo Mayor de los Mexicas, un proyecto que ha dirigido durante más de 45 años, revelando aspectos cruciales de la cultura azteca.
Ha publicado alrededor de 40 libros, muchos de los cuales exploran el tema de la muerte en el mundo prehispánico, como "Muerte a filo de obsidiana". Matos Moctezuma ha sido un defensor de la preservación del patrimonio cultural, argumentando que conocer el pasado es esencial para entender el presente y el futuro. Su enfoque riguroso y apasionado hacia la arqueología ha inspirado a generaciones de estudiantes y profesionales, destacando la importancia de seguir la vocación personal para alcanzar la felicidad.
Transcripción
Pueden ser desde usar la fotografía aérea, que luego podemos observar en un estereoscopio. Entonces, podemos ver ahí los montículos arqueológicos. Es más, se pueden llegar a detectar canales de riego, pero que están debajo de la tierra. Entonces, si ustedes van con un arqueólogo a una zona arqueológica que no ha sido excavada, se van a asombrar porque de repente le decimos al visitante, ¿no? Mira, aquí estamos en una plaza antigua. Había edificios a los lados. Hay un pequeño altar en el centro. Y la otra persona dice, oye, pero es que yo no veo nada más que unas pequeñas elevaciones. Después tenemos las técnicas de excavación. Como yo decía, no es nada más llegar a sacar tierra. Si vamos a excavar, por ejemplo, en una cueva, esto implica un rigor enorme porque la acumulación que se ha dado a través de siglos en ocasiones en esa cueva por la ocupación humana, pues se ha ido acumulando en capas, ¿verdad? Que el arqueólogo tiene que empezar a excavar e ir detectando. Y claro, al ir excavando, pues vamos encontrando objetos, objetos hechos por los individuos, ¿verdad? O encontramos los utensilios que usaban las mujeres para transformar los granos, molcajetes o metates, es decir, estos lugares donde se puede, hechos en piedra, que se puede poner ahí el maíz, por ejemplo, para triturarlo y convertirlo en harina de maíz y ya a partir de eso, pues transformarlo en alimento.
Entonces, a lo que me refiero es que pues tenemos un rigor, insisto en la palabra, porque una mala excavación nos lleva a una mala interpretación de los datos que hemos obtenido. En tercer lugar, tenemos las técnicas de fechamiento, que varían mucho, ¿no? Quizá la más conocida, y seguro que ustedes la han oído, es el carbono 14, el C14, que se aplica en materiales orgánicos, tela, alimentos, madera. Por lo general, el resultado que se nos da viene con años más y años menos. Por ejemplo, pueden decirnos, mira, esta prueba que nos mandaste, esto que encontraste, corresponde al año 1000, más o menos 80 años. O sea, que puede ser año 1080 o año, digamos, 920, ¿no? O sea, da un margen de error, ¿no? Ya tenemos los objetos, ya tenemos los materiales, ahora hay que interpretarlos, hay que entender cronológicamente, para eso son los fechamientos, a qué etapa pertenece, ¿no? En el caso de México, si encontramos material teotihuacano, o sea, que corresponde a esta cultura teotihuacana, que se desarrolló del año 1 al 650 de nuestra era, y tenemos datos, por ejemplo, que al final, hacia el año 650, esa gran ciudad de Teotihuacán se va a acabar, va a terminar, y va a ser incendiada, va a ser abandonada, pero también tenemos que saber las causas. Entonces, pues, a base a los datos, tenemos que inferir qué pudo haber ocurrido para que terminara así aquella gran, gran ciudad, ¿no? Y dar a conocer, pues, cuáles son los resultados. Esa fue una preocupación que yo siempre tuve cuando excavamos el templo mayor de los mexicas o aztecas, aquí a un costado de la catedral, ¿no? Que se conociera, que la gente supiera qué era lo que estábamos haciendo ahí y qué era lo que estábamos encontrando, ¿no? A veces hay personas que me han dicho, oiga, bueno, ¿para qué sirve la arqueología? Porque, pues, ¿qué nos llena de conocer que hace 2,000 años existió un cacharro de cerámica o lo que sea? Digo, mira, la arqueología tiene como sentido el encontrar el pasado para conocernos a nosotros mismos. Entonces, el momento actual en el que tú vives, en el que el arqueólogo está excavando, te va a dar a conocer parcial o integralmente un rasgo, un aspecto de una sociedad del pasado, ¿verdad? Pero que va a ser muy importante para quienes hoy habitan ahí. ¿Por qué? Porque es parte de su identidad, es parte de lo que sus ancestros hicieron, ¿no? Entonces, es muy importante, pues, saber y conocer. ¿De dónde venimos? Para saber hacia dónde vamos.
Cuando me daban mis domingos, yo lo iba ahorrando y me compraba algún libro que había sobre Egipto y así, ¿no? Entonces, el hecho es que fue tanto mi interés, mi pasión, por la arqueología egipcia, que dije, yo tengo que ser arqueólogo. Y entonces fui con mis papás. Queridos padres, ya sé lo que voy a estudiar. Ay, hijo, médico, o ingeniero, abogado, químico. No, no, no, no, arqueólogo. Entonces, hubo un silencio espantoso en la sala donde estábamos. Y mi mamá, las madres siempre comprensivas y que sufren por lo que sus hijos van a hacer en la vida, me dice, ay, Eduardo, qué bueno, qué bueno que quieras estudiar arqueología. Eso está muy bien. Pero, ¿no sería bueno que al mismo tiempo llevaras unos cursos en la escuela bancaria y comercial? Entonces, dije, híjole, me está dando a entender que me voy a morir de hambre como arqueólogo, ¿no? Entonces, fui con mi amigo, el que me había prestado el libro, y le digo, oye, y le contesto, se lo relaté. Y mi amigo me dijo y me comentó la frase que les aseguro que ha sido de las más importantes en mi vida. Me dijo, oye, Eduardo, fíjate que a lo mejor sí te mueres de hambre, pero te vas a morir muy contento porque hiciste lo que tú quisiste. Santo remedio. Al día siguiente ya me estaba yo escribiendo en la Escuela Nacional de Antropología. Y fíjense, en muchas ocasiones que he tenido contacto con jovencitos que están en la prepa, en fin, me han dicho, fíjense, profesor, que yo quiero estudiar arqueología o historia, pero dicen mis papás que me voy a morir de hambre, que mejor estudie otra cosa. Y entonces, les cuento este relato. Les digo, mira, en unos meses más cumplo 84 años, pero sigo vivo. Entonces, pese a que estudié arqueología, o más bien, gracias a que estudié arqueología, al ser arqueólogo yo me considero un desenterrador del pasado. Entonces, por lo tanto, estás llegando a darle vida a lo que estaba muerto. ¿Al darle vida por qué? Porque en el momento que lo encuentras ya vas a estar en la posición de estudiarlo, de publicarlo, de darlo a conocer. Y te lo amplío con otro pequeño ejemplo. Cuando Howard Carter, que era un arqueólogo británico, encuentra a Tutankamón, tomo ejemplos que todo el mundo ha oído, Tutankamón en Egipto, pues el arqueólogo tiene la posibilidad en ese momento de estar, de encontrar, de desenterrar y encontrar y estar frente a frente a través del tiempo, de los siglos en que vivió Tutankamón y el arqueólogo que está volviéndolo a la vida. Entonces, por medio del trabajo arqueológico, de la excavación. Pero fíjense algo interesante. Yo, dentro, digamos, de mis intereses arqueológicos, hay tres principales, no los únicos, pero sí los tres a los que les he dedicado más tiempo. Y es a la historia de la arqueología, al Templo Mayor de los mexicas.
Llevamos 45 años excavando ahí, imagínense. Y tercero, al tema de la muerte en el mundo prehispánico. Con decirles que por lo menos siete títulos de mis libros, yo tengo más o menos unos 40 libros, no los he contado en realidad, pero por ahí van. Pero por lo menos siete de ellos, sino un poco más, en el título viene el término muerte. Les comento algunos. “Muerte a filo de obsidiana”, que por cierto ha sido muy exitoso, lleva ya como 15 reediciones el Fondo de Cultura Económica. No quiero hacer propaganda, pero bueno. “La muerte entre los Mexicas”. “Vida, pasión y muerte de Tenochtitlán”. Y así, ¿no? Otros más, en que el término muerte está, digamos, en el título y en el contenido del libro mismo. Entonces, en alguna ocasión, bueno, me ha ocurrido que algunos amigos, no en una ocasión, en varias, me han dicho, oye, pero esa inclinación tuya hacia el tema de la muerte, ¿no sería bueno que fueras con un psicoanalista? Digo, mira, mejor no. Porque primero me voy a pasar 20 años para que al final me diga que lo que pasa es que yo estaba enamorado de mi abuelita. Entonces digo, no, mira, mejor lo dejamos así. Seguiré escribiendo sobre la vida y sobre la muerte. Porque les aclaro que escribir sobre la vida es también referirnos a su dualidad, a su contraparte, a la muerte. Y por cierto, ya de una vez les adelanto que uno de los que yo pienso será ya prácticamente mi último libro va a ser la muerte en México. Prehispánica, colonial y actual. Es decir, voy a tratar el concepto de la muerte, la idea, las ideas de a dónde se va a ir después de la muerte, todo esto, ¿verdad?
Desde el mundo prehispánico, que es sobre el que más he publicado, como ya les comenté, el mundo colonial, cuando llegan los conquistadores, vienen los frailes, viene la iglesia como aparato ideológico de la conquista. Y que traen una idea muy diferente a la idea que prevalecía aquí en Mesoamérica. El catolicismo nos enseña que los individuos al morir tienen tres opciones. Ir al cielo a gozar para siempre, ir al purgatorio, aunque creo que ya el purgatorio ya lo sacaron, no sé, pero bueno, a darse una tostadita, pero luego pasaba uno al cielo. Y el infierno, ¿no? A quemarte eternamente. Pero ¿qué era lo que motivaba o motiva esos destinos después de la muerte? Pues están condicionados por un aspecto, vamos a llamarle moral. Es decir, hay un comportamiento en la vida que es el que va a marcar mucho de esto. En el mundo prehispánico no era así. En el mundo prehispánico era la manera en que morías era la que iba a marcar el destino al cual ibas a ir. Por ejemplo, ir a acompañar al sol desde que sale por el este hasta el mediodía. Es el rumbo masculino del universo. Allí los guerreros muertos en combate o capturados para el sacrificio, ¿verdad? Se les destinaba que sus esencias irían desde que salía el sol hasta el mediodía. El sol era Huitzilopochtli, el dios solar y de la guerra, imagínense. Entonces, era ir acompañando al sol en todo ese camino. Pero del mediodía al atardecer era el rumbo femenino. ¿Y quiénes acompañaban al sol? Al guerrero. Bueno, pues lo acompañaban las mujeres, las mujeres que morían en su primer parto. Fíjate que yo, siempre que hablo del tema de la muerte, que me lo piden mucho, además, al final me hacen esta pregunta, ¿por qué los mexicanos nos reímos de la muerte? Y yo he podido detectar que eso no corresponde a la verdad. O sea, en el mundo prehispánico se tenían los diferentes conceptos de adónde se iba a ir. Y sabemos a través de las fuentes escritas, etcétera, que había un dolor tremendo ante la muerte de un pariente, de quien fuera. Entonces, ahí no vemos risa por ningún lado.
Ahora bien, la cultura europea que vino a través de la conquista española, de igual manera, no nos presenta una forma de actuar en la cual hubiera risa y demás. Entonces, hay que preguntarse, bueno, si no viene de nuestra raíz prehispánica, si no viene de nuestra raíz hispánica, pues, ¿de dónde sale? Es una idea que más bien es producto de la literatura. Algunos autores que han puesto énfasis en el tema de la muerte y que han dicho, no, no, es que el mexicano se ríe, casi se acuesta con la muerte. Pues no, no hay tal. Recuerdo el libro, por ejemplo, muy interesante de Octavio Paz, “El laberinto de la soledad”. Y no solo eso, muchos otros autores, hasta filósofos, que trataban de analizar la cuestión de la muerte en los mexicanos. Primero, esta generalización de los mexicanos ya de por sí hay que tomarla un poco con pinzas, ¿no? Porque hay regiones que tienen una mayor profundidad o presencia del pensamiento indígena. Otras, por ejemplo, el norte de México es muy desapegado de todo esto que ocurre hacia el sur o el sureste mexicano en cuanto a pensamiento. Entonces, pues, esta concepción de la muerte, pues, para mí, más bien corresponde a ese aspecto literario que a una realidad. De que eso de que el mexicano se ríe de la muerte, pues no hay tal.
El agua es por la acumulación que se dio, por la lluvia, la filtración, y que la caja, la tapa, estaba rota, rajada. Y por ahí el agua se metió. Y la máscara, pues, era uno de los objetos que los mexicas habían colocado en honor a sus dioses. O sea, que la explicación era muy sencilla. Pero el impacto de momento que te encuentras te deja, pues, realmente sorprendido. Pero, como te digo, ahí entramos también al terreno arqueológico-estético. Por ejemplo, la escultura monumental tiene 3 metros 20 centímetros de diámetro de la diosa lunar de la luna, coyolxauhqui. Pues, es impactante. La pueden ver, la pueden visitar en el Templo Mayor ahí. Y la forma en que está distribuido el cuerpo de la diosa, desmembrado, mutilado y decapitada, digamos, en el grabado que la piedra tiene encima, pues, es realmente impresionante, ¿no? Desde el punto de vista estético, pero también del contenido, ¿no? De lo que representa esta deidad. También, por ejemplo, encontramos un caracol más o menos de este tamaño, ¿no? En piedra, basalto, que es el que más se usa aquí en el centro de México. Basalto, andesita, o sea, rocas volcánicas, que tiene tal forma que es realmente, es una pieza bella, ¿no? Estéticamente, el escultor que la hizo, no hay duda de que tenía un caracol de verdad aquí para irlo tallando en la piedra y darnos esta maravilla de proporciones y demás, ¿no?
Van a pasar varios siglos hasta que hacia el año 1000 antes de nuestra era vamos a empezar a ver ya las primeras sociedades muy organizadas que van a ser lo que va a resultar en las ciudades, en las primeras grandes ciudades. Y así ya vamos a ver cómo en diferentes regiones van a surgir grandes centros ceremoniales, grandes ciudades, Monte Albán, Tajín, Teotihuacán, que hemos mencionado, Cholula, Sinsunza en el área de lo que hoy es Michoacán, etcétera. Ya son sociedades complejas en donde hay allí inclusive varios estatus sociales y hasta llegar, por ejemplo, a ciudades como Tenochtitlán, como Tlatelolco, que ya son de las últimas. Pero como ves, hay todo un proceso. Entonces, todo eso nos va a dar el parámetro de nuestra historia. Eso es lo que conforma nuestra historia desde el momento de la llegada de las primeras sociedades cazadoras hasta el momento que hoy estamos viviendo. Sí es muy importante ver qué es y cómo y por qué se dio en el pasado estas sociedades, cómo se dieron, cómo fueron desarrollándose, qué materiales utilizaron, en fin. Y a veces nos sorprende, ¿verdad?, digamos el manejo de toda una serie de aspectos desde ingeniería, digamos. Acuérdate, por ejemplo, en el caso de los mexicas, que es una ciudad lacustre, o sea, está hecha en medio de un lago, para lo cual se tuvo que emplear toda una tecnología que ellos conocían y que podemos descubrir a través de la arqueología. Pero en términos generales, podríamos decir que todas las culturas que conforman Mesoamérica y el norte de México, la cultura zapoteca, mixteca, o sea, son muchísimas, ¿verdad?, pues acudieron a una serie de recursos para poder hacer sus grandes centros, su planificación. Pero también algo muy importante, o sea, su cosmovisión, o sea, cómo concebían ellos el universo, ¿no?, dentro de su propio conocimiento. También las lenguas, medio de comunicación.
En México actualmente todavía sobreviven 68 lenguas indígenas y una gran cantidad de variantes también que llegan a, digamos, a ser cerca de 200, 300 variantes. Esto es una riqueza cultural impresionante y que debemos conservarla. ¿Por qué razón? Porque las lenguas se están perdiendo. Con el mundo moderno, pues claro, muchos de estos grupos que tenían su propia lengua, pues tienen que aprender el español también. Y también salen de sus pueblos por razones económicas, muchas veces, para buscar trabajo en medios urbanos, actuales y demás. Y en ocasiones ya no van a practicar su lengua madre. Y entonces, pues vemos cómo varias de ellas se van perdiendo. Yo recuerdo cuando yo estudiaba arqueología, imagínense, allá por 1960, nuestro maestro de lingüística precisamente nos comentaba cómo había ya nada más dos hablantes del chichimeco jonas, que era una lengua, una de las lenguas. Nada más quedaban dos ancianos que hablaban todavía esa lengua. Por ejemplo, si tú hablas del área de Veracruz, donde se hablan muchas lenguas indígenas, pero el totonaca es uno de estas lenguas, todavía tú tienes ahí personas que actualmente lo están hablando. Y no digamos en estados como Oaxaca o Chiapas, ¿verdad?, donde son de una riqueza tremenda estas expresiones lingüísticas, pero además sienten un orgullo, una identidad de aquello que fue. Ahora, ¿por qué es importante preservar esto? ¿Y cómo poder hacerlo? Bueno, se han creado instituciones gubernamentales por parte del gobierno que tienden también a tratar de preservar y de estudiar estas lenguas.
En el mismo Instituto Nacional de Antropología e Historia, al cual yo pertenezco hace 64 años, pues hay lingüistas, hay especialistas que estudian, analizan las lenguas, pero ¿cómo preservarlas? Que esto es lo importante. Yo alguna vez le planteé a un secretario de Educación Pública que por qué no se hacía según las regiones, ¿verdad? Por ejemplo, el maya se habla mucho en la península de Yucatán, ¿no? En lo que es Yucatán propiamente dicho, Campeche, ¿verdad? En fin, en Chiapas se hablan muchas otras lenguas, pero por ejemplo, tomando ese ejemplo, en Yucatán se podría, en las escuelas primarias, dar clases así como se da inglés, por ejemplo, que es obligatorio prácticamente, que se den clases en la lengua local indígena para que se conozca más, para que se refuerce más, ¿verdad? Y de la misma manera, pues en las otras regiones, ¿no? Poder ver que estas lenguas, pues haya todo un plan de que no se vayan a extinguir, porque es una parte fundamental de la cultura. Ahora bien, ¿cómo nos entendemos actualmente? ¿Cómo somos actualmente después de todo aquel proceso? Pues, en primer lugar, creo que México es un mosaico de culturas.
Había un gran historiador, por cierto, que hablaba de la microhistoria, o sea, las historias regionales, ¿verdad? Que van a conformar finalmente este mosaico de la historia nacional como un todo, ¿no? Hay también, pues, toda una gastronomía que va a variar mucho del norte al sur. Es decir, una gastronomía que también nos identifica y es parte de nuestra cultura. Esto hay que tomarlo muy en consideración. Y muchos de los elementos que utilizamos para nuestras comidas provienen del pasado. El mole tan conocido ya se hacía en el mundo prehispánico, las tortillas, etcétera. O sea, el maíz, pues al maíz se le rendía un culto enorme. Hoy se ha perdido, pero pues es fundamental, es la base fundamental, así como el trigo lo es para Europa y ahora también ya para nosotros. Pero digamos que el maíz fue lo que sirvió inclusive como un elemento fundamental que fue deificado. Inclusive hay técnicas, por ejemplo, de agrícolas que aún se siguen empleando, para dar un ejemplo. ¿No? Por ejemplo, ahí tenemos las chinampas, que es una técnica agrícola que se dio en el pasado, sobre todo en el centro de México y que aún continúa y se sigue sembrando en determinados lugares, Xochimilco, Tláhuac, etcétera, en base a esa técnica que permitía, además, utilizar los manantiales para su producción agrícola. Entonces, hablar del mexicano actual, pues somos todo eso. Todo ese mosaico somos nosotros, con nuestras particularidades y pues ahí estamos.
Bueno, fíjate que es muy importante preservar, porque actualmente para los mexicanos de hoy eso es parte de nuestro patrimonio, pero también de nuestra historia. Entonces, es la manera de preservar nuestra propia historia en el momento en que tú estás preservando, por ejemplo, los monumentos prehispánicos, las zonas arqueológicas. En el momento que estás preservando toda la presencia colonial con la llegada de los españoles, edificios, pintura mural, en fin, producción cerámica ya de esa época de la colonia, fueron 300 años de colonia. En el momento que estás preservando monumentos históricos, está formando parte de nuestro patrimonio, es el patrimonio de México. Y por eso hay leyes que lo protegen. Actualmente, la que rige es la ley de 1972, que preserva precisamente los monumentos prehispánicos, coloniales e históricos, a través del Instituto Nacional de Antropología y a través del Instituto Nacional de Bellas Artes. Fíjense que una de las funciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia es la de investigar, conservar y difundir lo que es nuestro patrimonio arqueológico, colonial e histórico. Es decir, ¿cómo se hace esto y por qué? Pues se hace a través de museos, por ejemplo. Museos que contienen lo que es, digamos, los vestigios muebles que se pueden transportar y exhibirlos para que un público mayor entienda, comprenda, los conozca. Y ese es el fin de esa difusión. Solo conociéndonos, conociendo lo que somos, conociendo nuestra propia historia, es como vamos a poder entender qué está ocurriendo actualmente y cómo vamos a ir hacia ese futuro. Y no tengo dudas.
Ya para finalizar, también debo comentarles que como individuo, pues, yo veo que en mí hay una dualidad. Hay dos cosas, ¿no? En mi forma de ser, en mi forma de sentir, en mi forma, en mis elementos más profundos. Y es, por un lado, la academia. Es decir, la arqueología, que es lo que yo practico, es la que llevo cotidianamente a cuestas, ¿verdad? Y lo expreso a través de libros, de conferencias, etcétera. Y la otra dualidad, que ahora les comento, también llegué a ella por un libro. Y esa otra dualidad es mi interior, mi propia razón de ser. Que esa, por lo general, ninguno de nosotros la expresamos a diestra y siniestra, sino que es muy profundo. Quizá al amigo, ¿verdad?, podemos comentarle algo de cómo somos interiormente, ¿no? Y hay que saber buscar ese interior, ¿no? Y conocerlo. Y yo llegué a mi interior a través de un libro. Así como a la academia llegué por “Dioses, tumbas y sabios”, a mi interior llegué por un libro de poesía, de Rainer María Rilke. Rilke es un poeta checo que vivió, digamos, a principios del siglo XX, más o menos, finales del XIX, en fin. Y que escribió en sus muchos libros uno que se llama “Cartas a un joven poeta”. Léanlo, son 10 cartas que él responde a un joven poeta que le escribe. Ya Rilke es muy conocido, famoso, y le manda unos poemas y le dice, maestro, yo quisiera que usted me dijera si tengo, digamos, madera para ser poeta. Aquí va esto. Y las 10 respuestas que Rilke le va dando a cada carta que se van escribiendo es una maravilla. El amor, el arte. Que cuando yo lo leí, a mí me lo regaló una novia en la escuela de antropología. Me dijo, mira, te voy a regalar esto para que aprendas. Leí aquello y eso me llenó. Porque sacó mi interior. Y él habla de eso, Rilke. Entonces, pues, solamente comentarles que yo, así como en el mundo prehispánico había muchas dualidades y muchos dioses tenían el sentido, por ejemplo, masculino y femenino en la misma figura, digamos, así yo, por ejemplo, pues, descubrí este aspecto interior mío con sus propias características y demás. Entonces, yo me siento conformado por esa dualidad.
Todos los que están aquí seguramente tienen un quehacer. Una profesión, se dedican a algo, en fin, a lo que sea. Pero el otro aspecto de saberse a sí mismo, conocerse a sí mismo, ¿verdad? Ese interior que es el que nos lleva precisamente a, digamos, a rebasar lo cotidiano, lo normal, ¿no? Saber apreciar un atardecer, saber apreciar cómo cae una hoja en una tarde de otoño. Todo eso que una música que nos puede llevar también al interior. Pues, todo eso es importantísimo porque va a conformar nuestras dos realidades. Si solamente nos quedamos en una, ¿verdad? Y lo hacemos bien, o sea, esto no es problema. Estamos incompletos. Falta encontrar lo que está fuera de la cotidianidad. Falta encontrar lo que somos interiormente.