11:36
Alberto Ruy Sánchez. Muchas gracias, Rodrigo. Pues fíjate que para mí esa es una pregunta clave en la continuación de la historia que les conté, porque algo que me regaló este zarandeo en el sótano del barco, además de esa lección del contador de historias, es que la verdad, quedé bastante afectado y a partir de salir del barco, todas las cosas que fui viviendo a lo largo de su viaje, y por lo visto aquí te contaré una más, se convirtieron en extrañamente como en mensajes de doble sentido, el desierto fue una meta que nosotros teníamos, nos sentíamos tanto mi esposa como yo, como insectos que van hacia el fuego, como insectos que quieren ir hacia la lámpara o hacia la vela, nosotros así queríamos ir al desierto y empezamos un viaje desde el norte de Marruecos hacia el desierto. Pero cuando llegamos a un lugar que se llama Sagora, que en aquella época era un oasis con una siembra más o menos como de 100 palmeras alrededor de una fuente brotante de agua y ese oasis está en una zona del desierto que se deprimió, es decir, que geológicamente tuvo un accidente, se hundió y en medio surgió una cosa así como la copa de un sombrero charro, ¿no? así. Y cuando nosotros llegamos al desierto por primera vez, llegamos malísimos del estómago, porque creíamos que por haber comido en los mercados de México ya teníamos anticuerpos suficientes para aguantar cualquier infección. Y ahí aprendimos que los bichos de cada país son diferentes y hay que cuidarse de lo que come uno, pero sobre todo lavarse las manos porque viajan en el dinero, en eso. Entonces fue un aprendizaje rudo, pero al llegar ahí, la gente estaba muy excitada y nos dijimos ¿qué pasa? Es que está pasando algo que no había pasado en 12 años y entonces sabíamos que había un conato de guerra entre Marruecos y el país vecino, la frontera estaba a unos cuantos kilómetros que era Argelia, peleándose por una zona del desierto que había abandonado España, que lo llamaban antes el Sahara español, y había guerra. Y entonces dijimos bueno, sí por la guerra, me dijeron que va a haber toque de queda en la noche, y dijo no, guerra, aquí tenemos todo el tiempo, lo que sucedió y no había sucedido en 12 años es que llovió. Y entonces ¿y qué pasa? Ya dejó de llover. Sí, pero ahora vamos a poder disfrutar la evaporación del agua en el desierto. Entonces escalamos la montaña. Y al ver el oasis abajo, veíamos de verdad, casi como nubes densas, pequeñas agrupaciones así de nube que subían y algo maravilloso es que con las nubes subían sonidos. Entonces oíamos pues, unos niños jugando, perros ladrando. O sea, los sonidos de la población alrededor del oasis subían hasta nosotros en una especie de cajas de sonido que eran las nubes. Era algo realmente extraño. Y de pronto, alrededor del oasis había una montón de flores de colores y las flores empezaron a quemarse, en cuanto salió el sol empezaron a quemarse. Y ahí yo sentí algo muy extraño, una especie de inquietud como de ansia, y recordé de golpe eso que llaman memoria involuntaria. Un momento en el que yo era niño y de mi padre nos llevó a vivir al desierto de Baja California, en un lugar que en aquella época se llamaba Villa Constitución, ahora ya tiene semáforo y se llama Ciudad Constitución, que está a 200 kilómetros al norte de La Paz. Y al llegar allá acababa de pasar un ciclón. ¿Y qué es lo que sucedió? Que el desierto se llenó de flores y yo empecé a recordar algo que yo no sabía que había olvidado, que es un diálogo con mi padre, yo tendría, pues entre cuatro y cinco años que me decía no te preocupes, las flores no se están muriendo, están dejando semillas y cuando vuelva a llover, quién sabe cuándo, volverán a nacer multiplicadas. ¿Y entonces qué sucedió en el desierto del Sahara la noche que llegué y el primer día? Que yo recuperé una memoria de México que yo no sabía que había perdido.