El poder de las ilusiones optimistas
Jesús Ramírez-Bermúdez
El poder de las ilusiones optimistas
Jesús Ramírez-Bermúdez
Neuropsiquiatra y escritor
Creando oportunidades
Delirios y memoria: Historias impactantes desde la psiquiatría
Jesús Ramírez-Bermúdez Neuropsiquiatra y escritor
Jesús Ramírez-Bermúdez
Jesús Ramírez-Bermúdez es un médico y escritor con una trayectoria de 25 años en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, donde lidera el área de neuropsiquiatría. Su trabajo se centra en desentrañar complejos problemas neuropsiquiátricos, como las alucinaciones visuales en personas ciegas, explorando las conexiones entre el cerebro y la conciencia. Realizó un doctorado en ciencias, especializándose en el conectoma humano, para entender cómo las neuronas se comunican y crean una experiencia unificada de conciencia. Además de su labor médica, Ramírez-Bermúdez es un prolífico escritor que utiliza la literatura para complementar su comprensión científica del ser humano. Su enfoque interdisciplinario le permite abordar la salud mental desde una perspectiva integral, combinando ciencia y arte para enriquecer su práctica clínica y su producción literaria. Su obra refleja una profunda curiosidad por los misterios de la mente y un compromiso con la mejora de la calidad de vida de sus pacientes.
Transcripción
Hablando del mismo problema de la ceguera, ocasionalmente tengo que atender personas que no ven, pero no saben que no ven. Y esto es algo que va más allá de nuestro sentido común, en un sentido. Es decir, ¿por qué la persona no ve, pero no sabe que no ve? Esto nos lleva a toda clase de problemáticas. Y yo he tratado de explorarlas a través de la ciencia. Realicé un doctorado en ciencias utilizando herramientas de imágenes cerebrales dentro de una corriente de investigación que se conoce como el conectoma humano, que básicamente lo que trata de descifrar es la manera como esas 100 mil millones de neuronas que tenemos en nuestro cerebro se comunican, se integran para crear una experiencia unificada de conciencia. Es decir, yo tengo la sensación de que yo soy una persona, un sujeto, un solo individuo. No tengo la sensación de que soy 100 mil millones de neuronas, además de muchas otras células que tengo en mi organismo. Entonces, ¿cómo se crea esa unidad? Es una de las preguntas propiamente que animan a la neurociencia.
A lo largo de mi carrera como médico, como científico y también como escritor, tengo la oportunidad de atender personas que presentan problemas de muy difícil manejo, de muy difícil comprensión, también desde el punto de vista humano para sus familias y para ellas o ellos mismos. Por ejemplo, el problema de las alucinaciones, al que ya me referí, o también el problema de los delirios. Recuerdo ahora una persona que estudié con un colega de la Universidad de California que se presentó con un delirio de estar muerta. O sea, ella pensaba que realmente ya había fallecido. Y uno se pregunta, ¿cómo es posible que ese sentimiento de estar vivo, que quizás es lo más básico que tenemos, es nuestra certeza o nuestra convicción esencial, cómo puede haberse perdido? Pero además su familiar nos dijo que estaba ocurriendo una situación muy extraña con su pensamiento y con su lenguaje, porque era capaz de decir las palabras, pero parecía ya no comprenderlas. Por ejemplo, ella podía decir la palabra vegetariana y podía escribir la palabra vegetariana, podía decirla en voz alta o repetirla, pero había perdido ya el significado. Y entonces empezó a comer carne. Llevaba 20 años siendo vegetariana. Perdió la palabra y perdió también la conducta. Empezó, por así decirlo, a tener un comportamiento completamente distinto al que había tenido en los 20 años previos.
Entonces, esto nos lleva de la mano, como digo, por muchas preguntas. Por ejemplo, ¿cómo se forman los conceptos en nuestro cerebro? Y claro, los conceptos se forman mediante la actividad cerebral. Hay, pues, caminos muy específicos para investigarlo, pero también estarán de acuerdo conmigo que se forman a través de la interacción cotidiana, a través de la cultura, a través de la historia, a través de la comunicación. Vamos poco a poco formando mediante los conceptos, las palabras, los símbolos que hay en nuestro entorno. Vamos formando nuestro propio pensamiento para ir no solo labrando nuestro cerebro como si fuera una escultura, sino también el mundo que nos rodea. Seguramente ustedes conocen “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Hay una parte de la novela, al principio de la obra, en la que aparece una plaga de insomnio. Aparece una enfermedad, a la manera de la peste, que amenazó a la humanidad por mucho tiempo. En el pequeño pueblo de Macondo aparece esta plaga y esta plaga es una plaga de insomnio. Pero después del insomnio viene la parte más difícil, que es la enfermedad del olvido. Las personas dejan de recordar precisamente las palabras, pero no solo las palabras, sino el sentido de las palabras, el sentido de las cosas. El protagonista de la obra, José Arcadio Buendía, trata de poner etiquetas en las cosas.
El nombre de las cosas lo escribe para ver si de esa manera lo recuerda. Eso les da una pequeña idea de cómo es el mundo en el que yo vivo, cómo es el mundo en el que yo trabajo. Yo trato de alimentarme de la investigación científica, pero también necesito alimentarme del mundo de las artes, el mundo de la cultura, porque comprender los problemas de la salud significa comprender al ser humano en su totalidad. No somos solamente un cerebro, sino que somos realmente personas, personas que estamos en un mundo y tratamos de hacer un mundo más habitable. Yo creo que la ciencia, la literatura, que son las dos cosas a las que yo me dedico, pueden ayudarnos a hacer un mundo más habitable. Y ahora estoy para servirles, estoy para escucharles, si tienen ustedes alguna pregunta que hacerme.
Yo sé que la palabra depresión se usa en forma cotidiana, casi como si fuera un sinónimo de la tristeza. Pero quiero dejar claro que, por lo menos en la esfera de la medicina, son dos cosas muy distintas. La tristeza es un problema que nos aqueja a todos. Todos vivimos de pronto estados de tristeza. Además, yo creo que la tristeza enriquece nuestras vidas en el sentido de que nos permite a veces valorar lo que ya no tenemos, lo que hemos perdido, lo que anhelamos. O sea, hay una riqueza en la tristeza, en el sentimiento de tristeza. Pero la depresión es un estado en el cual aparecen ya muchos otros síntomas mucho más perturbadores. Por ejemplo, pérdida de apetito, pérdida del sueño. Yo creo que cuando esas funciones básicas fisiológicas, como el sueño y el apetito, se pierden, pues ya nos encontramos en un territorio donde generalmente necesitamos ayuda. Lo primero que hacemos siempre es buscar remedios cotidianos. Y muchas veces son suficientes. Y si son suficientes, no hay ninguna necesidad de ir a buscar atención clínica, ¿no es verdad? Sin embargo, cuando no son suficientes esos remedios cotidianos y ya hay una disfunción social, por ejemplo, en la escuela, en el trabajo o mucho sufrimiento, puede ser necesario buscar atención clínica.
Ahora, la investigación científica nos da una imagen de la depresión que nos ayuda mucho a entenderla y a investigar este problema caso por caso. Indiscutiblemente hay algunas variables psicológicas en juego. Por ejemplo, experiencias traumáticas. Hay aprendizajes a lo largo de la vida. Y estos aprendizajes, a veces, si vivimos en un entorno de estrés excesivo, puede ser que en algún momento sobrepase nuestras capacidades de afrontamiento y entramos en un estado que se le llama, a veces, de desamparo aprendido o de indefensión aprendida. Y es en esos casos cuando ya no hacemos nada más que estar tirados en la cama, escondiéndonos bajo las cobijas, ¿no? Escondidos bajo la almohada, porque no queremos ya enfrentar un mundo problemático, un mundo doloroso, estresante. Y a veces se necesita la ayuda del otro, ¿no? Yo creo que la psicoterapia siempre es necesaria y en algunos casos, los medicamentos. Pero en todo caso, tenemos que investigar esa historia psicológica y luego también tomar en cuenta factores biológicos que pueden estar operando, que pueden estar en juego. Por ejemplo, la falta de actividad física que ocurre durante la depresión puede llevar a estados de inflamación que también llevan al desarrollo de dolor.
Por ahí decía alguien, ¿no? Es casi un cliché decir que la depresión duele porque físicamente duele, literalmente duele. Uno le pregunta a las personas con depresión, ¿dónde le duele? Y señalan los pies, los ojos, la espalda, el cuello, ¿no? Todo el cuerpo les duele porque hay factores de inflamación operando como resultado de la falta de actividad física. Por eso, una primera maniobra es la activación conductual que le decimos, ¿no? Es decir, ponernos en actividad tratando de aumentar los minutos buenos del día. Cada noche que no dormimos ocurren cambios muy importantes en nuestra fisiología corporal, especialmente en relación con cierto tipo de sistemas hormonales que ocurren durante el sueño. Es más, si uno pierde el sueño durante muchos años, nuestra vida se acorta hasta cinco años. Entonces, dormir es probablemente el mayor tesoro que tenemos, ¿no? Y creo que lo sabemos. Entonces, estas variables fisiológicas y estas variables psicológicas interactúan y pueden llevar a la depresión. Pero tampoco quiero perder de vista el contexto en el que nos encontramos. El contexto social en el que vivimos también es un factor que contribuye al desarrollo de depresión.
Los problemas de la gran crisis climática, los problemas económicos, el escenario de guerra que de pronto existe en nuestro mundo, todo eso contribuye indiscutiblemente también a este problema. Entonces, yo creo que la terapia psicológica es indispensable porque lo primero que necesitamos es que la persona le dé sentido a lo que está pasando. Muchas veces estos problemas de salud mental nos dejan un poco perplejos, yo diría, casi paralizados. De hecho, técnicamente hay personas que pueden estar paralizadas por la depresión. Es más, en la depresión se hace más lento el movimiento, las palabras se hacen más lentas, la persona habla lento, piensa lento y se desplaza físicamente con lentitud. Yo diría que en la depresión tenemos esta lentificación y hay esta especie de perplejidad, es como un estado donde hay mucha incertidumbre, mucha confusión, la persona no sabe muy bien qué es lo que le está pasando o no sabe por qué le está pasando. Entonces, la terapia psicológica es indispensable a ese nivel porque primero nos ayuda a ordenar el pensamiento y a ir poco a poco encontrando las razones por las que nos encontramos en ese estado para ir, por así decirlo, desamarrando ese nudo y encontrando paulatinamente soluciones.
A veces tiene que ver con problemas nutricionales, a veces tiene que ver con falta de actividad física, a veces tiene que ver con relaciones turbulentas, tormentosas, humanas, con experiencias de violencia, etcétera. Yo creo que lo primero es trabajar la confianza en la relación terapéutica. Y una vez que eso se ha logrado, entonces ya se pueden ir buscando caminos muy específicos. Hay formas diversas de terapia para esto. También hay personas que, por supuesto, pueden necesitar alguna ayuda de algún medicamento o algo así. Yo creo que es mejor verlo, como se dice, sin estigma. Desde luego, no, tampoco trataremos de medicalizar la tristeza, como se dice. O sea, no hay ninguna pastilla de la felicidad y todos lo sabemos. Sin embargo, hay personas que pueden estar en una situación tal que pueden requerir ese apoyo farmacológico. Y yo insisto que se requiere esa amplia cohesión social. O sea, yo siempre hablo con mis pacientes de una red de apoyo porque en realidad todos formamos parte de alguna red, solo que a veces no nos involucramos con esto.
Si me perdonan, usaré una anécdota personal. Mi hija perdió a su madre cuando tenía 15 años de edad y pues, el dolor del duelo, por supuesto, era muy importante. Pero entonces empezaron a aparecer personajes a nuestro alrededor que nos ayudaron a formar esa red de apoyo. Por ejemplo, ella tenía un tío que era muy buen chef. Entonces, aparecía dos o tres veces a la semana y nos ayudaba a cocinar. Y luego yo hice lo mismo con esa persona en otro sentido. Creo que a veces nos toca ser, si me permiten la metáfora deportiva, a veces nos toca ser el portero, a veces somos el centro delantero, a veces somos el director técnico, pero siempre tenemos que estar formando parte del equipo y también, como dirían a lo mejor algún entrenador, sin protagonismo. O sea, no hay necesidad de ser el protagonismo. A veces simplemente hay que ver cómo podemos contribuir un poco a enriquecer esa red de apoyo. Y yo diría incluso que la labor de la cultura, la labor de las artes, es precisamente enriquecer nuestro tejido social.
A veces nuestras ciudades no ayudan, no nos disponen a visitar a nuestros amigos, a nuestros familiares. Se vuelve una verdadera odisea tratar de ir el fin de semana a visitar a tus padres, etcétera. Porque la propia conformación de las ciudades, de las urbes, está dispuesta de esa manera. Entonces ese aislamiento es otro factor que contribuye mucho a la depresión. Hay una investigadora de la Universidad de Harvard, Margaret Sheridan, que precisamente nos dice que la depresión tiene esos dos grandes ejes sociales. El aislamiento que lleva a la privación social, donde no tenemos los suficientes estímulos afectivos, culturales, etcétera. Y la otra esfera sería la violencia. Entonces yo creo que eso es lo que estamos haciendo mal, ¿no? O sea, no tomar en cuenta y no tomarnos en serio eso para mejorar la salud mental de nuestra población en general. Y quiero referirme a otra investigadora. Ella está en la Universidad de California, la doctora Naomi Eisenberger, acuñó un concepto que puede ser interesante para ustedes. Es el concepto del dolor social. Es ese dolor emocional que sentimos cuando estamos separados los unos de los otros.
Se dice que como mamíferos, todas las especies de mamíferos compartimos esa necesidad de la cohesión, incluso del contacto físico. Ya que, por ejemplo, las crías cuando las separan de sus madres muy tempranamente hacen ciertas vocalizaciones de dolor. Y esas vocalizaciones de dolor emocional se parecen mucho a los lamentos que nosotros tenemos cuando nos encontramos, por ejemplo, en un estado de depresión, en un estado de desesperación o de ansiedad. Entonces, la doctora Naomi Eisenberger estudió el dolor social con herramientas de neuroimagen, que son un poco las que yo he estudiado también en las últimas décadas. Y lo que ella hace es que, pues, algunos sujetos que están en este estudio, en ese experimento, están haciendo un videojuego, si se quiere, un videojuego que tiene que ver con muchas interacciones sociales y en algún momento dado pierden en el videojuego. Y entonces pueden seguir viendo lo que está pasando en el juego. Es como uno de estos juegos multijugador en donde hay otras personas jugando, pero tú ya no participas. Tú ya solo ves lo que le ocurre a los otros, pero tú ya no tienes ciencia, tú ya no tienes injerencia, tú ya no tienes capacidad de cambiar el rumbo de los eventos.
Y eso reduce mucho el estado de ánimo. Eso produce mucho desánimo propiamente. El poder, el ver las cosas que están sucediendo en una dirección en la que nosotros no quisiéramos y no poder hacer nada al respecto. Pero aparte, en este estado, los jugadores se encuentran ya como si estuvieran en una especie de ley del hielo, porque ellos pueden hablar, pero los otros ya no les escuchan y no les contestan. Entonces, toda proporción guardada es un estado similar al que tenemos nosotros, por ejemplo, cuando mandamos un mensajito en el celular y no nos contestan. Cuando esperamos una mirada y no sucede. Cuando hacemos un gesto buscando un abrazo, una sonrisa o algo y no sucede. Ese dolor de la separación, de la separación afectiva o emocional, ese es propiamente el dolor, el dolor social al que se refiere la doctora. Entonces, ¿qué pasa a nivel cerebral? Lo que pasa a nivel cerebral es que hay un aumento de metabolismo o de actividad cerebral en una parte del cerebro que precisamente procesa el dolor. O sea, el dolor físico y el dolor emocional tienen una vía común en el cerebro. El dolor es una sensación y a la vez es una emoción.
Entonces, en el dolor social se presenta este tipo de actividad cerebral y hay un pico de metabolismo y hay un pico de irrigación sanguínea y hay un pico de actividad cerebral que ya en la esfera de la psicología, en la esfera de conciencia del sujeto se experimenta como dolor. Por eso yo decía que hay una liga muy profunda entre el dolor y la depresión. Ese es uno de los muchos procesos que conectan el nivel social con el nivel del cerebro. Y hay una disciplina entera dedicada a eso que es la neurociencia social.
O a veces eran días dedicados a la mitología griega, la mitología china, la mitología romana. Y al principio parecían cosas muy distantes, pero poco a poco empezábamos a entender que en todas esas historias había cosas que trataban de problemas muy parecidos a los que nosotros teníamos. El entendimiento de esa clase de historias, pues, yo creo que sí me dio ese sentimiento de gozo al descubrir que había un horizonte gigantesco, que el mundo tenía una historia muy profunda que podía yo seguir investigando. Y yo creo que hizo por mí una cosa muy importante que define mi carrera, propiamente como científico, y es la curiosidad. Es más, yo pienso que la literatura y la ciencia se parecen en una cosa y es precisamente en ese sentido de curiosidad. La ciencia, nosotros nos hacemos una pregunta y queremos investigar la respuesta. Y cuando parece que ya la tenemos, nos damos cuenta de que hay muchos detalles que todavía desconocemos. Entonces, la curiosidad hace que vayamos más adelante rastreando alguna pista. Y en la literatura pasa lo mismo. ¿Cuántos de nosotros no pasamos nuestras tardes viendo series de televisión, por ejemplo, o leyendo libros, o vamos al teatro a escuchar ficciones?
Pregunta muy interesante sería, si ya sabemos que son ficciones, ¿para qué vamos? Si son cosas que no ocurrieron literalmente, ¿por qué nos importan? ¿Por qué nos interesan? Bueno, porque la ficción tiene esa capacidad de recrear todas nuestras problemáticas y a veces en la ficción aparecen verdades que el autor se permitió deslizar de esa forma. Decía un escritor colombiano, Héctor Abad, que una cosa muy interesante, no decía que la ficción era una hija del pudor. Porque muchas veces el escritor tiene algo que contar, pero no se atrevería a hacerlo poniéndose a sí mismo como protagonista. Entonces, inventa un personaje, por ejemplo, Madame Bovary, Anna Karenina, etcétera. Y entonces empieza a narrar un montón de ideas, historias, experiencias, anécdotas que toman la forma de una ficción, pero en realidad revelan muchos aspectos de la condición humana que el autor viene cargando desde hace mucho tiempo. Esas historias se van gestando lentamente con las interacciones, con el día a día, con las pequeñas o grandes tragedias que nos suceden todos los días, con las cosas chistosas que nos pasan y el día menos pensado entonces ya el autor ya lo presenta.
Y una vez que ya lo presentó ante sí mismo primero al escribirlo, al dibujarlo o como lo vaya a hacer, entonces ya después empieza un trabajo de perfeccionamiento, un trabajo muy obsesivo en un sentido de estar perfeccionando y perfeccionando cada palabra, cada imagen, cada idea para presentarlo en una forma muy depurada. Entonces, es un tipo de trabajo que nos ayuda a desarrollar nuestros recursos intelectuales, también nos hace experimentar emociones a las que no tendríamos acceso si no las viviéramos ahí en el espacio de la ficción. Y a mí en lo personal me ha ayudado mucho a entender también a veces a mis pacientes, porque a veces no he tenido nunca un paciente como el que tengo enfrente, pero resulta que hay una historia que lo narra. Un momento les ponía el ejemplo de “Cien años de soledad”, donde ocurre esta plaga del insomnio y luego esta enfermedad del olvido y los investigadores que han rastreado una enfermedad que se llama demencia semántica, es motivo a lo mejor de un conocimiento muy específico de la neurología, pues dicen que encontraron en esa novela algunas pistas muy importantes para descifrar ese problema.
Entonces, yo creo que la ficción nos desarrolla la curiosidad científica, nos desarrolla el intelecto, nos permite experimentar emociones que a veces son de otros, son emociones prestadas. Entonces, sí resulta que podemos un poco experimentar en cabeza ajena. Y eso nos va dando más vidas. Los que se dedican a la actuación dicen que un actor tiene la fortuna de vivir muchas vidas, pero yo creo que un lector también tiene esa fortuna, o un espectador de teatro, o alguien que escucha música. Tenemos la oportunidad de vivir muchas vidas porque los autores nos transmiten como una especie de corriente de conocimiento y de experiencias a través de sus obras.
El problema que yo veo es que si analizamos la historia de las guerras a lo largo de la humanidad, un tema que también fascinaba a mi padre porque analizábamos las grandes guerras griegas, romanas, pareciera como que eso siempre sucede, siempre sucederá. Y entonces vamos desarrollando eso que yo le llamaba como una mitología de la guerra. ¿A qué se refiere eso de la mitología de la guerra? Pues vamos como incorporando el personaje mitológico de que somos héroes. Hay un libro muy importante que se llama “El héroe de las mil caras” que trata precisamente sobre la mitología del héroe. Entonces tiene un lado muy hermoso, que qué bueno que queramos ser héroes, pero el pequeño problema que yo veo con eso es que entonces siempre tiene que haber un villano en nuestras vidas. Una villana, un villano, un rival, un enemigo a vencer. Y entonces la mitología de la guerra sucede, en mi opinión, cuando nosotros ya creemos en forma fanática que realmente somos ese héroe y que no tenemos ninguna otra opción más que destruir a nuestro enemigo para ganar la guerra.
Decía el gran pensador ruso que nuestra naturaleza tiene como el buen salvaje y el mal salvaje. Entonces en la historia del pensamiento algunos filósofos piensan que nosotros estamos dispuestos a sacar siempre al mal salvaje o al buen salvaje. Otros que son optimistas piensan que hay un buen salvaje y que podríamos, si nos quitáramos todos los prejuicios y esquemas y demás, al final lo que habría es ese buen salvaje. Yo creo que la sociedad es un equilibrio entre esas dos disposiciones. Tampoco podemos ser demasiado ingenuos, no tenemos que entender que hay un sentido de cooperación y competencia social. Pero creo que sí nos hace falta mucho enfatizar la cooperación. Me vino a la mente ahora un concepto de este historiador, Yuval Noah Harari, que habla de este sentido de competencia y cooperación. Dice que si estuviéramos en una isla desierta y hubiera, por ejemplo, un chimpancé y un ser humano, él dice “pues apuéstenle al chimpancé porque es el que va a sobrevivir en esa isla”. Sin embargo, dice, si hubieran 10 seres humanos y 10 chimpancés, apuéstenle a los seres humanos. Los seres humanos van a lograr coordinarse, comunicarse y cooperar para la supervivencia.
Creo que lo único que nos falta es que una vez que nosotros formamos un pequeño grupo, nos falta tener la capacidad de integrarlo o relacionarlo con los otros grupos. Ahí es donde a veces nos falta ese salto cualitativo para pasar de nuestros pequeños puntos de reunión a puntos más amplios. Ese sería mi punto de vista.
Incluso podían crear historias así al minuto, que no eran verdad, no podían ser verdad. Algún clínico, por ejemplo, llega con un paciente amnésico y le dice “¿Qué tal estuvo la película que vimos ayer?” Y el paciente dice “Estuvo buenísima, pero no me gustó mucho el protagonista”. En realidad no hubo ninguna película. El paciente acaba de llegar ese día y fue un truco del doctor para ver si el paciente tenía confabulación. Entonces, ese tipo de recursos, la confabulación, los delirios, etcétera, fueron también como que nutriendo un poquito mi propia imaginación como escritor y decidí hacer una obra acerca de eso. Pero la verdad es que sigo muy interesado en ese concepto, en el problema de la memoria, porque me parece a mí, y son investigaciones en el campo de la neurociencia, me parece a mí que cuando nosotros recordamos algo, generalmente no es como que simplemente estamos fotocopiando el pasado y lo estamos reconstruyendo en forma perfecta, sino que más bien lo reconstruimos casi siempre adornándolo un poco, a veces decorándolo tantito para vernos mejor en ese recuerdo o que las cosas no hayan sido tan malas, o a veces sucede al revés, por así decirlo empeoramos el recuerdo en comparación con lo que realmente fue, dependiendo de qué tipo de sesgos cognitivos tengamos, sesgos optimistas, sesgos pesimistas, a veces también la vida nos pide tener ilusiones optimistas, ilusiones de control, por ejemplo.
Se hizo una investigación en Estados Unidos donde los protagonistas de esa investigación, los sujetos de investigación, tenían que apagar y prender unos apagadores eléctricos, unos switch, un switch eléctrico, y la luz en realidad la estaba controlando el investigador, entonces en realidad el sujeto de experimentación no estaba controlando la luz, nada más creía controlarla, y luego se exploró a ver qué pensaban los sujetos, a ver si pensaban que controlaban o no controlaban la luz, que insisto, no la estaban controlando, el investigador lo estaba controlando, y sin embargo los sujetos que estaban más felices, los menos deprimidos, tenían ilusiones positivas o ilusiones de control, ellos sentían que habían controlado perfectamente el apagador cuando en realidad no habían controlado la luz, quiero decir, no la habían controlado pero tenían la ilusión de haberlo controlado, entonces quizás eso nos ayuda a entender que esas pequeñas ilusiones optimistas forman parte de nuestras vidas y yo creo que forman parte también de nuestros recuerdos, y en ese sentido creo que es muy útil lo que recomienda los escritos más viejos de la filosofía, que vienen de la obra de Platón donde aparece Sócrates y demás, que nos pedía tener una vida examinada, o sea, someter en un sentido nuestra vida a examen, algunos lo hacen a través de la terapia, otros lo hacen por otros medios, a veces simplemente puede ser la conversación con sus personas de confianza, pero reflexionar en torno a nuestras propias vidas puede ayudarnos también a salir de esas ilusiones, ilusiones, insisto, a veces positivas o a veces ilusiones negativas, en busca de esa verdad que necesitamos al mismo tiempo que también necesitamos un poco de gozo, y yo creo que ese es el equilibrio que buscamos.
En la mitología, y vuelvo a la mitología que me enseñó mi padre, la diosa, Memoria, Mnemóside o Mnemocine, es la hermana de Cronos, son hijos de Gea, entonces tienen esa hermandad, el tiempo y la memoria, y van de la mano, ¿no es cierto? Por eso podemos recordar el pasado, pero nunca el futuro, porque no ha ocurrido, y la memoria en eso, en eso solamente, no nos engaña. Entonces, la investigación de la memoria a lo largo del tiempo ha sido realmente fascinante, fue un tema que ocupó Aristóteles, fue un tema que ocupó a los grandes filósofos medievales, a los grandes filósofos también del mundo islámico, a Avicenna y demás, todos se preguntaron por el problema de la memoria, pero realmente fue, yo diría que hasta el siglo XIX y en el siglo XX, donde hemos tenido ya pistas mucho más fuertes de cómo ocurre el proceso, ahora sí el proceso neurofisiológico de la memoria. Entonces, una versión a lo mejor breve de esto sería que, durante el día, estamos expuestos todo el tiempo, aún sin número de estímulos sensoriales, por ejemplo, ahora mismo imagínense cuántos detalles, si nosotros tuviéramos que recordar todo lo que vemos, lo que escuchamos, pues ustedes tendrían que recordar todas y cada una de mis palabras, yo tendría que recordar todos y cada uno de sus gestos, sería realmente imposible.
Entonces, ¿qué es lo que pasa? Los sistemas cerebrales encargados de la emoción tienen un rol como de etiquetar las imágenes, las representaciones, los momentos del día que tienen mayor relevancia. ¿Relevancia para qué? Relevancia para la supervivencia, relevancia para nuestra propia historia, relevancia para esa historia que queremos narrar, que queremos contar. Por favor, quédense con esta idea de que el sistema emocional es indispensable para etiquetar las imágenes, los momentos, las representaciones mentales que van a pasar a la memoria, a la memoria de largo plazo. ¿Cuál es la memoria de largo plazo? La memoria del día siguiente. Si un recuerdo sobrevive a una noche, un periodo nocturno en el cual pasamos por las fases de sueño ligero, profundo y luego el famoso sueño REMO, de movimientos oculares rápidos, si el recuerdo sobrevive a esa noche, ya está en el ámbito de la memoria de largo plazo. Pero para sobrevivir tiene que incorporarse probablemente a los procesos neurofisiológicos del sueño y quizá incluso a esos procesos neurofisiológicos que hacen posible las ensoñaciones. Pues hagan de cuenta que el sueño es como una especie de proceso de edición de todas las imágenes, los recuerdos, las palabras del día, donde se reconstruyen y entonces ya pasan a formar parte de la memoria de largo plazo.
Ahora, hay sistemas que permiten que esas imágenes lleguen en el cerebro a donde tienen que estar, de manera que los recuerdos visuales se van a la corteza visual, los recuerdos auditivos se van a la corteza auditiva. En fin, hay toda una arquitectura que hace posible ese proceso de la memoria de largo plazo. Y yo creo que no es exagerado decir que todo el sistema nervioso contribuye a la memoria. Es más, si me acorralan, yo diría que incluso todo el cuerpo contribuye a la memoria, porque también los músculos tienen cambios también durante el aprendizaje y también contribuyen a la memoria. El corazón también contribuye a la memoria. Entonces, esto es algo muy interesante. La memoria incluso podría… El aprendizaje podría inducir cambios incluso a nivel epigenético que también contribuyan al proceso de la memoria. Entonces, es todo el cuerpo en acción.
A mí me gusta mucho un modelo que viene de un investigador que trabajaba con primates. Trabajaba con bonobos, chimpancés, orangutanes. Y ellos también tienen procesos de empatía. Por ejemplo, hay fotografías de este autor, se llama Franz de Waal, donde hay dos chimpancés que se están peleando y entonces hay dos que están contemplando la escena de violencia. Y uno se acerca para abrazar al otro. Es decir, uno de los dos está como atemorizado viendo la escena de violencia. Entonces, el otro se acerca y lo abraza como para darle cierto confort. Entonces, si lo analizamos, veríamos que hay muchos procesos involucrados en eso. Primero, hay una experiencia de temor frente a la violencia que está ocurriendo, aun cuando la violencia la estén poniendo en escena otros. Eso ya habla de un primer nivel, que es lo que le llamamos el contagio emocional. Entonces, las emociones son muy contagiosas. Digo, es un término a lo mejor de la cultura popular, pero es útil para entender que cuando nosotros miramos las emociones del otro, hasta cierto punto las reproducimos. Ahí es donde entra el famoso concepto de las neuronas espejo.
Las neuronas espejo son ciertas neuronas que están localizadas en la corteza frontal del cerebro y que cuando ven el movimiento del otro, se activan como si el propio sujeto, como si el propio organismo, como si el propio animal se estuviera moviendo. Es decir, si un chimpancé agarra un plátano, la neurona espejo del otro chimpancé se activa como si él estuviera agarrando el plátano. Por eso se les llama neuronas en espejo. Esas neuronas son muy importantes para esa primera fase de contagio emocional. Por eso la risa es muy contagiosa, el miedo es muy contagioso, el enojo también. En esta misma fotografía que les platico, uno de los dos primates se acerca a consolar al otro. Ahí es donde viene lo que este autor, Franz de Waal, le llama la disposición compasiva. La disposición compasiva implica esto que tú mencionas, el concepto de empatía, porque hay una empatía por el dolor ajeno, una empatía por el dolor del otro. Mediante el contagio emocional tenemos acceso un poco a cómo es el estado emocional del otro y hay una cierta simulación que ocurre en nosotros mismos, donde simulamos que nosotros nos encontramos en ese estado y eso nos permite sincronizarnos.
Y esto es típico, quienes son madres o padres aquí, pues lo saben perfectamente, cuando tu hijo o tu hija tiene fiebre, dolor o lo que sea, es un sufrimiento muy intenso, muy importante por esta disposición compasiva. Pero luego viene un tercer componente que es muy interesante y que tiene que ver con la toma de perspectiva. La toma de perspectiva ya es una especie de juego mental, si se me permite la palabra, en donde la simulación la llevamos un paso más allá y nos empezamos a preguntar por las razones del otro, las razones por las que hizo esto o aquello. Por ejemplo, si vemos una escena de violencia, típicamente nos indignamos, pero si nos dicen “sí, pero es que esa persona a la que le están golpeando es una persona que abusó de otro”, entonces eso cambia las cosas, porque ahora tenemos una toma de perspectiva. Entonces ese proceso de toma de perspectiva es un proceso ya más bien, diríamos, intelectual, cognitivo, de alto orden, donde hay una simulación mental que nos permite ponernos en el lugar del otro. Ya no sólo en el terreno de cómo te sientes, hacemos una simulación mental para ver las cosas desde el punto de vista del otro, entendiendo sus razones, sus motivos, sus metas también.
Entonces todo eso forma parte del concepto de empatía y hay sistemas cerebrales dedicados a eso. Hay una red cerebral que se le llama la red cerebral por defecto, o red de modo predeterminado, que es una red cerebral que se activa mucho cuando tenemos recuerdos autobiográficos, cuando reflexionamos acerca de nosotros mismos, cuando tenemos procesos imaginativos acerca de lo que nos gustaría ser. O sea, parece que es una red cerebral dedicada a la representación de uno mismo. Bueno, pues esa red cerebral dedicada a la representación de uno mismo es la que se activa cuando nosotros hacemos esa simulación mental. Entonces eso nos permite vernos a nosotros mismos como si fuéramos otro. Y eso yo creo que recrea mucho nuestra identidad personal.
Entonces estudió a individuos con estas patologías, con estos problemas mentales, y estudió a sus familiares y descubrió que en los familiares había un mayor número de artistas, escritores, músicos, etcétera. Y luego estudió a los artistas y a los familiares de los artistas y vio que en los familiares de los artistas había un mayor número de personas con depresión, ansiedad, trastornos mentales diversos. Entonces podría haber cierta relación. Esa es una posibilidad. Otra posibilidad es que los factores comunes más bien sean en la historia, en la historia de vida. Hay un autor que trabaja mucho esa relación entre la historia de vida y la melancolía como el resultado de una pérdida del padre o la madre. Una experiencia de abandono temprana que deja como una especie de hueco, si se quiere, que lleva un sentimiento de añorancia, de nostalgia. Y eso puede ser un punto de partida para la creación artística. Porque la creación artística trabaja esos temas, trabaja la separación y el anhelo de reunirse, el anhelo de reconciliación. Son temas comunes en la creación. O en la música también sucede. La música nos permite explorar esas emociones a veces destructivas, a veces violentas, que cuando están en la música no hay problema porque es parte de la misma creación.
O nos puede ayudar a explorar sentimientos de tristeza también. Entonces quizás esas experiencias de pérdida, abandono y demás pueden ser factores comunes entre la creación, por una parte, y por otra parte estos trastornos como la depresión, la ansiedad y todo eso. Entonces ya sé que sea una relación dada por la historia de vida o por factores genéticos sí parece haber una conexión muy importante. Pero hay otro elemento más de la relación que yo quiero mencionar y es que muy probablemente la creación artística le da al individuo algunos recursos para… es como una especie de autoterapia en un sentido, porque le da al artista la posibilidad de explorar sentimientos. Pongamos, por ejemplo, un caso muy clásico aquí en nuestro país, el de Sor Juana Inés de la Cruz. Tiene su famoso poema que se llama “Primero sueño”. Se ha dicho mucho que es un poema que explora como… Sor Juana tenía la intención de conocer el cosmos, de conocer la totalidad, de saberlo todo, de tener ese sentimiento como de ser omnisciente. Entonces en el poema lo explora, pero se da cuenta de que son ejercicios muy inútiles de la mente humana.
Ella piensa que la poesía, las novelas o las pirámides también mesoamericanas son como esos intentos de la humanidad de tocar el cielo como si fuéramos una divinidad, pero no lo somos, es lo que ella acaba concluyendo. Y por eso al final termina como en un estado de melancolía. Ese es el poema. Sin embargo, es muy posible que al poner todo eso en palabras desarrolla una reflexión que ahora le permite tener como cierta paz interior, porque ya tiene un conocimiento que no tenía antes de la escritura del poema. Entonces en ese sentido quizá para el propio artista puede ayudarle a desarrollar esos sentimientos que de otra manera no conocería. Entonces como ves es una relación muy complicada, tiene muchos ángulos. A mí me gusta pensar que es todavía realmente como un misterio esa relación. Y yo en ese libro traté de explorar ese misterio, no creo haberlo resuelto ni remotamente, nada más fue como una fuente de inspiración para mí.
Estos son los valores de la ciencia que yo considero muy importantes ¿para qué? Para obtener conocimientos generales acerca de nuestro mundo, conocimientos generales acerca del cuerpo humano, acerca de la conducta humana, acerca de la sociedad, la naturaleza, etc. Conocimientos generales. Pero la ciencia no nos puede decir los casos particulares, no tiene suficiente precisión porque, por ejemplo, yo para conocer la conducta humana con herramientas científicas necesito reunir a muchas personas para ver cómo reaccionan y entonces al final alcanzar un conocimiento general de cómo se comporta este grupo humano o este otro. Pero ese conocimiento general no me dice lo que tiene de específico y de particular cada quien. En cambio el arte sí nos da eso, el arte sí nos permite conectar con lo que tiene de único y de específico cada persona. Entonces el artista con sus propias herramientas desarrolla eso. Entonces eso nos muestra un poco cuál es la complementariedad entre el arte y la ciencia. Entonces ese conocimiento de cómo se siente esto o aquello, muy probablemente las artes nos lo dan y no la ciencia. Ejemplo, la música. El científico te podrá decir a lo mejor lo que son las emociones humanas y todo, pero tú quieres sentir la emoción, yo creo que la música es mucho más probable que te lo diga en primera persona, o sea que te permita que tú lo vivas, a diferencia de la ciencia que te lo explica. Entonces como ven son dos tipos de conocimiento igualmente necesarios y complementarios.
O sea, un sueño puede tener cualidades de luz, amarilla, roja, etcétera, un crepúsculo, un atardecer, y sin embargo mis ojos están cerrados. El mundo está oscurecido, no hay un crepúsculo allá afuera. Entonces mi cerebro recreando esa experiencia. Yo creo que si nosotros desciframos el problema de los sueños, vamos a dar un paso muy adelante para entender cómo se produce esa experiencia de conciencia, esa experiencia subjetiva que es privada y a la que solo uno tiene acceso. Por otra parte, creo que los sueños siguen siendo un punto de partida para la creación artística o hasta científica. Ya sabes este químico, Auguste Kekulé, el que descubrió el anillo Benzeno, que es el punto de partida de la química orgánica, lo descubrió en un sueño. O más bien, el sueño fue su inspiración. Él lo que vio era como una serpiente mordiéndose la cola. Entonces dijo, “Ah, esa es la estructura que yo estaba buscando para mis fórmulas químicas”. Pero también en el campo de las artes, una vez Beethoven iba en un carruaje y se queda dormido y tiene un sueño musical como solo podría haberlo tenido Beethoven inmediatamente se lo olvida. Entonces está frustradísimo porque se le fue un sueño musical y entonces en otro momento se vuelve a quedar dormido y milagrosamente reaparece ese canon y entonces ahora sí ya no lo deja ir y lo escribe y demás.
Entonces en los sueños yo creo que también a nosotros nos pueden dar esas emociones un poco raras, pero que nos recuerdan pues eso, que estamos vivos y que incluso no dominemos el 100% ni siquiera de nuestro propio cuerpo. Con lo cual yo creo que eso nos da un sentido como de misterio que también puede ser útil porque a veces pareciera que nuestras vidas ya están completamente predestinadas.
Esa es una cosa muy importante. O sea, nosotros estamos construyendo nuestro mundo social, por lo menos. Tal vez no construimos el mundo natural, no vamos a transformar las leyes de la física. Muchas canciones que hagamos, eso no va a cambiar. Sin embargo, nuestro mundo social sí podemos transformarlo en alguna medida. Y tenemos que tomar decisiones, colectivas probablemente, mediante consensos y recursos culturales para ir dándole a la sociedad el rumbo que nosotros queremos que tenga. Entonces, una forma como yo creo que las artes contribuyen a eso y que ya me parece una cosa más realista, es la siguiente. Por lo que comentábamos hace un rato de la relación entre las artes y la melancolía, estos estados a veces de pérdida, esa sensibilidad que tienen algunos artistas, hay cierta conexión entre esos estados como de aislamiento o esos sentimientos de separación, pérdida, desconexión que viven los artistas, que a veces son personas un poco solitarias, no son necesariamente las personas que están en el centro de la fiesta, departiendo con todo, sino a veces puede ser una persona que está en los márgenes de la sociedad.
Por ejemplo, pensemos en Harry Potter, Harry Potter empieza básicamente con una historia de esta naturaleza. El que será el héroe no es el héroe al principio, es en realidad un niño vulnerable, ¿no es verdad? Siguiendo con esa misma trayectoria de grandes obras fantásticas y demás, el Señor de los Anillos, este personaje, el Hobbit, Frodo, tampoco es el prototipo del héroe al principio, de hecho es una persona más pequeña que los demás, un poco más vulnerable, no ha tenido nada de experiencia en combate ni en ninguna cosa, ni es un gran mago ni nada parecido. Entonces, los artistas nos ayudan a identificarnos un poco con esas personas que están en una cierta vulnerabilidad, una cierta situación de marginalidad y siento que en ese sentido contribuyen a desarrollar una cultura, que no sea una cultura tan inclemente en términos de la discriminación que ya existe en nuestras sociedades, ¿no es verdad? En nuestras sociedades desgraciadamente existen esos problemas de discriminación. Yo creo que las artes ayudan a ponerle una pausa a eso, ayudarnos a entender mejor al otro, a desarrollar esos mecanismos que habíamos comentado de empatía y básicamente a darle voz a personas que a veces se encuentran en los márgenes o en una situación difícil.
Los artistas en ese sentido van señalando direcciones en las que podríamos transformar nuestra sociedad. Claro que el artista no lo va a lograr por sí mismo, nada más apunta, señala, nos dice, “está pasando esto, yo siento aquello”. Es una manera de tomarle el pulso a la sociedad desde los ángulos a lo mejor difíciles o problemáticos. Yo hablé hace un momento acerca de el concepto de plasticidad neuronal, plasticidad cerebral. Incluso dije que es una característica que distingue al cerebro humano de las computadoras. El cerebro humano durante el aprendizaje se transforma y se transforma en su estructura física. Crecen neuronas, aparecen conexiones sinápticas. Entonces, ¿qué papel juega en eso el lenguaje? ¿O qué papel juegan en eso las imágenes que produce nuestra cultura? Estas imágenes, por ejemplo, que vamos a crear juntos el día de hoy, ¿en qué sentido contribuyen a la transformación del cerebro, la transformación plástica del cerebro? ¿En qué sentido? Bueno, en un sentido muy importante. Hay una investigadora que también he mencionado, de California, Naomi Eisenberger, estudió la actividad del cerebro humano, específicamente el cerebro emocional, antes y después de ponerle palabras a las emociones.
Entonces, por ejemplo, se presentan rostros atemorizados, se presentan rostros de ira y demás. Un sujeto los ve en un equipo, en una tecnología de resonancia magnética y tiene actividad cerebral. Después, en la segunda parte del experimento, se le pide que nombre esas emociones. Y nada más por el hecho de nombrarlas, cambia la actividad cerebral. Entonces, realmente es un recurso, si se quiere, es como un recurso tecnológico que tenemos nosotros para ayudarnos a controlar un poco mejor nuestra actividad cerebral. Es una manera de verlo y, por lo tanto, realmente de entrenar la actividad de nuestro cerebro. Ahora, por supuesto, esto tiene límites. Creo que parte del trabajo de cada uno de nosotros es un trabajo de ir ganando un sentido de agencia, o sea, un sentido de libertad, con un sentido de responsabilidad que nos dé cohesión como individuos en un mundo disperso, donde hay redes sociales, hay un entorno de guerra, hay toda clase de mitologías de la guerra que nos rodean. Y donde nosotros tenemos que estar haciendo constantemente un trabajo para mantenernos con los pies en la tierra, atentos a nuestros deseos, a nuestras fantasías, escuchando qué es lo que tiene de genuino, qué es lo que tiene de sincero para no renunciar a nuestros sueños y estableciendo todo el tiempo esa negociación con un mundo real que es duro, pero en el que podemos poco a poco irlo transformando, yo diría, transformando cariñosamente con estos recursos que nos dan las ciencias y las artes. Muchas gracias.